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Bien Mauricio, la verdad es que a mí me cuesta mucho escribir, jamás fui aficionada a esto. Presta atención mientras contemplas tu propia historia. Eres joven, muy joven, alguien que acaba de comenzar en la universidad, Mauricio. ¿Por qué ese nombre? Tu bien lo sabes. Veamos lo que va resultando de tus actos y esperemos que se adecuen a tu nombre. Tu nombre es bastante extraño y extravagante. Un poco como tú: distinto, raro a veces, orgulloso, tímido, pero simpático; en fin, un poco de todo. Como tú sabes, se adecúa tu nombre a lo que recuerdas sucedió.

Sitúate en una acera llena de gente, hace apenas unos segundos que saliste de la Facultad, ¿cuál?, debieras saberlo, pues acabas de salir de ella. Está bien, vamos a poner que es una carrera como estadística. Así que acabas de salir de la Facultad de Ciencias. Sales y, mientras miras el reloj, estás tratando de sacar pecho, un poco por entrar bien en escena entre los transeúntes. Ahora mismo te asalta este pensamiento: “No sé ni para qué miro el reloj, la verdad es que no me he fijado en qué ponía”.
Justo entonces aparece, yendo hacia tu izquierda, una niña que simplemente te parece que está bien; y bueno, ya que no tienes nada mejor que hacer decides, un poco haciéndote el despistado, comenzar a seguirla. En un primer momento tú mismo te decías “va, es porque no tengo prisa”, pero, tras caminar salteando gente tras ella, comienzas a notar que la atracción, que pareció minúscula, va en aumento. Ella no lleva más que unos vaqueros azules algo gastados y una camiseta azul oscuro. Eso sí, el pelo del que siempre te gustó, es moreno lacio hasta los hombros. “Si puede que sea hasta perfecta”, piensas, “al menos lo que estoy viendo”.
Continuemos la andadura. Los chicles y los excrementos de los perros dificultan que puedas ir continuamente mirándola; debes saltear a estos y a las personas. Parece una aventura escabrosa, pero por peores pasaste Mauricio; no es más que continuar. Estos momentos los andas viviendo muy intensamente, pero no sabes aún qué va a suceder. Tratas de meter en la memoria a través de tus ojos toda la información posible, tu sabrás para qué ¿la volverás a ver? Lo más normal es que no la vieras más. Ves ya que ella se detiene para cruzar a la derecha, espera el semáforo. ¿Y tu qué?, ¿esperando el semáforo?, pues sí, ahí te has plantado, con tu mejor posición: la mochila esa tuya que es cruzada y cae a tu izquierda y las manos en los bolsillos. Tratas de poner un semblante serio y ¡cómo es la tentación! cada dos segundos mirándola a ella a ver si te mira. Bueno hombre, a lo mejor aún no te ha visto. Pero parece que te mira. Tu estás seguro de que es así. Qué duda cabe, te ha vuelto a mirar. Piensas que ya se ha fijado en ti, como tu en ella. El semáforo ya está en verde; para echar a andar tras ella te esperas mirando el reloj. Parece que es ése tu mejor recurso. Continúas caminando, una vez más tras ella; comprendo que la monotonía llena tu memoria. Pero trata de recordar.
Normalmente caminabas fijándote en muchos detalles: esos viejos y robustos árboles de hojas anchísimas, esas farolas diseñadas al estilo del XIX, pero que las hicieron no hace demasiado, todas esas otras personas, parecidas, siempre pensaste, porque aún no las habías domesticado. Todos una masa, excepto cuando te encuentras con uno de los tuyos. La chica que caminaba delante ¿cómo se llamaría?, había sido rápida de domesticar. Pero solo hay lazos aún de ti hacia ella, pero no has comprobado, o no sabes si estás siendo correspondido. “Tal vez”, piensas, “ella esté pensando a cada paso en el que hay detrás”, tratando de mirarte de reojo. Muy despistado andas soñando, que vuelves a alzar la cabeza y la ves que está abriendo la puerta de un portal y tú, atontado, por poquísimo no te chocas con ella. Tan próximo pasas que la rozas con la mano. En tan solo un segundo dos pensamientos son tan grandes que ocultan todos los demás en tu cabeza. Por un lado: “oh, que sensación más bonita”, pero por otro lado te aterra el pensar que ella pueda pensar que tu pensabas tocarle el culo. Poco a poco, mientras continúas caminando, empiezas a delirar: “¡Si esta es la primera niña que he amado de verdad!”. Delirar parece que sí estás delirando; tu mismo te planteas calmarte y echas una mirada atrás para quedarte bien con el portal del que se trata. En un momento, viendo que quien te mira no es más que una masa de gente, que son aún como salvajes, lejanos a ti. Miras el reloj y, poniendo cara de que algo olvidas, vuelves sobre tus pasos, cogiendo (esta vez sí) el camino que debiste haber tomado aquel día. Aún no sabes que te deparará esa pequeñísima aventura que acabas de tener.
