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Cada vez me cuesta más seguir a flote. Antes me deslizaba sobre el agua, y ahora parece que su interior me atrae. No soporto este ruido ensordecedor, constante, este griterío bullicioso y desordenado. Serpentea por mis oídos, encontrando con facilidad aquellos últimos lugares en mi cabeza donde se instala. Intento taparme los oídos, pero si lo hago me hundo. La luz es cegadora, destellante, molesta. Pero me ocurre lo mismo si intento cubrirme los ojos. No puedo dejar de nadar. Debajo solo queda el mundo prohibido.

Pasan todos muy rápido junto a mí. Los que se percatan de mi existencia, no se molestan en variar su camino. Algunos me pasan por encima, sumergiéndome por unos segundos bajo el agua.

Siguiendo las reglas, cierro los ojos y contengo la respiración durante esos segundos, esperando el momento de recobrar el impulso ascendente y salir al exterior, contaminado, estridente, frenético, donde el calor me agobia, o el frío me consume. Solo queda nadar por nadar.

No puedo dormir. Si lo hago, dejo de nadar, y me hundo. Me siento agotado, sin fuerzas. Cada vez están más distantes las islas donde descansar. Distantes y repletas. En ellas nadie muestra el mínimo interés por mi. Indiferentes prefieren hacerme un vacío a hacerme un hueco. Veo pasar una isla tras otra. Las fértiles están ya repletas. Las áridas se desmoronan cuando intento encaramarme a ellas, desapareciendo rebeldes en las profundidades del océano que me rodea.

Esta vez alguien pasa sobre mí con más fuerza de la normal, o quizá yo opongo cada vez menos resistencia. Cierro los ojos, contengo la respiración. Desciendo más que nunca. Es extraña esta sensación. Toda la vida en el agua, y nunca he bajado hasta aquí. Un momento. Apenas unos segundos aquí, y ya ha desaparecido ese ruido dentro de mí. Solo llega un imperceptible murmullo de la mecánica actividad exterior. El agua me rodea por completo, y entra en lugares donde nunca había tenido tiempo para hacerlo. Entra en mí, casi violándome. Su frescor me proporciona un sensación placentera, de alivio, de tranquilidad, de serenidad, de limpieza. No nos está permitido sumergirnos, y mucho menos abrir los ojos. Con una mueca de sonrisa me doy cuenta que la ruptura de las reglas y las cadenas también me reconforta. Ya me falta el aire. Subo urgente. Abro la boca ansioso de aire sucio unos milímetros antes de llegar a la superficie, y termino la experiencia saboreando el agua clandestina.

Nado durante días, sin rumbo ni destino. Ya no quedan faros. Nado por nadar, intentando evitar cualquier atropello, cualquier accidente que me sumerja de nuevo. No debo hacerlo. Pero el sabor de ese agua, censurada, vedada, retumba en mi paladar. Mis músculos entumecidos no notan ya el cansancio, conocen su deber, y yo no reparo en ellos, solo saboreo el recuerdo de las gotas que conservo bajo mi lengua. Ese recuerdo pelea contra el arrepentimiento por mi falta de valor a la hora de abrir los ojos. 'Eran demasiadas reglas a romper', me justifico. 'No has roto nada, solo te rompes tú', me acuso.

Una vez. Solo una vez más. Me sumergiré una vez más y eso será todo. Abriré los ojos un momento, nuestro momento, el del mundo prohibido y el mío, y regresaré para siempre.

Lo he hecho. Estoy aquí. He dejado de nadar. De inmediato, y como la vez anterior, mi ruido desaparece, el frescor me llena, y mis brazos y piernas se relajan mecidas por las corrientes. No lucho, sino que me dejo llevar. El agua me rodea, me abraza. Ha llegado el momento. Voy a abrir los ojos. Voy a desnudar las profundidades.

Con cierto recelo mis párpados apretados comienzan a relajarse. El agua busca los primeros resquicios entre ellos para desvirgar mis traslúcidos cristalinos. La siento fría. La sensación es de cierta tranquilidad ante lo aparentemente injustificado del miedo, y de extrañeza, al sentir ser tocado en lugares inhóspitos hasta el momento. El recelo va desapareciendo, y la confianza ocupa su lugar.

Intento no moverme, dejarme llevar, fluir con el agua. Mis brazos y piernas bailan la danza preferida del agua. A medida que desciendo la luz es más tenue, pero a pesar de ello mis ojos se acostumbran rápidamente a la oscuridad. Primero brillos y destellos, luego ráfagas de claridad, más tarde luces y sombras. Ya veo formas y movimientos. Todo es mucho más bello de lo que nos habían dicho, de lo que yo mismo hubiera podido imaginar. No quema ni contamina. No ensucia. No duele. Me invita a bailar. Me acaricia. Me besa.

