Si tengo que echarle la culpa a algo de todo lo malo que me pasa, se la echo al tiempo. O por lo menos al mío. A mi tiempo lo llamo timing que en este caso es el peor de todos. Es verdad que las buenas oportunidades son pocas en la vida y que sólo hay un par de momentos dorados en la historia de uno. Pero ¿qué puedo hacer yo si para colmo estos momentos mágicos se me presentan en la peor de las circunstancias? ¿Por qué no pudiste llegar en otro momento? Maldito sea mi reloj interno. Malditos mis minutos que andan descompasados con los de los demás. Maldito el día en que caminé fuera del tiempo y llegué siempre tarde a donde quise llegar.

Me eché en mi cama dispuesto a olvidarme del día. Se me cruzó tu imagen unas cien veces más de lo que pude soportar y decidí salir a caminar. La noche estaba un poco más fría que de costumbre. No pasaban muchos autos como pensé, considerando que era sábado y de noche. Hoy quiero bulla pensé. Lo que sea que me distraiga del constante recuerdo que tengo de tu imagen. Tú riendo, tú hablando, tú despertandome con un mensaje de buenos días, tú deseándome dulces sueños, tú haciendo puchero porque te cambié la canción, tú mirándome y provocando un escalofrío incontenible en mi espalda. Tú, tú, tú. Un dardo envenenado tras otro y tu nombre que se me seguía colando por la sien.

Seguí caminando y ni un solo auto pasaba por la avenida. A la mierda pensé, hoy el mundo está confabulando para no dejarte de ver. Me metí a un parque y escuché que a lo lejos un borracho andaba declamando como loco una poesía de Eielson. Me escondí bajo la sombra de un árbol y es cuché: “…decirte nuevamente que te adoro que te adoro que te adoro que tu corazón y tu sexo son la misma cosa con sabor a paraíso…" "Eres un cabrón Eielson eso eres, un cabrón” grita con placer el borracho y avienta el libro contra una pared. Lo recoge del suelo, lo limpia un poco, balbucea que la noche todavía da para una chela más y se va como quien no le debe favores a nadie.

A mí el poema ha terminado por destrozarme el pecho y por fin me doy cuenta de lo incontenible que se ha vuelto la hemorragia de tu nombre. Me tiré en el pasto húmedo y traté de buscar alguna estrella para bautizarla de nuevo mientras oía cómo se me iban partiendo los cristales por dentro. No se si pasaron minutos u horas. Sólo se que empecé a llorar bajito odiándote y odiándome por no poder llegar a tiempo al mismo lugar. Me dormí y cuando desperté me sentí un tanto más ligero. Tenía la boca seca y un dolor de cabeza que me hizo olvidar por un momento la herida mortal que llevaba en el pecho. Caminé de vuelta hasta la casa sin querer mirar el lugar donde la pena había de nacer. Esa pena habrá de ser mi compañera hasta el día en que decidas hacer algo con mi reloj interno y ajustarlo a tu tiempo. Sabes, quisiera contigo dejar de sufrir la patología del desfase de tiempo.