Tan poco te lo imaginas, que llegas hasta la parada del autobús y ves una masa caótica, deforme, de ese orden aún sin estudiar, todo gente, y te dices: “solo yo soy un bastardo”. Así lo aprendiste de Dostoiewsky, bueno es verdad que no, me parece bien que me corrijas. Lo aprendiste del príncipe Mishkin, ese que lo llamaban idiota por ser en sí mismo amor en gran medida. Bien sabes que así tratas de ser tu, pero ahora no te vas a rayar con ese tema. Pero te repites “solo yo soy un bastardo” mientras ves cómo pasan coches y coches, pasa gente, pasan comerciantes, sube la bolsa en Wall Street, se agujerea la saya del mendigo y los animales tienen a sus crías. Sientes que ninguno de ellos cuenta contigo para actuar de esa manera. No te preocupas, bien sabes que tu tampoco vas dando explicaciones a nadie a lo largo del día.
Contemplas desde abajo, desde ahí controlas los pasos decididos de todos aquellos que creen sentirse realizados. Estás sentado en el escalón, es la puerta de una tienda de chucherías que en ese momento está cerrada, justo detrás de la parada de autobús. Contemplas y te impresionas. Todo continúa andando y no precisa de tu intervención. Es algo que no te entra en la cabeza. Todo es perfecto, absolutamente perfecto. De un autobús que llega lleno está bajando unas cuantas personas. Un número preciso: 3, 4, ... al final han sido 6. Justo, de las 10 que hay en la parada, 4 habrán de esperar. Por lo que sea, han de llegar unos 10 minutos más tarde a su casa, piensas. Cierto es, todo es perfecto. Con ese pensamiento, juntas las manos y te las miras, deslizándolas entre sí, viendo que coinciden todos tus dibujos y encajan los de una mano con otra. Todo es perfecto, piensas, y sabes que para algo estás allí. Sabes que si se te hubiera metido en la cabeza entrar en el autobús, uno de los que subieron se quedaría en tierra.
Mientras piensas esto, estás y continúas en que todo es perfecto; está clarísimo. Y además estás seguro de que en algo y, si quisieras, en mucho, determinas a todo esto que ocurre ante tus ojos. Pero no te quedan claras algunas cosas, y vuelves al principio de tus pensamientos: “cómo es que hay tantísimos, más bien casi todos, que ni me miran cuando pasan. ¿Son actores?”. No pueden serlo, piensas. Pero bien es cierto que te sientes una vez más como un bastardo. Todos ellos los ves como un todo, participan en lo mismo, pertenecen a dos modas concretas: capitalistas y anticapitalistas. Su bien y su mal. Su izquierda y su derecha. Pero tu no estás, no te sientes ahí. Ni unos ni otros, o tal vez sientes simpatía por ambos. Pero te sientes fuera. Tu nunca te planteaste el discutir, sino el vivir. Pero fuiste a vivir y te encontraste solo, te encontraste fuera, no eras más que un bastardo. Pero dentro te sentías feliz, podías contemplar una simple hoja seca y te decías “Todo es perfecto”. Hoy también te lo dices. No has nacido para aburrirte; sientes la vida en un trozo de tierra,¿o es que no tiene vida? Tu bien sabes que la tiene, ¿no fue antes roca y... no es siempre cielo? Son fragmentos que van por este Cielo en que vivimos, y tal como se mire, tu bien reflexionas, podemos verlo como cielo o como Cielo, y no pedir más.
