Esta narración debería ser una reflexión, porque la Genética, pone a prueba la capacidad del hombre para comprender.


EL MUTANTE

Había una vez en una ciudad costera, un mutante, un hombre que genéticamente poseía: 23 cromosomas masculinos y 23 cromosomas femeninos. A este mutante arrogante, los médicos lo felicitaban, porque producía con normalidad tanto espermatozoides tipo (Y), cómo espermatozoides tipo (X). De tal manera, que podía engendrar tanto hijos como hijas y era tan masculino, como femenino a nivel celular. El mutante, además de su buena condición de salud, había tenido pocas novias, por la simple razón, que se la pasaba chismoseando en una esquina. Para él, muchos eran homosexuales, así que todas sus conversaciones terminaban acusando a cualquiera de gay. “Ese que va allá, es sospechoso”, “ese que viene allá es como del otro equipo”, “este man no me convence”, etcétera, etcétera. Todos y todos, cuando él, los miraba, terminaban en su suciesa. Los amigos empezaron a sospechar que podía tener muchos complejos y que no se sentía tan seguro de su masculinidad, cómo afirmaba. A nadie invitaba a su casa, porque pensaba que sí otro hombre iba, los vecinos pensarían, que era marica, por eso, e incluso evitaba la presencia hasta de sus primos. “Pobre mutante”. Las mujeres que fueron sus amores nunca las dejaba entrar a su habitación. Para ellas todo eso, era un misterio. Nunca visitaba peluquerías y evitaba ir a almacenes de cadena. Siempre se cortaba el pelo, él mismo. Sus cortes de cabellos se los hacia con picos de botella, porque decía que las tijeras no eran para hombres, sino que eran femeninas, porque su mamá las usaba. ¡Vaya, vaya!.
Un genetista amigo suyo le dijo: eres muy parecido a tu mamá. Él mal humorado y con ganas de empezar un pleito respondió: yo soy todo de mi papá y grábate eso de una vez por todas. El genetista pensó en la cantidad de estrógeno femenino que produciría el papá para parirlo.
Un día una mujer que fue su novia decidió ir a su casa y meterse en su habitación, no aguantaba la curiosidad por saber que escondía en esta. Esperó a que se marchara para la esquina y entonces, sigilosa sin que los padres la detectaran se metió al cuarto. Dentro de este quedó sorprendida, jamás imaginó que su exnovio tuviera un pensamiento desequilibrado, porque todas las paredes estaban llenas de espejos con una nota que decía: no quiero vivir.
Ella pensó, “por eso, no va a las peluquerías, su reflejo lo incomoda”.