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CAPITULO I
SANDRA


Sandra acostumbró desde los cinco años escribir con lápiz labial en los espejos; creía que a través de las pequeñas luces que se reflejaban por la ventana superior del cuarto podría obtener ayuda cuando su madre la encerraba por días completos, hasta que un día se olvido de sacarla.

Tenía 5 años y en su mente infantil buscaba las explicaciones para merecer tal castigo, suplicaba y lloraba sin obtener respuestas.

En su calabozo familiar empezó a imaginar que la salvaría un príncipe, a diferencia de las niñas, que sueñan con los de los cuentos ella no tenía bien definido el rostro de su salvador, sabía que tenía que ser Fuerte, para doblegar los barrotes oxidados de la ventana, con voz imponente que atemorizar a su madre, mirada penetrante y lo más importante un dragón blanco con el que surcarían los cielos ante el asombro de todos.

No tuvo la oportunidad de platicar con amigos de sus fantasías, pues no los tenía, sólo poseía la certeza de la llegada. Una sola palabra era la que sabía escribir AYUDA, en esporádicos actos de bondad su madre entraba al cuarto y le obsequiaba los labiales carmín para su entretenimiento. Las pocas muestras de cariño que mostraba hacia Sandra eran una pequeña palmadita en la espalda o bien con su dedo índice hacia una línea vertical por su rostro.

A veces la oía discutir con alguien, decía palabras que no comprendía, pero el tono de voz era de enfado, sabia distinguirlo porque usualmente lo utilizaba para dirigirse a ella; una sirvienta era la encargada de alimentarla a través de una pequeña ventana ubicada en la parte inferior de la puerta, a veces se acercaba lo más posible para ver el rostro de la mujer y esta horrorizada dejaba caer el platón de la comida, fueron pocas ocasiones, ya que el castigo hacia su osadía era terrible.

Tenía un gran miedo a las noches de tormenta, cuando había una de éstas lloraba hasta quedarse ronca y sus ojos eran dos pequeñas manzanas, parecían salirse de sus orbitas. De vez en cuando, se quedaba largo tiempo mirando un punto fijo de la pared, que suponía era el que iba a romper su príncipe al rescatarla, pero este NUNCA llegó.

No recordaba haber tenido un padre, que la protegiera de los abusos por parte de su madre, muchas veces, ya siendo un poco más grande se lo reprocho a Dios.

El cuarto media 3 metros, estaba pintado inicialmente de color rosa, pero con la humedad se había convertido en café, por lo mismo existía en el ambiente un perenne aroma a humedad y desechos organicos, era oscuro, con una sola ventana ubicada en la parte superior, misma por la que a veces se colaba un pequeño rayo de sol que se reflejaba en un espejo viejo y cuarteado, ahí era donde Sandra escribía, esperando que un día su palabra se reflejara en el exterior y le indicara a su príncipe el camino hacia ella.

Sandra tenía un color verdoso, su madre lo atribuía a la falta de sol de la pequeña.

La niña lloraba amargamente sin que su llanto fuera escuchado y el corazón de su malévola madre se ablandara y la sacará de ahí.




CAPITULO II
EUGENIA

Todos los días tomaba el autobús que la llevaría al hospital, su ropa era modesta y su mirada reflejaba una constante tristeza, la gente evitaba mirarla a directamente a los ojos, pues en ocasiones su melancolía podía transmitirse hacia ellos. La soledad que vivía era terrible, pero lo que más lastimaba a Eugenia era la incertidumbre.

- ¡ Buen día Eugenia!

Era la única frase de alivio que escuchaba en todo el día antes de su encierro en aquel lugar, tenía 5 años de estar tomando el mismo autobús, así que de alguna manera el chofer sentía cierto aprecio por ella, nunca respondió al saludo verbalmente, se limitaba a sonreír, podía notarse que era fingida, ya que sus ojos seguían inundados por la angustia.

En la mano una pequeña bolsa de papel, en la que trasladaba un sándwich y una botella de agua, al tomar asiento se la colocaba en las piernas y sacaba de su gastado bolso un rosario, ante el silencio sepulcral de la noche en la ciudad el chofer escuchaba las plegarias de Eugenia al pasar de una cuenta a otra de la cadena.

Cuando terminaba observaba durante el resto del trayecto las imágenes tétricas formadas por los árboles del camino, por fin llegaba al dispensario y se despedía del chofer. Suspiraba y se santiguaba antes de entrar. Era como un espectro más de los que las leyendas urbanas dicen que deambulan por los pasillos de los Hospitales , tomaba el elevador y descendía 3 pisos, desde que se llegaba a esa ala podía sentirse un ambiente de muerte, las enfermeras y doctores transitaban sin prestar menor atención a Eugenia, era una parte extra del mobiliario desde hacia 5 años.