Pensaste esto desde pequeño. Daba igual donde estar, donde vivir. No existía el aburrimiento, hoy tampoco existe, ni existirá.
Sentado en ese escalón disfrutas dentro de ti como un niño pequeño. Sabes que todo es nuevo, que todo es vida. Que jamás te has aburrido. Nunca comprendiste aquella expresión, una expresión que llegó a darte rabia cuando te decías a ti mismo: “¿Cómo puede ser que se aburran?¿Qué puede ser eso del aburrimiento?”. Tal vez ninguno fuera capaz de ver con los verdaderos ojos. Tu nunca te lo habías planteado pero lo hacías. Una sola persona es infinitud, al igual que una loseta. Cualquier cosa es infinitud, eso has pensado siempre. Y lo que siempre te rondó y te rondará “¿No habrá nadie como yo?”. Tal vez seas el único bastardo de este mundo. De donde sabes que en realidad no eres un bastardo, pero así te sientes. Y sabes que no existe ningún Show de Thrumman. Sabes que no, pero la evidencia crea la duda que en más de un momento inunda tu cabeza. Pero que le vas a hacer... Te tienes que levantar porque ya llega el autobús que esperabas. Piensas: qué coincidencia que llegara justo cuando tenía que llegar, es que todo es perfecto.
Subes al autobús con esa ropa ya sucia que llevas de varias semanas. Resulta que subes, y ya se cierra la puerta, aquí no te sientes tanto como un bastardo. Pero bien rápido compruebas que no te asalta a la vista nadie sobre los demás. Vuelves a recordar que no tienes allí a nadie domesticado.
Menudos son los frenazos que da el autobús y que te sacan de tus pensamientos. Está claro que estás metido en el mundo, y que a tu padre no lo han tirado al mar. Poco a poco vuelves a entrar en ti. Ya es hora de que pienses en lo que es hoy: tu primer día de clase. Y a eso vas. Te prometes, y lo has dicho ante los compañeros que has conocido hoy, que te vas a dedicar al estudio, no sabes si por completo, pero vas a dar lo que puedas; lo has asegurado, no piensas fallar. Ya veremos con los días si irás bien o no; pero no nos adelantemos. Estadística ¿y por qué esa carrera?, tu bien sabes que no te atreviste a jugarte la vida, a romper con todo. Tu mismo piensas que te sacrificaste. No querías darle un disgusto a tu padre tratando de vivir tus sueños. Eso era solo un juego, te hicieron creer desde pequeño. El contemplar la naturaleza o el arte es para los que no triunfan, te dijeron. Así será; mientras, te resignas, está claro que se sigue vivo, y en todo sitio se puede contemplar la infinitud que siempre ve tu ojo, observador y oculto en todas las cosas.
Sea como fuere, el autobús ha llegado a la parada que pilla cerca de tu casa y te dispones a bajar tras una anciana capaz de competir en velocidad con los muertos. Te armas de paciencia. Lo único que tienes claro es que hace calor. Pero, estás tranquilo, ya puedes comenzar a andar a tu ritmo hacia tu edificio. Sacas tus llaves, sin encontrarte con nadie. Todo parece que está bien, solo queda entrar. Y qué fresco hace dentro del portal. Seguramente es por que está siempre a la sombra. Ese fresco esperaba tu llegada, así de claro lo tienes, y así era, allí estaba. Subes en el lento ascensor de hace 25 años. Pero lo bueno que tiene es que te lleva hacia arriba. Hasta tu piso, abres, entras, y ahí está tu madre con su bienvenida. Luego tu padre, saludos rápidos y a comer. Entonces, como bien compruebas, el sueño comienza a apoderarse de tu mente. Es el sueño un gran conquistador. No como tu, que ya te da miedo seguir a una niña por la calle. Después de la comida entras en tu cuarto. ¿Qué esperas encontrarte allí? Todo, toda esa infinitud, pero poco atractiva. Bien ves que es muy cerrado. Aún así te sientas en la mesa y contemplas qué has hecho hoy. Apuntas en la agenda un dibujo que se te quedó grabado, era este: “21”, era el dibujo que habías visto sobre el portal de la niña a quien seguiste. Ese sueño físico, pero que no te daba demasiada ilusión, puesto que buscabas a alguien igual a ti, y el más parecido hasta ahora que hubieras encontrado, bien sabías que era tu propio padre. Encontrar una niña como tu te parece un sueño. Bien se te comprende. Eres la persona más extraña que tu mismo has conocido. Aún así, apuntas el número del portal, y comienzas a imaginar en tu cabeza que llegas a conocerla. No estaría mal, piensas.
