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Cuando María cumplió cincuenta años de edad su cabello se negó a ser inofensivo y bello. Los pelos se llenaron de valor y curiosos saltaron al vacío para quedar tendidos como cadáveres resecos en todos los rincones de la casa. Los veo por todos lados. Nunca están solos: para aceptar la soledad son muy cobardes, o muy sociales. Al principio me tomaba la situación con calma; pensaba que era una situación temporal, como la lluvia, y que los pelos se transformarían en un mal recuerdo; pero no: los pelos llegaron para quedarse y exigen su territorio.

Amo a María, sus cincuenta años rebosantes de carne deseada, su cálida sonrisa; pero odio sus pelos largos y oscuros esparcidos a mi alrededor. No es su culpa. La naturaleza de las cosas exige su tributo y a María le ha llegado la hora de pagar la cuenta. Compartir mi vida con ella se ha convertido en una vereda escabrosa y peluda. No podré acostumbrarme a encontrar pelos en el jabón del lavabo: tiene tantos pelos el jabón que al cogerlo temo que intente escaparse entre mis dedos. Tampoco podré ignorar los pelos que flotan en el fondo de la taza de inodoro. Mi esfinter se cierra con el espectáculo y debo bajar el agua para sentarme a cagar; aunque es en vano: mientras cago pienso en el oscuro enjambre húmedo. Cuando paso la aspiradora me alegro de no tener que barrer esa cantidad ingente de filamentos resecos. En nuestra larga relación acepté las incomodidades que el amor acumula según se desgasta: con esa misma resignación acepté también los pelos en la cocina. El típico pelo en la sopa es un chiste en comparación con la cantidad de pelos que se mezclan en mi ensalada, en mis fideos, en las salsas. La magnitud horrorosa de un pelo largo y negro sumergido en un vaso transparente de leche nunca la olvidaré, así como nunca olvidaré el primer “te quiero” que María me susurró en nuestra juventud.

Texto agregado el 03-10-2022, y leído por 149 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
04-10-2022 Odio los pelos en la sopa o asomándose airosos entre los alimentos. Pero lo tuyo ya es desborde de pilosidades que parecieran adquirir vida propia mientras la cabellera de la autora permanece indemne. Ingenioso relato que desmitifica este asunto de los pelos repartidos, sobre todo si existe un amor fecundo rondando en el pensamiento. Original escrito. Me gustó. Guidos
04-10-2022 Me gusta esa cuota de realismo mágico. No fue así con el rumbo que tomo después, entre lo escatológico y grosero. Una pena. Considero que se podría haber dicho igual, con más elegancia. MujerDiosa
03-10-2022 Me gusta tu escritura porque es distinta: "tiene tantos pelos el jabón que al cogerlo temo que intente escaparse entre mis dedos". Abrazo. MCavalieri
03-10-2022 Un verdadero festival de pelos y vellosidades impúdicas, más invadentes que las cucarachas y exhibicionistas que un florero; pero todo se les perdona con la última frase de tu historia. remos
 
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