Al final del pasillo Eugenia se dejaba caer en una silla, cerca una escoba, tomaba aliento y se disponía a limpiar todo el desorden de aquel lugar, era donde iban a parar todas las esperanzas de una recuperación, los familiares de los enfermos no entraban por temor a enfrentar la verdad y ella día tras día debía sufrir el calvario de verlos.

De vez en cuando lloraba amargamente en un pasillo, con el llanto ahogado en el pecho, temiendo perturbar el silencio de aquella cripta para vivos. Sacaba el rosario y empezaba a murmurar el nombre de todos los santos que sabía para ahuyentar a los malos espíritus, cada habitación tenía su santo designado, era como lograba apaciguar su miedo.

Eugenia contaba con 32 años, a veces se descubría a ella misma soñando con un príncipe azul que le tendería la mano para huir de ese lugar, no deseaba quedarse a su lado, solo deseaba tener la certeza de que al otro día no debería de tomar el mismo camión para acudir al hospital, que podría quedarse en su casa descansando en la vieja cama de cedro abrazada a su muñeca.

Era entonces cuando esbozaba una sonrisa que provenía desde su interior y abría la pequeña bolsa de papel y comía su sándwich, con los ojos llenos de esperanzas y volvía a sus plegarías hacia Dios, para obtener su benevolencia y enviará lo antes posible al encargado de sacarla de ese infierno.

De repente una gota de sudor caía por su espalda y la sacaba de su trance, movía un poco su blusa para secarse y apretaba los ojos fuertemente como si eso demostrara su fé y continuaba rezando e invocando santos que ni si quiera los sacerdotes saben que existen.



CAPITULO III

LOS PRINCIPES


No era como el resto de los hombres, desde pequeño le fue negado por la ciencia el Don de la palabra, sólo podía entenderse con cierto tipo de personas que sabían la manera de comunicarse con él.

Nunca nadie supo su nombre, de repente un día al cruzar la calle fue atropellado por un autobús y su cuerpo se fundió con el frío del pavimento, nadie fue a reclamar su cadáver, y este después de algunos meses de espera fue obsequiado en aras de la ciencia.

Mutilado lentamente en pro de la humanidad, bajo el pretexto de no tener alma, sin embargo poseía una misión; su cuerpo no tenía descanso y sufría el calvario de ver como eran cercenados uno a uno sus miembros, los gritos que nunca fueron escuchados en vida, ahora eran ecos mortales para uno que otro crédulo de lo paranormal.

Su dragón blanco nunca pudo ser montado, y Sandra que lo esperaba con desesperación jamás pudo conocerlo.

Eugenia por su parte perdió las esperanzas, cuando no obtuvo ninguna respuesta por parte de su hija a los lápices color carmín que le obsequiaba para utilizarlos como puentes entre ella y su realidad.

Sandra quedó confiada al silencio de su laberinto del que nunca pudieron salvarla. Pues su príncipe murió antes de poder ayudarla o hacerle una seña que le indicará el camino de salida, así que su madre cansada de la espera ofreció a su pequeña a un grupo de sicoanalistas que estudiaban el autismo.

Un día después de tanto trabajar Eugenia se quedó dormida en su desgastada cama de cedro, abrazada a su muñeca sin importarle la suerte de su pequeña hija, y su príncipe llegó, hubo muchas diferencias en lo que ella había soñado y lo que era en verdad

El arribó en una carroza blanca, pero sólo para recordarle que debía tres meses de renta y que el pequeño cuarto que ocupaba debia ser desalojado, era demasiado frívolo para creer en el amor, y como dicen por ahí para colmo contador, los números se superponían a su querer.

Así que el sueño murió ante una deuda de $1,500., aquel joven de intensos ojos cafés no permitió que la angustia de Eugenia lo sensibilizara y esquivo su mirada, si la hubiese observado 5 segundos habría sabido que esa mujer era el amor de su vida, sin embargo decidió casarse con una Abogada Brillante de una importante firma legal.

Los cuentos de hadas ahora no importan mucho, Walt Disney se ha dedicado a cambiarlos a un forma en que los niños y jóvenes obtengan un final feliz, sin importar que tanto se mancille el honor de los escritores.

Por eso ahora los príncipes y princesas poseen trabajos normales que los deslinda de las luchas míticas con dragones, brujas y gigantes, y se dedican a pagar impuestos, ganar juicios o ser la nueva imagen de Armaní.

¿ Deseaban un Final Feliz?

Texto agregado el 12-10-2004, y leído por 178 visitantes. (0 votos)


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