Mire, mi historia se remonta a la época del COVID ¿Se acuerda? Yo era viejo, no tanto como ahora, pero ya cargaba con estos dolores de artrosis que me impiden moverme a gusto ¿me entiende? Sobre todo en las manos, don. A veces uno ve las estrellas, eso dicen, pero la verdad no sé por qué dicen eso
En realidad no vi ninguna estrella durante aquellos días porque estaba nublado y llovía seguido.
Bueno, la cosa es que con mi mujer nos fuimos una temporada a la casita que teníamos en las afueras. Pero yo no me podía ocupar del parque, y menos de la pileta. Tampoco era posible contratar a nadie: podían traer el virus, así que una mañana, Rosa me llamó y dijo: vení a ver esto, Pedro. Entonces dejé el mate sobre la mesa y salí por la puerta trasera. No me va a creer lo que ví: la pileta tenía un color morado medio fosforescente ¿vio? Y el agua burbujeaba, como si estuviera caliente, que sé yo, algo raro. Pero lo peor de todo fue que andaban nadando unos bichos. Creí que eran peces pero tenían orejas y unos dientes que daban miedo. Algunos saltaban y cuando caían al agua salpicaban el pasto que enseguida se ponía amarillento.
Imagínese, nunca había visto algo así en toda mi vida. No sabía qué pensar. Para colmo se había acabado el cloro y el perro les ladraba a los bichos como si hubiera enloquecido. En una de esas se acercó mucho a la pileta y uno saltó y lo mordió. ¡Cómo aullaba el pobre! Salió corriendo con la cola entre las patas.
Esa noche casi no dormimos del susto, pero por la mañana agarré la chata y me fui hasta el pueblo, porque aunque tenía miedo de contagiarme el COVID, quería comprar cloro o algo para matar esos peces que no eran peces. Cuando volví, Rosa estaba tan asustada que quería volver a la ciudad. Pero no me dejé convencer. Agarré un cuchillo por cualquier cosa y me fui para el fondo
Rosa vino a ayudarme a echar el cloro. Usted no me va a creer, pero en ese momento..
Rosa...¡Qué desgracia mire! Las cosas cuando tienen que salir mal, salen mal. No va que se cae al agua. La pobrecita gritaba como loca, la mordieron por todos lados hasta que conseguí sacarla del agua. La ayudé a caminar hasta la casa y dejó un reguero de sangre por el camino. Todas esas mordeduras necesitaban ser desinfectadas urgente. La subí como pude a la chata para llevarla al hospital, de reojo vi que los bichos salían del agua. La sangre los habla fortalecido, si hasta me pareció ver que se arrastraban como lombrices.
La cuestión es que en el hospital le hicieron las curaciones. Nos dijeron que debian controlar las heridas.
Me quedé en el hospital, dormí encima de una silla. Al otro día Rosa se murió y a mí me encerraron. ¿Sabe lo que dicen? Que no eran mordeduras lo que tenía mi mujer, eran heridas de arma blanca. |