Mis ojos ya están totalmente abiertos, incluso parpadeo como si el aire los resecase. Disfruto, me deleito con el espectáculo que se alza ante mis ojos. Seres singulares, curiosos, indiscretos, formas que aparecen y desaparecen burlando a mis sentidos, juegos de colores nunca vistos en la superficie, sombras, cumbres y simas. Me siento vivo, ágil, como si pudiera volar. Vuelo, decido mi rumbo y llego con facilidad a él. No estoy en el agua, formo parte de ella. He perdido el miedo y comienzo a adaptarme a mi nueva realidad. Danzo con las algas, acompaño a las corrientes, desafío a las mareas, retozo con las olas.

...

Me falta el aire. Desde que me sumergí he esquivado pensar en este momento. Pero ha llegado. Se que necesito el aire, por muy contaminado que esté. Intento apurar los últimos momentos aquí, en el agua, siendo agua. Danzo ya con demasiado esfuerzo y sin empuje. Mi cerebro necesita aire. Aire. Aire. Ya no piensa con claridad. ¿Y si probase a respirar agua? No, no. eso no es posible. No nací pez. Necesito aire. He de ascender. Rápido. Ya.

Como si deseara tener una última imagen que retener en mi húmeda retina y en mi recuerdo, miro hacia abajo. Hacia las profundidades. Están tan cerca. Tan cerca. Un pequeño impulso y podría posarme sobre ellas. Arriba el aire, abajo el final, el principio del mundo prohibido. ¿Me daría tiempo? ¿Podría tocar el fondo antes de salir, antes de regresar a la eterna superficie?

No hay tiempo para pensar. Arriba o abajo. Decide. Ya.

Bajo. Bajo más. Bajo mucho más. Y el fondo parece bajar conmigo. Se nubla la vista. Se apagan los ojos. La luz apenas llega. Ya no sé cuanto queda. La presión en mi cabeza. La urgencia en mis pulmones. Un último destello de lucidez para darme cuenta de que es demasiado tarde para arrepentirse y volver atrás. Solo me queda bajar.

Ya no veo, solo siento. El agua es más fría por aquí. La presión en mis oidos. El ruido de mis latidos atronando mi cabeza, y mis pulmones... mis pulmones explotando necesidad. No llego abajo, no alcanzo el fondo. Necesito respirar... lo que sea.

Respiro. Abro la boca. Aspiro profundamente. El agua me inunda por completo. Encharca mis pulmones y mis secretos. Ya soy más que nunca agua, por dentro y por fuera. Dejo de agitarme. Sin ver. Sin oir. Sin moverme. Siento como mi alma se ahoga y mi corazón descansa. Desciendo lentamente recostado sobre el agua, como si una mano me acercase a mi final. A mi destino.

Suave. Esponjoso. Blando. Acogedor. Esos son mis últimos sentimientos al tocar el fondo, al abrazarlo, al fundirme con él. Ya somos uno. Ya no hay premuras. Ya no hay castigos. Esa fue mi voluntad y ese mi destino. Ir a ti.

Texto agregado el 10-11-2004, y leído por 1002 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
26-05-2006 ME FASCINÓ. NO ESTABA LEYENDO SOBRE ALGUIEN QUE NADABA, YO ESTABA EN EL AGUA SABOREÁNDOLA, SINTIÉNDOLA, ASPIRÁNDOLA, SINTIENDO CANSANCIO, SINTIENDO FRIÓ, SINTIENDO COMO CADA PARTE DE MI CUERPO SE CANSABA Y SE RESOLVÍA HA CONTINUAR, SINTIENDO LA TENCIÓN EN MIS MÚSCULOS Y LUEGO LA INCREÍBLE TRANQUILIDAD DE DESCANSAR SIN PREOCUPACIONES NI REGLAS SIMPLEMENTE DESCANSAR EN EL FONDO. ESO FUE MARAVILLOSO AMIGO. MIS 5 ESTRELLAS SERENDIPIO
10-10-2005 AAAAAAAG.. necesito un boca a boca, ajaja..carajoooo!! .. un susurro* susurros
29-01-2005 Es fascinante como atrapas al lector, como lo llevas de la mano, hasta el final. Me gustó mucho. orlandoteran
11-12-2004 haiduc, es perfecto!!!!!! suave, agradable...siempre los grandes placeres nos ocacionan la muerte... el problema es que yo aun no me decido :P marisopa
 
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