Con puntuación correcta:
PENSAMIENTOS
Tengo en mi haber un catálogo de calamidades que me han acontecido este día: desde haber sido despeinada por una ráfaga de viento insolente hasta ver interrumpida la delicia de una sonata de Beethoven por los gritos salvajes de unos vecinos, festejando el acierto deportivo de su equipo, de no sé qué deporte popular.
Considero que hay límites.
Los autores, los responsables, los culpables de tamaños importunios ejercidos contra la gente de bien deberían ser castigados con una dosis de su propia medicina. Los enterraría bajo una pila inmensa de choripanes humeantes para que sufran en agonía escuchando una serie interminable de esas canciones que frecuentan con sus sucias orejas.
Así sería restablecido el equilibrio en este planeta, que no entiendo por qué cuenta con tanta presencia indeseable.
—Señora, ¿quiere que le planche también el vestido blanco para la fiesta?
—¡Oh, Clarita, me asustaste, querida! Sí, por favor, que quede impecable, mi amor.
—Sí, señora.
—¿En qué estaba? Ah, sí. Beethoven. Un genio de la música.
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Bien escrito:
SONATA DE GRITOS Y CHORIPANES
Tengo en mi haber un catálogo exquisito de calamidades, cada una más absurda que la anterior. Hoy, por ejemplo, el viento decidió conspirar contra mi cabello, revolviéndolo como si fuera una colección de hojas secas. No satisfecho con eso, una sonata de Beethoven, que se deslizaba perfecta por mi sala, fue interrumpida por un estruendo indigno: los vecinos. Al parecer, el "equipo de sus amores" (¿fútbol? ¿béisbol? ¿quién sabe?) había marcado un gol, punto o lo que sea que griten los bárbaros.
Resistí. Primero la risa. Luego la ira. Pero hasta yo tengo mis límites.
No es la primera vez que esas criaturas me agreden desde el otro lado de la pared. ¡Oh, no! Han logrado convertir en un circo mi santuario de paz. Y por si fuera poco, lo hacen con esa música suya, esas odiosas cumbias y reguetones que, francamente, deberían estar prohibidos por las convenciones de Ginebra.
Me siento en la obligación de hacer algo. Pero, ¿qué? Castigar a los autores de estos tormentos... Sí. Algo radical. Algo justo. ¿Qué tal si los entierro bajo una montaña de choripanes humeantes, para que se ahoguen en su propia vulgaridad mientras una lista interminable de sus canciones favoritas retumba en sus cabezas? Oh, sí. Eso sería poético.
El equilibrio cósmico se restablecería, y finalmente este planeta sería un lugar donde personas como yo, que apreciamos las grandes obras de la humanidad —como Beethoven, claro está—, podríamos vivir sin tener que soportar el ruido ensordecedor de la mediocridad.
—Señora, ¿quiere que le planche también el vestido blanco para la fiesta?
—¡Clarita! No me asustes de esa forma, querida. Sí, por favor, que quede impecable.
—Claro, señora.
—Ah, Beethoven... ¡Un genio incomprendido, en medio de tanta sordera voluntaria!
Clarita asiente, sin entender del todo, mientras se retira con el vestido. Yo, por mi parte, me recuesto en mi sillón, cierro los ojos y dejo que el último compás de la sonata me arrulle... hasta que los vecinos vuelven a gritar. Los miro con odio a través de la pared.
"Pronto", me digo. "Muy pronto."
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® eRRe
Nota:
Es un pendejo para comentar.
El bodrio original está aquí: https://www.loscuentos.net/cuentos/link/619/619608/ |