Ser, cuya vida vino a enmudecer los vestigios de soledad, para prestar auxilio a la proeza de un amor violento. Amor, que se vistió de humildad, que terminó por corromper la maldad con su bondad, violento por ser sincero de modo perspicaz, no hubo piedad que no cubriera su manto de benevolencia. Callaba como quien serenamente regala una flor, ardía en deseos de conocerme, a mí, la niña de sus ojos. Buscaba poder alcanzarme cual héroe ante mi dificultad, proximidad inminente, una luz más que fulgurante. Destellos capaz de ser vistos desde cualquier lugar. Y ahí estaba yo, con sumisión ante su presencia, ¿qué más podía hacer? Era mi amado, y yo su amada. Mas... ¡cuánta dicha sobre mí venía al saber que me había elegido! A pesar de haberme equivocado tantas veces, ¿merecía yo su amor? A pesar de desoír su llamado, ¿merecía yo su amor?
Y sin embargo, siempre estuvo ahí, observando con añoranza esas veces que hacía estruendo de sus maravillas.
Me busca ¡Oh como me busca!
Me espera porque no quiere que me pierda.