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 - ¡Paro cardíaco! ¡Atención, entró en paro! apliquen masaje cardíaco
externo mientras yo lo entubo, ¡vamos, vamos! tenemos poco tiempo, enfermera coloque una vía periférica, instalen el electrocardiógrafo.

La voz del médico intensivista era enérgica, no denotaba ansiedad, por
el contrario trasmitía seguridad y calmaba los nervios de sus ayudantes, se
veía de lejos que sabía lo que estaba haciendo. Quizás él llevaba la procesión por dentro, pero eso se paga más tarde, cuando se está en la cuarta o quinta década de la vida, donde la sumatoria del stress desemboca en derrames cerebrales, paros cardíacos, infartos, etc., pero hoy por hoy es un médico joven, especializado en casos agudos, bien preparado y exigente, cumpliendo la misión para la que se ha estado entrenando tantos años, y respetando el antiguo juramento hipocrático, aún sea a costa de su propia salud.

 - ¡Ya está intubado! conéctenlo al respirador... ¿cómo va la respuesta
cardiaca?... no está respondiendo... ¡adrenalina! - toma con movimientos
rápidos y decididos la jeringa y hunde sin dudar la aguja en un lugar preciso del tórax, apretando el émbolo. El líquido penetra en el corazón detenido. La línea en la pantalla muestra movimientos irregulares.

- ¡Comienza a responder, pero esta fibrilando! Preparen el
desfibrilador... ¿listos?... todos fuera, ¡procedo! La descarga aplicada a los costados del paciente producen una contracción muscular que le arquea y eleva el torso, cayendo pesadamente luego en la camilla. La línea continua irregular.

 - ¡Vuelvan a cargar, ahora 200 Joules!... ¿listos?... ¡fuera! Una segunda descarga genera otro salto del cuerpo inanimado, pero ahora comienza a observarse una elevación constante sobre la línea de base. El noble
corazón vuelve a su trabajo.

- ¡Ha vuelvo, ha vuelto, lo logramos! - la voz ahora denota cansancio,
luego, siempre atento al registro del aparato, da órdenes al personal, constata que el trazo de la frecuencia cardiaca muestra normalidad, indica que retiren el respirador y la cánula traqueal. Descansa.

La cara del joven galeno cubierto de transpiración, esta colorada y sudorosa, pero en su mirada se puede ver la satisfacción del deber
cumplido, algo propio de los seres humanos, ese deseo básico de sabernos
útiles. Con gran tranquilidad pese a todos los momentos de angustia
recientemente vividos, se quita la túnica empapada, acepta una toalla y se seca la frente. Luego se vuelve, mira a su paciente todavía pálido, pero ya sin ese tinte azulado de los momentos mas graves. Entonces se retira, dejándolo rodeado por el enjambre de abejas en que se convierte el personal de la salud haciendo sus procedimientos. Luego, aplomado, después de colocarse prolijamente la parte superior del uniforme, avanza hacia una sala donde fuma y bebe café un hombre de mediana edad, que lo está esperando. Ya le ha preparado otra taza de café para él. Entra decidido, se cuadra, hace la veña mirando fijo la pared al frente y trasmite:

- Mi General, hemos estabilizado al sujeto, si usted lo dispone, ya se
puede continuar con el interrogatorio.
--------------------------------------------------------Costa de oro , jueves, 3 de junio de 2004

Texto agregado el 13-10-2004, y leído por 187 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-08-2007 Maravilloso !lo imprimire ¿puedo?***** ismaela
23-10-2004 Dicen que el hombre es él y sus circunstancias. En este caso sería el médico y sus circunstancias. Epocas díficiles que esperamos ya se hayan superado...aunque sea por un tiempo. ollitsak
 
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