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Digamos que, caminaba un día Dios bastante sólo y por lo tanto aburrido, cuando por esas cosas del destino o de la suerte, como prefieren llamarla otros, encontró, en una esquina del universo, una gran paleta de pintor, una colección de pinceles y algunos tarros de pintura. Muy entusiasmado decidió dibujar algo; una gran bola amarilla de líneas naranjas y rojas fue lo que primero que se vino a su cabeza y entonces surgió de su espíritu la más grande de sus ideas. Así fue, que lanzando aquella bola al infinito, ordenó: “Haya luz”, y la gran esfera entró en llamas produciendo luz. Dios vio que la luz era buena y que ya no era necesitaba tener encendida la linterna, y separó aquella claridad de las tinieblas. Dios llamó a la luz “día” y a las tinieblas “noche”. Amaneció y atardeció el día primero.

Al día siguiente, Dios bajo muy temprano a la Tierra para seguir jugando con su nuevo invento, el cual había escondido por si alguien más lo encontraba. Pero al descender sintió que la Tierra no era tierra sino agua, y como él estaba en alpargatas, quiso prevenir algún resfriado, decidiendo entonces, separar las aguas, unas de otras, y crear un firmamento en medio de ellas. Amaneció y atardeció. Fue el día segundo.

Dios dijo: “Júntense las aguas en un sólo lugar y aparezca el suelo seco.” Y así fue. Dios llamó al suelo seco “tierra” (pues así decían que se llamaba el planeta) y a la masa de agua “mar”. Y Dios vio que todo era bueno, así que muy contento se dirigió a contemplar su primer atardecer a orillas del océano. Pero al sentarse sintió la tierra algo dura e incomoda, por lo que tomó un puñado de polvo en sus manos, y elaboró semillas de toda variedad. Regándolas por los campos formó pastos a manera de tapetes, sembró árboles que proporcionaran sombra y llenó los suelos con frutas, hortalizas y verduras, colocándoles a cada una semillas dentro. Tomó la pintura verde, algo de café y se puso a pintar el césped. Una vez manchado de pintura, no le importó seguir en esas, así que, pintó de varios colores a las flores; las adornó con perfumes; les introdujo a cada una, con supremo cuidado, polen; y se encargó de que despertaran siempre en primavera. Ahora sí, recostado sobre el pasto, bajo la sombra de un árbol y disfrutando un maracuya, Dios contempló su primer atardecer; quedando tan fascinado que durmió ahí toda la noche y parte del amanecer del día tercero.

Al despertar, recordó Dios que aunque el atardecer había sido maravilloso, la noche estuvo algo oscura (aburrida por decir). Tomó papel y lo fue cortando a manera de estrellas, las cuales pegó una por una en el firmamento, asegurándolas con un poco de cinta y alambre no corrosivo. Gustoso con lo que hacía, junto algunas de las estrellas en sitios especiales, dándoles el nombre de constelaciones. Con gran imaginación fue dándole forma a cada una de estas; Apus, Aquarius, Cassiopeia y Orión, fueron algunos de los primeros modelos que antecedieron a otros tantos; que no sólo alumbrarían las noches desiertas, sino que servirían como signos para distinguir tanto las estaciones como los días y los años. Atardeció el día cuarto.

Muy temprano al despertar, Dios escuchando el clamor de los mares que promulgaban soledad y tristeza, tomó una célula en sus manos y colocándola en el océano, le pidió que creciera, se multiplicase y adoptara diferentes formas. Es así, que la célula generó al comienzo organismos muy parecidos a ella, pero que poco a poco fueron uniéndose, y configurando seres más grandes. Esponjas, corales, platelmintos, moluscos y anélidos se fueron formando ante la mirada entusiasta de Dios. Él, personalmente, con brocha en mano, careta y snorkel, coloreó cada uno de los seres que se iban desarrollando. Poliquetos, pulpos, ostras, calamares y cangrejos recibieron pinceladas de una amplia gama de colores y tonalidades. Cuando empezaron a crearse los primeros peces, Dios ya con poca pintura, optó por pintarlos a todos (mejor dicho, a la gran mayoría) de color plateado; pero a cambio les obsequió a cada uno un don en especial. El pez vela obtuvo velocidad, el pez volador la oportunidad de planear sobre las aguas, el pez murciélago que no quería nadar, unas patas para andar por el fondo; la anguila pudo generar electricidad y el lenguado (que sin querer Dios pisó mientras decoraba un coral) la posibilidad de mimetizarse en el fondo marino. Colocó Dios, guardando un equilibrio, atunes y sardinas en gran cantidad, mojarritas en lagunas, mientras le pidió al tiburón ballena que a cambio de su tamaño, se alimentara con mesura. A los salmones les dio el don casi literal de saltar para alcanzar sus primeros hogares y aconsejó a los caballitos de mar no alejarse mucho de las praderas.

