EN BUSCA DE UN IMPERIO
Sediento entre púas, entre cardos, entre espinas que rasgan la piel, entre insectos que zumban como el viento veranero, entre abejas iracundas que revolotean en celo por su colmena, entre estas matas Pertuzco va cayendo, atrapado por las redes de la desventura y por la triste traición.
Llegó él, con las armas del pensamiento a forjar imperio —. El jefe soy yo —dijo.
— ¿Y quién eres tú? —le preguntaron
—Pues mis amigos yo soy la razón de una palabra y la etimología de dicha razón —volvió a decir con tono soberbio.
— ¿Sabes en dónde estás? —volvieron a preguntarle.
—Estoy en las páginas de un libro, en el principio del desenlace y en el final de un cuento —suspiró Pertuzco.
— ¿Qué diablos hablas, acaso estás loco?, ¡estúpido! —el grupo de personas reunidas lo amedrantó.
—La locura pertenece a ustedes y la violencia saca espumas de sus bocas —los miró Pertuzco fijamente.
— ¡Maldito! acaso insinúas que somos perros con rabia —uno del grupo le apuntó con un arma.
—Crees que puedes destruir la génesis de una generación literaria, aunque dispares y me mates jamás moriré y seguiré existiendo entre poetas y cuenteros, porque eliminaras mi forma física pero nunca mi intelecto —sacó el pecho Pertuzco y se dignó como un lord invitado al palacio de un rey.
Todos los presentes se miraron entre sí y algunos se rascaron la cabeza tratando de comprender las palabras de Pertuzco. Era una situación grave la que estaba ocurriendo, así que se preguntaban ¿Qué era todo esto? Y pensaron que tenían que tomar medidas nuevamente y volvieron a agarrarlo entre todos y lo arrojaron a las matas de espinas, para que volviera a caer entre las abejas alborotadas. Entonces, el timbre sonó y una voz anuncio el tiempo, se abrieron las puertas de las habitaciones, había llegado la hora en que debían dormir la siesta todos los pacientes de aquel manicomio donde van a parar los escritores cuando no publican sus escritos.
Atrás en el jardín quedó Pertuzco, entre espinas, entre cardos y zumbidos de mosquitos y aquella pistola de juguete, que también rodó, por el piso.
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