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Exudaba violencia por sus poros. El ambiente de la caleta olía al pesado olor a temor de infancia mezclado con humo, todo matizado con la densa oscuridad de una luna nueva. No era la primera vez que caía preso, pero era la primera vez que compartía la caleta con su progenitor y con el favorito del padre, su hermano menor. Luego de que todos los presos, según su jerarquía criminal, tomaran un trozo de carne de las débiles llamas improvisadas para asar, se acercó y cogió lo primero que tuvo a la mano, un trozo de hueso con restos rojizos de carne arrebatada. Quién sabe a que animal correspondían esos restos, no estaba en posición de cuestionar lo que podía meterse a la boca. Se alejó hacia un rincón, mientras veía al favorito, hincar el diente a un jugoso y abundante bife de un aspecto inimaginado en aquel lugar. Comenzó a roer su hueso, y el amargo sabor de la carne se desvaneció en su boca al recordar toda la tristeza de su vida pasada, de la vida que había tenido que soportar con ese par de desgraciados.

Estaba sentado sobre el suelo frío, lo más alejado posible del grupo, como correspondía al recién llegado a la prisión. El estrecho lugar resonaba con murmullos inentendibles. Alzó por un instante su mirada y se hizo un silencio y todos los ojos cayeron sobre él. Su corazón estaba agitado, no era por el miedo, estaba en estado de alerta por lo que pudiese ocurrir. Inclinó su cabeza y comenzó a morder nuevamente su hueso, para calmar el hambre que tenía. Quizás un poco de carne en su estómago, aunque estuviese cruda y amarga, le permitirían ignorar el frio que hacía en aquel lugar.

Sus orejas, aún entumecidas, no se recuperaban de su tibieza habitual. Sintió de improviso un chasquido que silenció los murmullos y que dejó un insistente zumbido en sus oídos. Luego, sintió escurrir una agradable tibieza que bajaba desde su cabeza al rostro, entibiando a su paso, su oreja izquierda. Se llevó la mano al rostro, de manera refleja, y luego la colocó frente a sus mirada. Quedó asombrado al constatar que era sangre, su propia sangre la que comenzaba a cubrir su ojo izquierdo. Levantó la mirada y vio la enorme silueta de su progenitor que se alargaba más de la cuenta en la penumbra, cubriendo casi por completo la débil luz del fuego a medio morir que crepitaba a sus espaldas. Poco tiempo le tomó, darse cuenta que había recibido un corte en su cabeza. Un corte rápido de la mano de su progenitor. El desgraciado sostenía, sobre su mano derecha, una vieja hoja de metal improvisada como cuchillo, sobre la que escurría su sangre dejando un reflejo húmedo a contraluz. De seguro, esa agresión, era la conducta esperada de quién debía conservar el liderazgo en ese pequeño mundillo de criminales.

Le acercó, por segunda vez, peligrosamente la hoja empuñada. Ahora con la intención de caer sobre su cuello. Pero Cristian, no quería sentir otra vez ese temor de infancia, que lo hacía recogerse sobre sí mismo, soportando los golpes, esperando a que todo acabase pronto. Ya no quedaba nada de temor en su alma. Ningún vestigio de debilidad se alojaba ya en su corazón curtido por la soledad y las penurias de una vida de malos tratos.
Afortunadamente pudo reincorporarse conteniendo la segunda arremetida de su progenitor. Lo sostuvo con su mano izquierda, y con su derecha cogió la hoja y enceguecido por los recuerdos de sus años de infancia, se abalanzó sin pensarlo al cuello del agresor. Abanicó y abanicó, una y otra vez, la hoja sobre su garganta, solo se detuvo unos segundos, para limpiarse la cara, ya que sentía que estaba cubierta de sangre, la sangre de él mezclada con la sangre de su progenitor. El murmullo, de los allí presentes, dio paso a un coordinado grito final de asombro y alivio. Un grito que se percibía a asombro, por como se habían dado los acontecimientos. Un grito que se percibía a alivio, por quién había sido el vencedor.

Cuando por fin pudo tomar aire para recuperarse y mientras escuchaba los gritos improvisados de festejo de los presentes, sintió que lo invadía una enorme tristeza. Tuvo el tiempo de recapacitar, en lo que había hecho, cuando observó bajo el rostro cubierto de sangre de su progenitor, tendido ahora de espaldas, como se había ido esbozando una clara sonrisa que lo acompañó hasta el momento de su muerte. Sus blancos dientes dibujaban una perversa expresión de satisfacción. Una expresión que eternizaba el cumplimiento de un largo sueño añorado.

En ese momento supo, que su hermano menor nunca había sido el favorito. Su predilecto, sobre quién había puesto toda su esperanza, siempre había sido él. Aquel a quién había sometido al rigor de una infancia de privaciones e injusticias. Aquel a quién había criado al fragor del rechazo y la falta de afecto. Aquel a quién había escogido y había moldeado para ser su heredero. A quién había criado a imagen suya, en el reflejo de su infinita maldad. Y que ahora, daba a luz en el momento exacto, que parecía ante sus ojos el más miserable de su vida. De alguna forma, había cedido en vida su pequeña posición privilegiada de poder, en un sacrificio maquiavélicamente consumado. Lo había traído a una nueva vida. Lo había transformado en persona que él siempre había odiado, mediante un inesperado rito de entronización al amparo de la oscuridad de una noche sin luna.

Texto agregado el 14-11-2022, y leído por 57 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-12-2023 Muy bonito ! NAYO56
15-11-2022 —El legado preparado durante toda una vida al final fue depositado en el elegido, desde su nacimiento, para heredar el trono. —Saludos. vicenterreramarquez
 
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