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Dos eternidades

¿Qué ha sucedido? Esto no puede estar pasando, es algo demasiado... irreal. Está más que comprobado que todo esto es científicamente imposible.
Pero, ¡demonios!, ningún científico puede atreverse a decirme que no estoy sintiendo lo que estoy sintiendo, viviendo lo que estoy viviendo. Hace tan sólo un par de minutos estaba tras de ti, intentando pasar desapercibido ante tu sedosa mirada, quería que este momento fuera algo especial, quería que tu y yo nos quedaramos flotando en el tiempo, en el espacio, por el resto de la eternidad, nuestra eternidad.
Aún no sabía a ciencia cierta cómo es que todo esto sucedería, sin embargo, dentro de mi mente había ensayado cientos, tal vez miles de veces mi postura, mis palabras; mis gestos, por minuciosos que pareciesen, los tenía, según yo, bajo control; incluso te había imaginado a ti, parada así, tan hermosa como siempre, con una sonrisa en la cara, esa sonrisa que repetidamente me ha sacado de mi mundo de tinieblas para regresar a la luz de tu presencia: yo me levanto, dejando descansar mis rodillas, y nos unimos en un abrazo sin fin de paz y tranquilidad. Ya no tendría esos escalofríos que apenas unos segundos atrás aún recorrían materialmente mi adolorido cuerpo, esos serpenteantes hielos que se arrastraban por mis entrañas, que por el momento se encontraban, al igual que todo, absolutamente todo lo demás, completamente congeladas.
Te seguí por varias cuadras, pasaste al lado de una humilde pero hermosa muchacha que te ofreció con su sonrisa una blanca rosa, respondiéndole casi por reflejo con tu cabeza negativamente. Eres buena, quizá la mejor conmigo y con tus múltiples amigos y compañeros de fiestas, sin embargo los vendedores ambulantes no son tu fuerte, así que le volteaste la cabeza con ligero aire de desprecio; pero yo sé lo que sientes por las rosas blancas, casi toda mujer se siente atraída, extasiada, tal vez incluso identificada con cierta flor, las rosas rojas son lo clásico, la moda, lo usual, pero tus favoritas eran las rosas blancas: tan puras, tan íntimas, tan francas, tan bellas, tan... blancas. Así que al pasar a lado de la jovencita, decidí comprar para tí una docena, ya que mi precaria economía de estudiante no me permitía comprarlas todas. Quería que ese momento fuera único, fuera especial. Quería ver salir de tus hermosos ojos negros aunque fuese una sola lágrima, una lágrima feliz, una lágrima que me susurrara al oído, que me dijera, antes de que tu boca y tu voz lo hicieran, el "sí" anhelado, el "sí" que completaría mi vida a lado de la tuya, uniéndolas en un solo camino.
Ahora me era aún más difícil desaparecer de tu campo visual, ya que el gigantesco ramo que cargaba en mi mano izquierda no me ayudaba en lo absoluto con dicha tarea, pero aún así aparentemente lo estaba logrando.
Te vi entrar a una pequeña tienda, en la cual te demoraste tan solo unos segundos, comprando la botella de agua que acostumbrabas llevar contigo siempre. Yo no lograba decidir cuando aparecer de la nada detrás de tí y darte la sorpresa, esas adictivas descargas de adrenalina que se sentían tan bien y que a la vez me hacían sentirme enfermo, con náuseas y demás malestares dignos de colegiala enamorada, pero no me importaba, tu lo valías. Eras, o por lo menos, faltaba poco para que fueras mía.
Te detuviste en la banca de un parque, con un verdoso alrededor, se podía respirar un delgado aroma floral en el ambiente, el atardecer le daba tonalidades y trazos multicolores al paisaje en general. Ese era el momento, me decidí a acabar con esta etapa de mi vida de una vez por todas, me acerque a tí por tu espalda, miras tu reloj, ese reloj que te regalé en nuestro primer aniversario de novios. Pareces impacientarte, pasa por mi mente la idea de que, tal vez, de alguna extraña forma sabes lo que estoy a punto de hacer, aumentando mis ya abundantes nervios.
Veinte metros, sólo veinte metros separan mis ya veinte años pasados y mi futuro contigo; sigo mi camino. Quince metros, siento el corazón salirse de mi pecho. Te levantas con la vista al frente y saludas, ondeando tu mano derecha rítmicamente con notable alegría. Él se acerca, te abraza, te besa, intercambian brevemente unas palabras aparentemente simpáticas, no me extraña mucho, así has sido siempre de alegre con todos tus amigos. Él se hinca ante ti. Sigo a tus espaldas. Saca de la bolsa de su pantalón una cajita negra, demasiado parecida a la que se encuentra en este momento abandonada en la bolsa de mi gabardina. Abre la caja, y aquel brillo ciega mis ojos, que al cerrarse, empujan una, una sola lágrima que comienza su trayectoria por mi mejilla. Mueves tu cabeza de arriba a abajo, a mi parecer en cámara lenta. Él se levanta, te mira, te sonríe, te abraza, te besa.
Mi mano derecha hurga en mi pantalón en búsqueda de algo, encuentra su objetivo, lo toma y apunta a mi cabeza. Siento su punta dura y fría recargarse en mi sien. Coloco mi dedo índice en el helado gatillo con mi mirada fija en tu figura sombreada que sobresale del marco multicolor del atardecer en el horizonte.
Aún lo abrazas, giran lentos mientras se sostienen mutuamente. Ahí estaba, esa última mirada que me escupirías, la última vez que admiraría tus ojos, con esa oscuridad que ahora comenzaba a apoderarse de mí.
Comienzo a jalar el gatillo sin quitar mi vista de tu cara asustada y con lágrimas, no las lágrimas que yo esperaba, que yo quería, que yo deseaba apenas unos segundos atrás. No eran lágrimas felices, sino lágrimas arrepentidas, lágrimas de dolor, lágrimas de disculpa, quizá, pero al fin y al cabo, lágrimas que son devoradas por el gato junto a los dos canarios recientemente cazados con sutileza perversa.
Tu boca comenzó a dibujar una mueca un tanto retorcida, me atrevería a decir que diabólica. Escucho una voz lenta y grave que me habla por sobre la superficie de la alberca de desesperación en la cual estaba sumergido, me decía: "No". La lágrima que estaba por caer al precipicio de mi mejilla se detuvo, el sol que en un segundo desaparecería del horizonte, dando paso al reino de la oscuridad, se congeló. Tu boca, tus labios, tu grito es ahogado por un sonido grave y monótono. Intento jalar el gatillo para terminar con todo ésto de una vez por todas, pero no puedo, mi dedo no obedece, esta congelado cercano al cero absoluto.
Llevo dos eternidades en este momento. En mi dedo aún siento la presión del gatillo; en mi billetera aún guardo con recelo tu retrato; en mi corazón, escrito con marcador permanente, aunque con la tinta un tanto corrida, aún conservo tu nombre; y en mi mano izquierda, todavía colgando hermosas, permanecen ahi doce rosas blancas.

-SACC

Texto agregado el 11-11-2004, y leído por 330 visitantes. (0 votos)


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