Ese mismo día, Dios exaltado por lo realizado en las aguas, decidió llenar los cielos con toda clase de aves. Picos y garras fuertes, poderosas alas, hermosos plumajes, delicadas bocas capaces de succionar el néctar de las flores, largas patas. En fin, pájaros grandes o minúsculos, todo un cosmos de aves en un abrir y cerrar de ojos. Sólo se demoró con los pingüinos, a quienes vistió elegantemente, prefiriendo a última hora darles aletas a cambio de alas (por cuestiones de estética según dicen). Amaneció y atardeció el día quinto.

Dios quiso darle a la tierra animales que pudieran correr, saltar, volar y jugar libres por ella. Y así se hizo. Fue en esta labor en la que más tiempo empleó, pues eran muchas las especies de mariposas de colores que tenía en su imaginación. Además todavía no era muy hábil con el barro, así que queriendo hacer algún animal que su imaginación pedía resultaba haciendo otro. En algún momento, buscando moldear un jaguar, se le pasó la mano en el cuello, el cual hizo largo y delgado, y le tocó hacer una jirafa. Cuando quiso darle forma a una serpiente, le salió la trompa de un elefante, y ya le tocó completar el resto. Pero no le importaba, pues se reía con cada nueva idea, y cualquiera podía darse cuenta que disfrutaba y amaba lo que estaba haciendo. Se preocupó por sus criaturas, dedicándoles el resto del día a escucharlas y concederles sus peticiones. Gracias a ello, los animales que vivirían en los polos gozaban ahora de hermosos abrigos que los protegerían del frío, los reptiles ostentaban pieles fuertes que soportarían el continuo maltrato que significa estarse arrastrando; las cebras solicitaron vestirse de rayas para camuflarse entre la hierba, felinos y caninos se pusieron de acuerdo para solicitar una buena audición y un mejor olfato. Los elefantes se contentaron con grandes cuernos para poder jugar tenis con los árboles caídos; mientras los hipopótamos sólo desearon una gran charca y los chimpancés tres bananos y algo de queso. En fin, todo fue creado meticulosamente: animales hermosos y de radiantes colores pero mortales, animales pequeños como las musarañas, otros gigantes y descomunales. Algunos obtuvieron el don de poder esconderse fácilmente; otros de reproducirse como conejos (los conejos se sonrojaron por la comparación, pero no protestaron pues estaban “algo ocupados”); mientras que algunos vivirían por mucho tiempo. Se esmeró tanto Dios en crear perfecto al mundo, que pasó varias horas convenciendo al Panda, quien no hacía más que alegar que se parecía más a un peluche que a un oso verdadero.

Caía ya la tarde cuando Dios recordó crear una criatura los suficientemente inteligente como para coordinar todas las actividades del paraíso mientras él estuviera ausente. Entonces tomó arcilla, y como no sabía como hacerla, decidió moldearla a imagen y semejanza; les dio un soplo de vida y, dejando a sus nuevas criaturas recostadas frente al mar, las cobijó, les dio un beso en la frente y se fue a descansar... día sexto.

A la mañana siguiente, Dios acudió al estadio para arbitrar un partido de fútbol entre serafines y arcángeles. En la tarde jugó baloncesto por un buen rato, terminando la noche cantando alrededor de una fogata.

