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Inicio / Cuenteros Locales / lowenghard / La Rosa Negra -parte I-

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El grupo estaba en secreto, cantando en voz baja, como susurrando, sus letras que desequilibraban todo el medio plástico. Era una noche fría, con frondosos árboles que ni siquiera los pájaros podían posarse por su espeso egoísmo, muchas personas que caminaban alrededor de una fogata que emitía una raquítica luz, y que sólo la usaban para darle un aspecto de ceremonia a su tan extraña reunión.
El cielo estaba nublado, de un color desconocido se pintaba la noche, donde se daría comienzo a una “nueva era del pensamiento”, según creían aquellos personajes que danzaban lentamente como guiados por una música imperceptible. Con túnicas de color escarlata y capuchas negras, se convertían en horribles criaturas que después de hacer la ofrenda inicial, la oscuridad se espantaba de sus rostros y se les iluminaba el semblante por la respuesta que les daba la luna. Su apecto físico no cambiaba, pero sus movimientos indicaban que les estaba ocurriendo algún tipo de transformación. El cielo cada vez más se despejaba, como si las nubes fueran absorbidas por una energía cósmica que desea y se realiza. Extrañamente se incorporó un canto malicioso, que poseía una voz de tres tonos, y que salían del mismo individuo, pero que interpretaban distintos pensamientos, distintas palabras, distintos significados, independientes una de las otras.
La oscuridad pronto se combinaba con el canto, las dieciséis personas con la naturaleza del entorno. Todo cuanto había, se confundía con una dimensión que paralelamente se descalibraba de su plano existencial. De pronto se apaciguó la llama del centro, y lentamente comenzó a aparecer una rosa negra que subía a la vista de cada uno de los profesadores. Una calma inmediata llenó todos los rincones del lugar, y el aire se descomprimió en un haz de luz, logrando que toda existencia lo utilizara nuevamente. La rosa se desplomó al suelo, pero sus pétalos seguían intactos, fuertemente arraigados a su ser. Uno de los encapuchados, que arreglándose su vestimenta para que luciera apropiada a la ocasión, recogió la rosa del suelo y la alzó a los cielos oscuros y que nublados otra vez estaban. Inmediatamente una fuerte lluvia comenzó a caer, deseperada, fría y lastimosa, que dañaba el verde césped por su agudeza, por su malintención. Mas la rosa, que aún se alzaba delante del trono de la lluvia y viento, no sufrió daño alguno; la lluvia no logró tocar sus finos pétalos y sus amenazantes espinas, y ni siquiera el viento que arrazaba con ramas de árboles, y que a más de alguno le voló la capucha de su cabeza, pudo derribar a la rosa que orgullosa se alzaba hacia la altura. El canto extraño del que sostenía la rosa le dió fuerzas a esta, le dio vida a esta, y que ahora se precipitaba a flotar en la espesura nocturna.
Elevandose, movida por una fuerza psíquica, se sostuvo verticalmente para exponer su hermosura y su maldad. De súbito se detuvo, y se lanzó hacia las manos del hombre que en alto sostenía. El rostro se descubrió tras caerse su capa, manchado con sangre de sus propias manos, que evidentemente quizo salir al mundo tras recibir la fuerte herida de la rosa, que ahora yacía intacta, enterrada en las palmas de sus manos, atravesando una por sobre la otra.
Una risa esquezofrénica invadió el lugar; el hombre herido por su propio engendro se reía a carcajadas, y con sus ojos mirando el esplendor que la rosa le ofrecía. Nada quedaba de esperanzas, nada había ya de lo que antes existió. Inmediatamente todos contemplaron al hombre, e inclinándose reverencialmente ante el poderío de la sangre escarlata manchada por la fuerza del poder. La lluvia seguía cayendo fuertemente, y en cada segundo que pasaba, más demostraba su desaprovación y enojo ante tal osadía que la luna contempló y clamó en respuesta de la petición de los hombres por ayuda. La fogata seguía viva, y la lluvia no podía tocar sus lenguas de fuego, que se burlaban con palabras malditas de un lenguaje arcano y malsano.
El hombre no dejaba de reír, pues estaba en su éxtasis. Todos los presentes comprendían la magnitud de la memorable noche. “¡Una nueva era ha surgido, y la oscuridad ha vencido!” –clamaban con voz de trueno y tenebroso regocijo, mientras el hombre con la rosa negra clavada en sus dos manos seguía riendo e insultando al cielo-.

Texto agregado el 10-11-2004, y leído por 269 visitantes. (0 votos)


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