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Tic tac
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Tic

El ritmo cadencioso del viejo reloj de pared se detuvo al mismo tiempo que su corazón. Y nadie pudo volver a ponerlo en marcha. Como su propietario, el reloj había muerto.
Sus piezas estaban intactas
Sus engranajes, engrasados.
Sus pesos y contrapesos, en su sitio.
No había rastro de humedad u oxido en la maquinaria.
Y sin embargo, no funcionaba
Los familiares del viejo Nicolás, el propietario, lo llevaron a los mejores relojeros de la provincia, pues el Viejo Reloj Laforget, con su caja de madera de caoba lacada, sus herrajes y emplomados, sus labrajes y tallados, era, sin lugar a dudas, un reloj estupendo, una antigüedad por la que cualquiera pagaría encantado una buena suma de dinero.

El viejo Nicolás compró el reloj a su mujer como regalo de boda (aunque ella hubiese preferido una casa más grande, o unas sábanas de hilo), y se gastó en el reloj un autentico capital. Vino un técnico de Suiza a montarlo, calibrarlo y asegurarse que funcionaba a la perfección, y el técnico pasó un dia entero ataviado como un doctor, con un estetoscopio y un montón de herramientas diminutas, como de juguete, con las cuales trasteaba en la maquinaria del reloj de una manera sutil, exquisita. Cuando terminó, aseguró a Nicolás y a su mujer que el reloj jamás atrasaría, a lo sumo, medio segundo cada cien años, y con una reverencia, se marchó .

Pronto el reloj se hizo un hueco en la familia, y su figura ocupaba las tardes tranquilas de invierno, donde, mientras Nicolás leía algún libro, su mujer cosía la ropa del futuro retoño. Cuando daba las horas, su melodía (din-dan-din-don), tan regia, flotaba en el aire como un perfume. Y el reloj marco los minutos, que se hicieron días, y dias que se hicieron años, y un dia, el pequeño David, con un destornillador, le hizo un arañazo en la caja (que aun hoy puedes ver).
Y las tardes pasaban.
Tardes de merienda, de deberes en el comedor, de cálidos rayos de sol filtrándose por las cortinas en los días del crepúsculo del verano. Y David fue creciendo. Y las horas siguieron pasando contadas por el infalible “din-dan-din-don”, tan familiar que hasta los vecinos lo encontraban reconfortante. Y Nicolás y su mujer María se fueron arrugando, y la cabeza se les llenó de canas. Y David se hizo un hombre. Y un dia, David se fue a la guerra (no importa cual, todas son iguales), llamado por su país, y no volvió más. Y ese dia a María se le secó el corazón como una hoja en otoño. Y cada dia, cuando limpiaba el polvo del reloj, una lágrima surcaba las arrugas de su rostro al ver el arañazo que un dia David hizo al reloj con un destornillador (que aun hoy, puedes ver).
Y llegó el dia en que María no se levantó de la cama. Nicolás se despertó, y a su lado, fría, vacía, ausente, mirando al techo con los ojos abiertos, estaba su mujer muerta.
Y entonces se quedaron solos, Nicolás y el reloj. Y la soledad era tan grande que, poco a poco, Nicolás empezó a hablar con el reloj, como a un amigo, como a un hijo, y le contaba cosas en las noches vacías de sueño, y le daba palmaditas en la caja, y cuando se veía invadido de la profunda tristeza que da el verse solo, viejo y cansado, Nicolás le hablaba muy bajito, con la voz velada por las lágrimas, y le decía “viejo amigo, viejito, ¿por qué se fueron sin nosotros?”, y el reloj daba la hora, con su “din-dan-din-don”, que sonaba más familiar que regio, sonaba como una frase de apoyo, sonaba como “no llores amigo”. Y aunque el técnico dijo que atrasaba medio segundo cada cien años, había veces que tocaba su tintineo varias veces seguidas, cuando Nicolás estaba más triste.
Y otro dia, Nicolás tampoco se levantó de la cama. La mujer que venia a hacerles la limpieza, se lo encontró abrazado al retrato de su esposa, muerto. Y el reloj estaba parado. Y siguió parado. Hasta que se cansaron de él. (¿Quién necesita un reloj que no funciona?)
Y lo subieron al trastero.
Y allí sigue.
Solo.
Polvoriento
Abandonado
El viejo reloj
Parado
Melancólico.


(Pero aún hoy, si lo miras con atención, podrás ver el arañazo que un dia le hizo David con un destornillador)





Texto agregado el 25-10-2004, y leído por 721 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
10-11-2005 Me ha recordado a Don Germán, el reloj de mi casa que igual que el de Nicolás nos acompañó con sus campanadas en tantos momentos de nuestra vida: Y aún, en los últimos tiempos que compartió con nosotros cuando aún seguiamos juntos, él tocaba al son que mejor le parecía y a nosotrops nos parecía estupendo. Actualmente, aún preside el salón de la casa de mi hermana en otra ciudad distinta a la que le vió nacer. No funciona, pero sigue siendo Don Germán... un beso eloisa
09-09-2005 Muy original, además que es muy buena la narración, es un cuento con muchos mensajes. ATrapas al lector. ***** fabiangs
21-07-2005 Me ha encantado, el reloj cobra vida en tu relato hasta convertirse en el corazón del viejo Nicolás. Enhorabuena Alejandro_1007
06-06-2005 Lo he vuelto a leer después de varios meses y me volvió a emocionar- saludos pink-panther
03-03-2005 Casi lloro =( Desleal
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