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Magda solía ir a jugar al casino, una vez por semana. Si bien ahora, por una molestia en el estómago, hacía rato que no iba; hoy, había decidido probar algo de suerte. En su solera blanca, de escote con encajes, recorrió al salón en busca de una mesa, desprovista de tanta gente a la espera de una salvación, ya que ella sólo jugaba por placer. El groupier la recibió, más atento que otras veces, con su traje impecable que le caía sobre el cuerpo, a modo de guante. Le llamó la atención, tanta amabilidad, ya que si bien, la conocían por su asiduidad, no recordaba haberlo visto. Se instaló en la mesa siete, desplegando un abanico de fichas en todas direcciones. Y, a la voz de “no va más”, su mirada se perdió en los círculos desesperados, que la bolilla recorría velozmente. El primer número de la suerte, fue el cero, al que pocos le habían apostado. Luego, salieron reiteradamente, los de la primera docena. Magda sintió un sabor amargo, que le recorría el paladar de la boca, paralelamente que se le ramificaba por sus venas. Aún, no había ganado un solo pleno en la contienda, y su cuerpo, ya comenzaba a pesarle. Trató de distenderse, observando las caras de los demás jugadores; la mayoría, parecía haber salido de una odisea del espanto, con sus facciones rígidas, marcadas en una suerte de gestos ansiosos, que no daban paso a la sonrisa. El groupier, continuaba con su ritual diario, haciendo y deshaciendo el manto colorido de las fichas, sobre el paño de la mesa. Magda, comenzó a sentir cada vez más lejanas las voces de la gente, junto a los ruidos del plástico chocando unos con otros. Ahora sonaban como un murmullo de grillos, que después de la llovizna, se disipaban en una brisa suave, sobre sus oídos. Cada número que salía, era como un nuevo casillero, que se abría dentro de su azar. Había inventado un código distinto, que identificaba a cada dígito, con una nueva realidad; a la vos de 3, su mente accedía a una felicidad plena; con el 9, el sufrimiento le rondaba a cada paso; o con el 5, la indecisión se apoderaba imprevistamente, de su cuerpo. Hasta que en una última apuesta, la bolilla volvió a girar, casi imperceptible a sus ojos. Allí pudo recorrer un laberinto de infinitas posibilidades; nerviosa, y justo cuando esa molestia en el estómago, comenzaba a hacerse sentir; una voz, en la sala siete de operaciones, decía a sus colegas: -“ Gracias a Dios, doctores, el resultado de la intervención quirúrgica de urgencia a Magdalena Flores, ha sido todo un éxito”.

Ana.

Texto agregado el 09-10-2002, y leído por 742 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
13-01-2003 No me gusta tanto este estilo tuyo, pro lo importante es que el cuento es muy bueno y redondea con el final inesperado.Besos gatelgto
10-10-2002 Perdona "inconsciencia"... BERTA
10-10-2002 El estado de semiincosnciena produce a veces estas sensaciones, creo que está muy bien descrito y es original. Felicidades. BERTA
 
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