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“Bolero”
“Tal vez sería mejor que no volvieras...”

Aquellas luces parpadeantes y tenues iluminaban por instantes los vasos, incontables ceniceros humeaban con las colillas de los cigarros agonizantes sobre las mesas, la voz de Salome temblaba sobre el escenario iluminado con aquella solitaria luz pálida que recorría su rostro ovalado y descendía por su cuello desnudo y delgado, adornado con el lunar único. Miraba a ninguna parte entre los espejos sin memoria, con ese cuerpo frágil y delgado entallado en el vestido blanco de lentejuelas resplandecientes al contacto de la luz… “quizás fuera mejor que me olvidarás”. Nadie, o mejor dicho, casi nadie escuchaba el sollozo, casi imperceptible, de su voz al cantar aquella canción, después de todo, aquel era un lugar de sombras donde el aire moribundo de los cigarros impregnaba la piel y los recuerdos. Cinco años es tan poco tiempo, apenas unas mil ochocientos veinticinco noches, lo suficiente para que Juan Carlos pretendiera condenar al olvido aquellas lentejuelas, olvidar ese mundo que él pretendió construir sobre los cimientos de los tragos, de aquellos ojos tristes cegados por la luz, de su voz entonando siempre el mismo bolero: “volver es empezar a atormentarnos, a querernos para odiarnos sin principio ni final…”

Algo en su voz, en su cuello, en los ojos cafés que por un instante lo miraron, era distinto, cómo si después de todo ese tiempo, no fuera ella, sino otra persona, quizá había algo de cierto en ese pensamiento que Juan Carlos tuvo cuando las miradas de ambos se cruzaron, pero no era ella, ni él lo que había cambiado, sino todo lo que los rodeaba, porque dentro de ellos mismos y de esas paredes oscuras nada cambiaria nunca, estaban condenados a percibir las sombras de un mundo al que ya no pertenecían.

Todo aquello no era más que un montón de escombros malolientes entre unas paredes en ruinas a punto de derrumbase, pero aún así Alfredo Cabral decidió comprarlo al ayuntamiento a un precio muy bajo, más aún considerando que se encontraba en pleno centro de la ciudad, claro está que desde hacía mucho eran calles oscuras y perdidas dónde los días transcurrían lentos plagados de vendedores ambulantes, del ruido ensordecedor de los cientos, sino es que miles de personas que pasaban diariamente, entre la basura y el sol que caía a plomo sobre sus cabezas, pero de noche, era otra cosa, los traficantes de droga, las prostitutas apostadas en una esquina mientras el humo de sus cigarrillos invadía la penumbra, los borrachos dando pasos desequilibrados dejándose caer en cualquier sitio para dormir, nada de eso podía significar algo, eran solo los restos de algo que ya nadie recordaba.

Después de casi un año de remodelaciones en que Alfredo Cabral se convenció de que lo único sensato por hacer era demoler todo hasta que no quedara piedra sobre piedra, decidió abrir un bar, lo único que conservo fue el nombre del lugar, lo mando a construir con luces de neón color rojo: “El Bolero”, no solo porque aquel negocio era lo único medianamente decente que podía hacer, sino porque de todos modos en el día a nadie le hubiera interesado. Una pequeña pista de baile se extendía en el centro, las mesas altas y circulares cada una con cuatro sillas, en uno de los costados la barra y en el fondo una pequeña plataforma que servía de escenario para dos o tres músicos, guitarristas que solo tocaban boleros, y la cantante, pues Alfredo Cabral hacía honor al nombre de su establecimiento. Había, además, una pequeña escalera que conducían al segundo piso, allí estaban su oficina y también los cinco cuartos que tenia reservados para la clientela especial y las ocho prostitutas que él administraba.

Eran como las cinco de la tarde, la hora habitual en que Alfredo Cabral llegaba, bajo del taxi, miro alrededor y le pareció que nada había cambiado desde que mando a derribar aquella pila de escombros viejos, luego se percato de que ella estaba parada allí con el cabello castaño en forma de ala cubriéndole la mejilla, la miro a los ojos, ella le sostuvo la mirada.
– ¿Puedo ayudarla en algo? – pregunto él, sabiendo de antemano la respuesta.
– Quiero trabajar.
– Bueno, siempre hay lugar para una más – dijo recorriendo su figura con la mirada lasciva – pero pase, hablemos adentro.
Ella se mantuvo imperturbable y dijo:
– No, dígame si va a contratarme.
– Mira linda, sabes mejor que yo de que se trata esto, así que tú dices.
– Quiero cantar.
– ¿A caso crees que soy un descubridor de talentos?, no necesito una cantante y mucho menos una salida de quien sabe donde.

La dejó allí en medio de la gente y los coches y el olor espantoso de la ciudad, bajo el sol naranja de la tarde que poco a poco iba ocultándose, del mismo modo en que el sonido ensordecedor del mar en una noche de viento se va apagando conforme se aleja de él.

A las tres de la mañana todo estaba en silencio, Alfredo Cabral salió caminando con paso vacilante en medio de los mareos provocados por el alcohol, tenía la certeza de que su cuerpo no le pertenecía ya, sino que flotaba, aún podía oír, como un eco lejano, las notas de una canción cuya letra no podía recordar, de pronto, frente a él, como una visión, estaba la misma mujer que había visto en la tarde, por un instante le pareció ser solo una alucinación, le toco el rostro con la mano, ella la retiro suavemente y dijo:
– Es una bella canción.
Alfredo Cabral se sintió sorprendido, no tanto por la sospecha de que ella, de algún modo, le hubiera adivinado el pensamiento, sino porque no podía creer que siguiera allí. – ¿Cuál canción? – dijo aún sin poder coordinar sus pensamientos.
– Esa, la que estaba cantando. – La voz dulce parecía sonreírle.
– No estaba cantando ninguna canción.
– Claro que sí, “Tal vez sería mejor que no volvieras...” – su voz entonando aquella canción resonaba en el silencio nocturno de un modo sobrenatural, como si el tiempo se hubiese detenido.
– Sí, esa es la canción, pero no la estaba cantando, no podía acordarme de la letra, ¿cómo supiste? – dijo sintiendo que un espasmo frío le recorría el cuerpo.
– Se te veía en los ojos.

