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Pacheco, ya casado y con hijos, atendía su local y con el solventaba todos sus innumerables gastos. Pero ya casi todos sabemos que este tipo desafía las leyes universales, hace pactos con diversas deidades y cancela sus deudas a quinientos años plazo. Como la muerte es su leit motiv, esa tarde llegó nuevamente aquella ósea dama para cobrarle una vieja deuda. Esta vez la parca lo atacó a mansalva y el pobre cayó como piedra sobre una silla, la cual, sin tener arte ni parte en este asunto, quedó toda despaturrada al lado del occiso.
_Manso castañazo- dijo una señora, que arrancó a todo lo que le daban sus piernas, asustada por esa muerte tan imprevista. Los curiosos se arremolinaron delante del cadáver provisorio del Pacheco aquel que precisamente en esos momentos viajaba a velocidades infinitesimales en una dimensión que él ya se conocía de memoria. Después de haber recorrido una punta de megaparsec, dobló a la izquierda y allí se internó por un intrincado túnel, el cual derivaba a una zona un poco grisácea que contrastaba con lo negro del espacio exterior, que por lo conocido para Pacheco, ya era, más bien, espacio interior. Se dio cuenta que había luces encendidas por lo que se introdujo en esa espaciosa estancia para ver la posibilidad de alojar por aquella noche, algo ocioso de todos modos porque en el universo la noche es eterna. Un señor de aspecto quijotesco salió a recibirlo y le solicitó su salvoconducto. Se recordó que andaba trayendo en su bolsillo trasero su carné de socio de un video club y cuando metió su mano en dicho bolsillo, se dio cuenta que lo había extraviado, pero en cambio encontró un boleto de Kino que, con lo quemado, era bien posible que estuviese premiado. El tipo le mostró un sillón para que se sentara y le dijo que el dueño de casa se encontraba fuera ya que por esos días asistía a una convención intergaláctica. Pero, atento en todo caso, le pidió que tuviese la paciencia de esperarlo porque le había dicho que iba y regresaba y que en menos que cantasen unas diez mil generaciones de gallos, el estaría de nuevo allí para atender su boliche. –Eso es lo de menos- dijo Pacheco. Lo que me interesa por ahora es pegar una pestañada, así que le voy a pedir por favor que me preste una cama mullida y en unos mil años más me despierta para cuando ya haya llegado el dueño de casa. -Perfecto mi señor. La habitación se le preparará de inmediato y sólo me interesa saber si la va a querer con vista a Ganímedes o a las Nubes de Magallanes.
-Mire- le dijo el visitante, -me da exactamente lo mismo hacia donde tenga vista, aunque a mi me gusta bastante el mar así que por favor, búsqueme una con vista a los mares de la luna.

Saldada esa cuestión, Pacheco se arrebujó entre los vellones de nubes y durmió hasta que le dio puntada. Curiosamente, soñó que era un importante príncipe de las tinieblas y que en sus poderosas manos de encontraba la circunscripción de los siete soles, zona en la cual se encontraba también la madre tierra. Ante sus ojos desfilaban eminentes personajes para ser juzgados por él. Muchos lloraban y se arrastraban a sus pies pidiendo clemencia, entonces él sopesaba sus acciones y de acuerdo a una suma que aparecía en una especie de ábaco, eran destinados a sus próximos destinos. El peor castigo era regresar a la tierra ya que todos sabemos que este es el verdadero infierno, infectado con depredadores, contaminantes químicos, contaminantes de mente y políticos que también pueden considerarse en ese grupo y de allí que Pacheco la visite sólo muy de paso, encarnado siempre como ese personaje chambón que se aburre luego y regresa a su siesta de mil años. Pero esta vez, entre todas las cosas, conoció la paternidad y le gustó bastante esta experiencia aunque de alguna ínfima manera le incomodaba el atarse a los terrenales sentimientos. ¡Vaya contrariedad! Cuando habían transcurrido unos quinientos años, recordó que uno de sus hijos lo había invitado a un concierto de guitarra para la tarde siguiente. Entonces, hizo un break en su reposo y despertó de un salto, se despidió del amable empleado y regresó en un viaje alucinante a ese pasado puntiagudo en el cual su intrincado corazón se iba a negar a seguir latiendo. Llegó justo cuando el coágulo estaba comenzando a formarse en una de sus vasos sanguíneos. Entonces, raudo y certero, como no lo era nunca, alcanzó a tomarse una centena de aspirinas y caso resuelto. (Ojalá Aspirina Bayer lea este cuento y envíe su colaboración pro financiamiento de las próximas reencarnaciones de Pacheco).

Al día siguiente, el hombre, sensibilizado hasta la médula de sus huesos y moqueando como un chiquillo, escuchaba como su hijo mayor pulsaba con sus magistrales dedos el Concierto de Aranjuez, tema que hasta el finado Joaquín Rodrigo habría ovacionado, al sentirse tan magníficamente interpretado…



























Texto agregado el 25-10-2004, y leído por 342 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
26-10-2004 Me gusta mucho tu narrativa, es perfecta, limpia y tu imaginación sin par. Ahhh qué Pacheco, de la muerte a un concierto de Aranjuez. Muy lindo. meci
26-10-2004 Pacheco parece encontrarse en perfecto dominio de su libre albedrío, pero... a veces se lo llevan al otro lado, para recordarle cuáles son sus obligaciones... Entretenido relato. Un abrazo. neusdejuan
26-10-2004 sumamente interesante y como siempre escrito con maestría y una imaginación prodigiosa india
26-10-2004 Me gusta Pacheco que decide morir, vivir o dormir cuando le apetece, me encanta su actitud hacía la vida, desprendida, como de quien no le da importancia por que sabe después de la muerte hay algo mucho mejor, buen cuento, imaginativo, dulce, divertido, me encantó yoria
25-10-2004 Una imaginación de prodigio. Igual pones la bueno de Pacheco mirando a Ganímedes, que echando lagrimones con el concierto de Aranjuez bien entonado por su vástago. Fascinante de punta a punta y el anuncio de Bayer, magistral. Una aspirina de efecto luz. Envíame unas cuantas de esas y las patentamos. Vamos mitad a mitad. Un abrazo. rodrigo
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