Tras esto, se te ocurre ir a comprar esos libros que te pidieron ya esta mañana los profesores. Con tu buena y noble, y a la vez doble intención de pasar por la calle de esta niña que ya amas, o al menos eso andas pensando, y poder verla por casualidad. Así que, con prisas, de pronto te montas en el autobús camino a la zona de tu Facultad. Ya hace menos calor pues son las cinco y algo. Llegas, te bajas; no puedes pensar apenas en lo que ves alrededor, pues tu cabeza la llenan objetivos más lejanos. Ver a tu niña y comprar los libros. ¿Es ya tu niña? Así lo vives. Entras en la calle en que la perdiste por última vez. Tratas de erguirte, que se note bien tu imagen. Mientras imaginas que ella seguramente está mirando por la ventana. ¿Quién sabe? El caso es que tú no lo sabes. Pero para ti es como si así fuera. Pero ya has rebasado el portal, sin atreverte a mirar a tu derecha, es que ni de reojo lo miras. Tu sigues andando, hasta unos 200 metros más; momento en que te encuentras ya con la librería. En el escaparate ves que hay unos libros, pero tu solo ves colores, los colores de las portadas. Estás algo nervioso. Y eso que eres un transeúnte más. Pero piensas que Ella te está mirando desde algún lugar. Así que, como haciendo algo, tratas de mirar la hora; una vez más no ves ni lo que pone. El caso es estar la mayor cantidad de segundos allí. Al final te decides y entras en la tienda. Pues allí que estás, bajando el pequeño peldaño que hay. Ahora me entero de que también eres algo patoso, Mauricio, pues ahora das un mini traspiés. No es demasiado, pero te pones rojo y prefieres mirar las losetas del suelo, haciéndote un poco el despistado. Para ir subiendo la vista comienzas por mirar los estantes más bajos de libros y, una vez más, solo ves colores y alguna palabra suelta de las portadas de aquellos libros que más reclaman tu compra. Ya has levantado la vista, hasta que llegas a contemplar al hombre de pelo cano, que tras el mostrador espera para atenderte. De memoria le dices los nombres de los libros que te hacen falta. “Todo muy mecánico”, piensas. Así es. “Tal vez sea por eso de que no hemos creado lazos”, continúas así con tu pensamiento. Cuando ya llega él con los libros que le habías pedido, te dice el precio. Lo que a tu cabeza en realidad llega es que son un dineral y que debes sacar todo el dinero que llevabas. Actúas en consecuencia y apenas te sobran unos céntimos. Mientras, el dependiente esboza una magnífica sonrisa que casi te parece una carcajada. Una vez más tratas de sonreír y tratas de salir rápido de allí. ¿Qué se te ocurre hacer? Pues nada distinto de tratar de verla a Ella.
Entonces surge el cómo y, en consecuencia, tienes la singular idea de entrar en una tienda de chucherías que hay cerca de su portal. De allí te llevas, pagando una vez más, claro, una bolsa de pipas. Y ¿qué haces?, pues otra de esas ocurrencias. Te estás sentando ahora mismo en el escalón del portal que está justo enfrente del portal de Ella. Y comienzas a comer pipas como un descosido. Miras el reloj (para despistar) como si esperaras a alguien. Y, de hecho, tu bien sabes que estás esperando a esa persona.
Comienzas a notar que los minutos están pasando. Así que echas mano de tu facultad de observador. Cerca tuya hay un árbol, muy frondoso, en el que los pájaros forman un barullo tremendo. Solo con eso tu mirada ya se tiene ocupada la mayoría del rato. Cuando no, te ves interrumpido en tu tarea por el polvo que levantan los zapatos de un hombre gordo de mediana edad, de media estatura y de media cabeza calva. Por un momento te intranquiliza la posibilidad de llegar a ese estado.
