Esta historia solo es una visión desde un punto de vista científico, no busca persuadir el pensamiento de lo que se cree, al respecto.
LA REENCARNACIÓN
Entre la maleza verde se asoman las ruinas del antiguo sepulcro abandonado, las matas se han trepado a su lápida y han metido entre las grietas del concreto sus espinas fibrosas y venenosas, la lluvia ha encharcado durante años el acceso al terreno removido y las ramas de los árboles han tupido una cueva de sombras perennes. Las lechuzas y los búhos han custodiado y esperado durante una centuria que la muerte deslice la tapa del sepulcro y renazca del infierno la vida. Del terreno lodoso se escuchaba el sonido que traía un susurro helador y que petrificaba, algunos animales al levantar sus orejas y al escuchar las vibraciones profanas huyen entre el fango y las hojas secas. No hay flores coloridas sino marchitas, no hay renuevos frescos y jugosos sino montículos oscuros y pardos en la tierra lodosa, no hay brisa limpia sino aire fétido que se respira entre carnes muertas y ya podridas, no hay campos de arroz comestibles sino espigas negras, no hay saciedad sino hambre y un poblado de campesinos pellejudos con huesos descalcificados “Así, que solo es la ruina y la oscuridad”.
Lentamente la tapa de la sepultura va siendo removida, por un susurro del pasado que vuelve a existir entre harapos sucios y percudidos, y donde la sangre perdió su humedad quedando la mancha de la triste calamidad. La piel disecada se flexionó en la coyuntura de los huesos porosos y la difunta se incorporó entre crujidos dolorosos y alaridos agudos que perturban el sueño de los vivos y el insomnio de los chismosos. Las voces de asombro se propagan por las callejuelas del poblado —. ¡Esa no es la reencarnación que esperábamos! —y el miedo irrumpe en los corazones de los supersticiosos.
El cuerpo se estremeció en su ataúd y golpeó la madera podrida con sus huesos rotos y desbarató la envoltura de sus tejidos muertos. No hay ojos, no hay nariz, no hay labios y no se sienten los latidos que indiquen el pulso vital del nuevo nacimiento.
La reencarnación se había cumplido en el mismo cuerpo fallecido, pero ya eran carnes secas y sangre muerta, un alma vieja que se reencontró con sus mismos antiguos despojos y con sus movimientos involuntarios, porque el cerebro ahora es solo después de cien años una masa de neuronas extintas.
Existieron (hubo) muchos nacimientos que dieron mujeres fértiles y llenas de vida, pero el espíritu viejo lleno de experiencias vividas y tan cargado eléctricamente y tan marcado como cinceladas en piedra dura, no encajó en la unión de los gametos.
No pudo hacer suyo el cigoto que tenía un ADN diferente y no pudo materializarse en una energía más pequeña, porque la diferencia de potencial saturaba a los pequeños cuerpecitos. Así que solo vagó entre sombras, entre espigas de arroz negras, entre maleza perenne, entre lluvia y lodo pardo o entre renuevos o flores marchitas.
La gente del poblado se acercó a la tumba, con sus almas pellejudas y envuelta en las tradiciones, pero con una gran desilusión la de seguir sufriendo por una promesa que no se cumplirá —. Volveré y haré fértiles los campos.
|