Él la miro un instante y dio medio vuelta, un taxi se detuvo, siempre lo hacía a la misma hora, abordó con dificultad y cerró la puerta. Por unos instantes, mientas el automóvil se ponía en marcha volteo a verla, su figura en medio de la noche fría parecía desvanecerse bajo el color ámbar del alumbrado publico.

“Nos hemos hecho tanto, tanto daño, que amor entre nosotros es martirio...” Ambos se miraron, porque lo sabían, Juan Carlos esperaba, anhelaba, que fuese distinto, y ella, Salome, con el sollozo casi imperceptible mientras cantaba aquel bolero, ya lo tenía decidido, no en ese instante, sino mucho antes, unas de las incontables veces en que él la esperaba a las cinco de la mañana, bajo el cielo apenas oscuro, entre el viento que pareciera ser el de otra ciudad, luego, cuando ella salía, era otra, todo era distinto, los pantalones de mezclilla, el cabello castaño suelto sobre los hombros, la noche anterior no era ni siquiera un recuerdo, moría junto con la oscuridad, esa misma muerte que día tras día ambos contemplaban desde la ventana del quinto piso en el departamento vacío en el que vivían, y eso era lo único, vivir, sin los remordimientos, sin la soledad de no saber , de no recordar cada noche.

– Larguémonos – dijo Juan Carlos suplicante, la veía a los ojos grandes y profundos, y ella lo supo, pero no se lo dijo, no había donde ir, lo miro – No – dijo.

El dolor de Cabeza era insoportable, Alfredo Cabral se miró al espejo, pensó, creyó pensar, que nada había pasado realmente, luego, sin saber, sin pensarlo, salio a buscarla, – Esto es una mierda – dijo para si, la basura se amontonaba sobre la cortina de la entrada, las luces neon estaban apagadas, supo que no iba a encontrarla, entró y se sirvió un trago, se quedo allí, sentado, fumando, repasando con la mirada las paredes, había perdido la cuenta de las horas, no sabía si allá afuera aún era de día, no le importaba.

Poco a poco fueron llegando los meseros, los músicos, el ajetreo, Alfredo Cabral subió las escaleras con la intención de olvidarse del mundo, de cualquier mundo, se encerró en su oficina, un trago, un cigarro, de nuevo el mismo bolero, las mujeres aún no habían llegado, se recostó sobre un sofá, no oyó los pasos sobre el corredor oscuro, pero si los golpes tímidos sobre la puerta, casi como si no hubieran querido ser dados.
– Pasa – Ladro, sin siquiera incorporarse, seguía fumando. – ¿Qué quieres – dijo al mozalbete desaliñado.
– Ahí lo buscan señor –
– ¿Quién es?, si es el comandante, dale lo que pida y que se largue –
– No, es una señora, dice que lo conoce –

Tuvo la esperanza, presentimiento, de que fuera ella, bajo rápidamente, no se había equivocado, la miro detenidamente, el cabello sobre la mejilla, el pantalón ajustado, el rostro pálido, la nariz afilada, se acercó.
– Creo que fui descortés con usted ayer – Dijo él, ella le sostuvo la mirada, los meseros, los músicos, fingiendo estar desatentos mientras afinaban sus guitarras, la miraban
– Supongo que ya sabe a que vine – dijo serena, fríamente,
– Sí, lo sé, pero no necesito ninguna cantante.
– Yo no dije que la necesitara, solo le pedí trabajo.
– Y si no se me da la gana contratarla – Prendió un cigarrillo y se sentó sobre una silla, extendió los pies cruzados sobre la mesa, la desafiaba, nadie venia a decirle a Alfredo Cabral que hacer.
– Pues ya dirá – dio media vuelta y camino
– Espere – dijo él y se paro, la tomó del brazo y la miro a los ojos – Puede empezar hoy mismo – Arrojó la colilla del cigarro a sus pies y salió.


“El paso del dolor ha de encontrarnos, de rodillas en la vida, frente a frente y nada más…” Sentado allí Juan Carlos recordó aquellos días, deseando que ella los recordara del mismo modo, Cabral, desde otra mesa, lo miro de reojo, levanto el cigarro humeante a modo de saludo, las ultimas notas de la canción se extinguían suaves en la voz entallada en el vestido blanco de lentejuelas, aplausos, Juan Carlos apuró el trago, Salome había dejado el escenario.

Texto agregado el 25-07-2022, y leído por 94 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-07-2022 Es un texto que hay que leer atentamente para no perder detalle. Me gustó mucho la ambientación y el carácter que le diste a cada uno de los personajes. Saludos, sheisan
26-07-2022 Es un texto con un ambiente como del buen cine noir. Transmite un aire de nostalgia. El único pero es la falta de acentos en varias palabras, pues distraen la atención. Gatocteles
25-07-2022 wow... con el tiempo a ni favor pude leer en calma todo el relato. Con tus palabras viajé hacia el recuerdo de un lugar de tangos. Lugar que hace años se hizo "piedra tras piedra: como expresas. Acá encuentro la magia del leer. De sorprenderme la imagen de lugares, personas y encuentros que aparecen solo gracias a tu relato y eso se agradece. Es para mi en las letras de un otro donde uno se conoce. Hermoso relato que toca mis recuerdos. Abrazo habitacion323
 
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