Entre tanto y tanto, se oye un chasquido proveniente del portal de enfrente. Tu rápidamente miras a esa puerta azul grisáceo de hierro y cristal. En principio solo ves el reflejo de la calle. Miras con detenimiento y esperas que salga Ella. Es Ella quien tiene que salir, te dices. Seguro lo sabes. Se empieza a difuminar una cabeza de pelo blanco estilo a lo afro. La imagen se hace más perfecta y te das cuenta de que es una abuela la que está saliendo del portal. Camina a paso lento apoyada en un bastón; aunque percibes que tiene una cara alegre. La buena anciana ha destruido todas tus ambiciones. Todos los sueños que tenías en ese momento: el verla a Ella. Te creíste amar a muchas, pero es esta vez la ocasión en que sabes que vas a amarla a Ella. Durante el día de hoy has descubierto que en su imagen, el espejo donde se ve su alma, podías ver reflejada la tuya propia. Ella consiguió que te ruborizaras cuando, comiendo, tu padre preguntó por el día. Te propones que vas a amarla por siempre, aunque fuera muerta. Estás seguro de que es otro extraño hijo de esta sociedad, distinta a todos los demás, como tu. Pero ahora miras y ves un anciano rostro que ya comienza a salir del portal. Tras este, algunas sombras. ¿Qué es? Aún no sabes. Te quedas en blanco. Esperas. Y... ahí está. Es Ella. Ninguna otra. Ella. No hace falta ni que te mire para que sepas que los cielos y la tierra te sonríen. Solo el verla es sentirse amado. Tu lo sabes. Así lo estás sintiendo conforme la ves salir por el portal. No hace falta ni que te mire para que llegue hasta el fondo de tu alma el sol. El sol ya está en el fondo de tu alma. Ahora lo sientes.
Ella va vestida perfecta, no te fijas en realidad ni cómo. No tienes tiempo para fijarte en detalles tan minúsculos. Qué te importa cómo viste si ¡Es Ella! Ninguna otra, Ella.
Ves que comienza a caminar hacia ti. Por poco te atragantas viendo que cruza la calle y va directa hacia ti. Por poco te atragantas con las pipas viendo que cruza la calle y va directa donde tu. Tanto tanto, que llega a tu lado. Tu miras al suelo, recuerda una vez más que eres algo tímido. Llega a tu lado y llama a algún piso. Apenas te atreves a mirarle las zapatillas. Te llenas de fuerzas y la miras un poco. Pero agachas rápido la cabeza, vaya que Ella se percate de que la sigues. Escuchas que alguien responde por el porterillo. Y, por primera vez, la escuchas a Ella: “Baja, que soy yo”. “¡Qué voz!” piensas, a la vez que te da un vuelco el estómago. Sientes que su voz viene como del Paraíso. Pero eso no te lo planteas, como eres tú, simplemente lo vives como tal. Mientras baja la persona a quien espera, Ella comienza a mirarte a ratos. Y así comienzas tu otra vez con que se acuerda de ti desde esta mañana. Puede ser que sí, y puede que no. Continúa atento a lo que va sucediendo. Lo que parecía eterno se hace aún más bello cuando, al bajar una amiga de Ella, en la que apenas te fijas, ambas se ponen frente a ti en la acera. Tratando de marcar clase mirando la hora, agudizas el oído. Parece ser que hablan de cosas de la clase. Nada del otro mundo. Lo importante del caso para ti, es que tienes a la chica que quieres amar ante ti. La escena pasa rápido. Ella recibe una carpeta de su amiga y tu miras ya descaradamente. Ella se despide y da la vuelta hacia su portal.
Su primer paso la lleva a pisar el negro alquitrán de la carretera entre los coches aparcados. Justo entonces llega la camioneta que reparte las golosinas y los bollos a la tienda de chucherías. Un paso más de Ella la va adentrando en la carretera, ahora está ante el camión. Estos pasos lentos, que tu vigilas como tratando de que no terminen, son en realidad pasos rápidos, casi saltitos, un paso alegre que hace que te enamores aún más de ella.
Al dar Ella el paso siguiente tus ojos pudieron contemplar cómo un parachoques golpeaba a toda velocidad contra su cuerpo. Ese que estabas mirando hace un segundo con tanta serenidad. El coche que llegaba por ese carril la ha atropellado. Un chorreón de sangre ha salido, no sabes bien si de su cara, o de donde.