Estaba muy tranquilo Dios jugando con un cometa cuando un querubín le advirtió de problemas en el paraíso. Aprovechando el mismo cometa para viajar a la tierra, Dios encontró al hombre sentado en una roca contando grandes sumas de dinero, quien al verlo le agradeció humildemente todos los favores recibidos. Besándole los pies le dijo:

-“Señor, señor. Eres digno de alabanza, a ti todo el poder y la gloria. Yo que del barro nací y tú me has hecho rey del mundo. Amo y señor de la creación, jefe de todo lo que me rodea. Me has obsequiado maravilloso regalos: elefantes con grandes cuernos los cuales he utilizado para hacer mesas, camas y lujosos collares; focas y osos con lo que he fabricado abrigos, reptiles que tienen una piel perfecta para bolsas y maletas. He utilizado los corales que tú abandonaste en el mar para moldear joyas y ganchos para el pelo. Como sé que he de ganarme el pan con el sudor de mi frente, desde temprano he puesto a trabajar a las bestias llevando carga y arando los terrenos... Pero no todo ha sido para mí. Es más, pensando en transmitir tu mensaje he construido grandes templos para adorarte. ¿Ves como allá en medio del bosque he talado una gran zona? Ahí levantaré una catedral mi Dios.

Aunque todo lo has hecho a las mil maravillas, debo decirte que yo también he puesto mi granito de ingenio en esta cruzada creacionista. Esta mañana inventé un revolucionario método de pesca, que ni siquiera tú hubieras imaginado. Basta con lanzar unos cuantos materiales a un río, esperar unos minutos para que se ponga negro, que produzca cierta ebullición y algunos olores extraños sean exhalados desde el fondo. Cuando todo esto se presente ¡puf!! por arte de magia los peces emergen y empiezan a retorcerse en la superficie, donde se quedan finalmente quietos. El método es tan bueno, que me he puesto a colorear la mayoría de ríos con tan fabulosos resultados que ellos mismos han empezado a pintar el mar.
A propósito y que pena decírtelo Dios. Pero has metido la pata al poner esos pumas, leones, tigres y otros bichos de esos. Hace rato encontré unos cuantos persiguiendo a un venado, el cual no hacía más que correr de un lado a otro como desesperado. Yo como rey de la creación no podía permitir tal asesinato, así que he cogido a esos monstruos y los he partido en dos, guardando sus cabezas en mi sala, como símbolo de la pacificación que pienso imponer en el Edén. Pero eso no es lo peor, al poco rato llegó uno de esos haraganes buenos para nada, que sólo se la pasan tocando el arpa todo el día; a decirme que era normal que el grande se comiera al pequeño y otras ideas raras sobre cadenas alimenticias y leyes de supervivencia, además de otras mentiras que por supuesto no le creí. Lógicamente, no podía soportar que alguien venga a hablarme de violencia como algo natural, así que le he metido un piedrazo en la frente para que aprenda que sólo el amor es el camino.

Es por eso señor, que mi mujer y yo hemos decidido dedicarnos sólo al sexo, formando así, lo más rápido posible, incontables ejércitos de paz, para llevar tu palabra a cada rincón de la tierra. Y en medio de guerras santas educar por la espada a los pobres de corazón. Sólo piénsalo Dios mío... las maravillas que podrían hacer miles de personas que tengan los mismos ideales que yo tengo... pintaríamos no sólo los mares, sino también los cielos y la tierra; podríamos talar más zonas inservibles para construir ciudades llenas de comercio. Entre todos seríamos capaces de extraer las riquezas que dejaste botadas en la tierra, abrir grandes agujeros para succionar la energía del planeta y una vez vacíos, arrojar ahí todo lo que ya no sirva. Entre varias familias, la monotonía de la caza por alimentación pasaría a ser deporte, con lo cual se llenaría de incontables emociones nuestros safaris. Varios de nosotros seríamos capaces de controlar todo el universo y así tú, mi señor, podrías descansar o mejor aún jubilarte, cediéndonos todo el poder a nosotros, tus hijos...”

Dios miró al hombre por largo tiempo algo estupefacto y sin articular palabra alguna, se limitó a señalar un manzano que se encontraba cerca. Le pidió que bajo ninguna circunstancia probara de ese fruto o sería expulsado del paraíso. Sin decir más se alejó del hombre bajo la excusa de una cita. Fue así, que con lagrimas en los ojos y la esperanza perdida en algún rincón del ombligo, aprovechó un descuido del hombre para acercarse a él transformado en una serpiente.

Texto agregado el 10-06-2003, y leído por 912 visitantes. (1 voto)


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