Terror, sientes terror, Mauricio. Más terror que jamás en tu vida, más terror que ante tu propia muerte. Saltas y te pones en pie como si te estuvieran quemando con una vela.
Corres hacia Ella ¿Y la ayuda? ¿Y su amiga? Tú haces de ayuda y tú eres su amigo. Al menos Ella es tu mejor amiga. El coche ya se ha detenido. Pero ¿qué haces? Te aproximas, tratas de aproximarte mejor dicho; tus piernas se han detenido. No lo entiendes. El miedo te ahoga. Vas a gritar ayuda y te ahogas contemplando su rostro perfecto manchado de rojo. Antes de que puedas gritar, caminar, hacer cualquier cosa, comienza a acudir la gente de los alrededores y de los comercios. Tú, de pie, dejas resbalar una lágrima por tu rostro. Tú, el que jamás llorabas. Tú, que tenías miedo sobre todo de llorar en público. Tanto te ama ella, comprendiste, que te ha concedido el poder llorar delante de todos. Pero estás inmóvil, transpuesto. Al mismo tiempo sientes tristeza y, a la vez, por un segundo, te sientes lleno completamente. Entonces comprendes que el alma de Ella ha pasado por la tuya. Lloras, pero lo comprendes así. Tal vez ya haya llegado a conocer lo que sientes por Ella. Tal vez sea como un saludo. No sabes, no comprendes, y te sientes lleno. Y a la vez comprendes, pero te inunda la tristeza. Ya tienes piernas, sientes que es así. Tu amada aplastada. Mejor no lo piensas. Pero lo piensas. Las pipas las has tirado al suelo. Se cayeron. No sabes cuando (igual que los libros) y, ¿qué más da? Tu sueño muere, aunque aún no lo sabes.
Comienzas a andar. Primero lento y rápido a la vez. Deseas alejarte lo antes posible. Ya te alejas. No has llegado a tocarle la mano a Ella, a tu amor. No, ¡le has tocado el alma! Comienzas a pensar, conforme te alejas, en ese segundo de éxtasis que has tenido. “Sí, fue su alma”, te dices. De pronto estás seguro de ello. Las que estaban siendo lágrimas de tristeza se transforman en alegría. En tu cara se dibuja una sonrisa. Los de tu alrededor se percataron de ello, lo vieron como algo raro. Vieron raro sonreír cuando tu amiga ha tenido la suerte de entrar en el Paraíso. De hecho, dentro de unos minutos le dirán a la policía que sospechan de un joven de aspecto extraño, mal vestido, del que desconocen su nombre. Sospechan porque sonríe. Pero Mauricio, ya te has ido, te has alejado de esos coches, y dentro de ti te acercas a Ella.
Cuanto Amor vas desprendiendo con tu lento andar hacia tu casa. Con la mente casi en blanco, no recuerdas de hacer ningún tipo de mueca con tu cara. Pero, es que es sin querer, de cuando en cuando se te dibuja una amplísima sonrisa. Y la gente te mira. Y tu alma también les sonríe. Pero cuando tu cara vuelve a quedar seria (porque no recuerdas en estos momentos a los de fuera para ponerles sonrisas) tu alma continúa sonriendo. Pero no has secado tus alegres lágrimas, las más felices que jamás echaste. Y, a pesar de que tu alma sonríe, el mundo piensa que lloras. Y, a pesar de que comprendes que ya tu alma no está sola, el mundo piensa que estás triste. Y tu lento caminar va disfrutando cada una de sus pisadas. Y te miras a ti mismo y, viendo tu alegría, vuelves a sonreír. Miras con tu ojo del corazón, aquel con que miras lo invisible. Durante otro segundo te viene la tristeza, pues caes en la cuenta de que ninguno de los demás puede ver con ese ojo que mira lo escondido. Piensas que vas a estar en soledad como antes. Pero, de nuevo, recuerdas que el alma de Ella ha traspasado tu alma. Y que Ella ha dejado todo lo suyo en ti. Que se ha desvestido de su propio cuerpo para estar contigo. Entonces te vuelves a sentir lleno. Y sonríes. Y eres sonrisa. Y estás lleno. Y caminas a pequeños saltos.
Y llegas a tu casa. Callado, pero sonriente. Al menos sabes que tu alma sonríe. Pero no te paras a comprobar cual es la posición de tu boca. Nunca te paraste a eso, y hoy no ibas a ser menos.

Alimentado por la felicidad y la alegría, te vas a tu cuarto. Lo recuerdas todo. Te lo cuentas a ti mismo, a tu alma, detalle por detalle. Se lo cuentas también al que más secretos le has confiado hasta hoy, al silencio. Echado sobre la cama contemplas el amanecer. El que comienza cada vez pero que solo puede ser visto con el oculto ojo del corazón.
Tienes el alma iluminada. Nadie puede decir con exactitud como te encuentras, casi pareces levitando sobre tu cama, y desde fuera de tu cuarto, tu padre ve que sale una raya de luz por debajo de la puerta. Pero tu no has encendido ninguna lámpara. Tiene tu padre ese ojo que mira lo oculto. Nadie sabe. El caso más importante es que descansas. Con la cabeza muy en blanco, sin pensar. Ya es mañana y despiertas. Recuerdas que es muy seguro que hoy toque el entierro del cuerpo de Ella, pero ¿qué importa? Tu luego viste su alma, algo mucho más importante. Te vistes algo sonámbulo, mecánico, como lo hacías todas las mañanas. Es cosa del sueño, pero con un pase rápido por el baño, te recobras lavándote la cara. Ya estás nuevo. Tu padre escucha tus buenos días como si se tratara del canto de un pájaro. Él conoce lo que está pasando por ti, esa felicidad; aunque no sabe a qué se debe.
Bajas las escaleras hasta la calle al ritmo de la música que tu oculto oído está escuchando. Sabes que es una música dulce, aunque nunca sabrías interpretarla. En esas, sales a la calle. Sí, tu, Mauricio. Sales a pequeños saltos, como si hubieras perdido la ingravidez. Yo lo sé, y tú lo sabes, que saliste que casi volabas. No te alimentaba la carne sino la alegría. Estoy seguro de que así era. Era así cuando, en vez de en autobús, queriendo disfrutar más de las cosas, te fuiste a pie hasta la Facultad.
Recuerdo perfectamente esa mañana. Apenas han pasado unos días desde que vine de tu entierro. Tu no sabías nada de mí. Pero yo andaba buscándote. Ahora te doy las gracias. No comprendí nada cuando ví tu cuerpo tendido en la calle mientras yo miraba desde mi ventana. Yo te amaba, pensé que Dios te me había quitado. Yo tampoco pude gritar. Hasta que pasaste tu también por mi alma, y fuiste a unirte con Ella al Paraíso. Y sé que estáis conmigo; pues juntos compartimos este Cielo por el que volamos. Es infinito. Me dejaste todo aclarado al pasar por mi alma. Y yo, como tú, caminé saltando y llorando de alegría. No sé si se percataron los demás, pues “lo esencial es invisible a los ojos, y no se ve sino con el corazón”. Sólo darte las gracias. (5-10-2004)

Texto agregado el 16-10-2004, y leído por 1288 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
20-03-2005 te dejo unas cuantas letras para que sepas que te he leido, no puedo comentar nada .... hasta que se me calme un poco el corazon... ya te diré.... Ami sal
21-11-2004 Muy bueno no disminuye el ritmo a lo largo de toda la narracion......excelente. Mis estrellas y un saludo Runner
13-11-2004 genial, merece todas las estrellas posibles... pero más que la caliddad creo que tiene una entrega única, mucho sentimiento... que más puedo decir... aproveché bien el tiempo con un buen texto tania16
08-11-2004 exelente!! simplemente exelente!!!. mis felicitaciones. lorenap
05-11-2004 Insisto, los textos largos por lo general no me decepcionan, será por eso que lo elegí. Y bien seguro estoy de no haberme equivocado. Tu historia, por llamar de alguna manera a esta bien encadenada unión de situaciones y sensaciones; a cual mas oculta, más humana, me han hecho pensar que 4000 palabras, a veces, es muy poco. Un saludo (y estrellas) René america
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