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Siguiendo el pensamiento de otra joven cristiana. Gracias al sacrificio de estas hermosas doncellas, la fe se solidificó hasta promover una conciencia local.

Micro-relato extenso.

APOLONIA


PRIMERA PARTE

Alejandría año 250 D. C.

La hoguera ardía incandescente ante la mirada nerviosa de Apolonia. Ella sabía que moriría, aunque injuriara toda su fe cristiana, de tal manera que no existía en absoluto un arrepentimiento sobre su conducta y menos echar por tierra todo el esfuerzo de su comunidad religiosa. El fuego infundía en muchos el pánico que llevaba al horror, pero la joven Apolonia era fuerte en su decisión y era más reconfortante el regazo del salvador que la amistad de esa manada de fieras que la oprimían. Eran tantos los calcinados que estaban encadenados a una cruz a lo largo de las calles de Alejandría, que tal hecho en vez de asustarla por el contrario le hacía sentir más coraje, porque la causa no sería en balde, más bien vendría a ser como una fuente de vida.
Sería condenada por profesar otra forma de practicar la religión, por aborrecer el asesinato en todos los sentidos y más como pena ejemplarizada, por resistirse a aceptar una religión que incubaba la ignorancia y la idolatría y por rechazar el paganismo brutal de sus verdugos.
Ante la tiranía Apolonia meditaba aquel pasaje del profeta Daniel en el cual Sadrac, Mesac y Abednego fueron arrojados al horno de fuego, pero estuvieron protegidos por el ángel de Dios y devueltos para seguir alabando. Ella tomaba esta situación como la puerta que la llevaría a la unión con Cristo y que su cuerpo solo era un pesado obstáculo que le impedía el acceso a otra forma de existencia más liviana y menos dolorosa.
A pocas cuadras se escuchaban las sonadas de las flautas y los golpes del tamboril al haber sentencia sobre otro mártir de la nueva fe. Mientras en las salas del palacio las melodías de las arpas junto con el salterio y la zampoña deleitaban a los invitados que bailaban sus concupiscencias. Grandes poetas de la época eran sugestionados, para que declamasen y rindieran pleitesía al emperador, mientras este se pavoneaba como el dios entronizado de la prepotencia humana.
Habían pasado dos días desde su aprehensión, su cautiverio fue sin contemplación y peor que la prisión del más cruel delincuente, la obligaron a arrodillarse y arrastrarse ante los pies de los sátrapas, gobernadores, capitanes y consejeros del emperador, para humillarla y hacerle sentir que su existencia era peor que la de cualquier criatura terrestre existente.
En el curso de esos días su cerebro estuvo expuesto al sometimiento continuo del interrogatorio —. Arrepiéntete de tu herejía —fueron voces distintas que la atormentaron, voces que le gritaron y palabras que hicieron ecos en su cabeza, mientras el sudor se mezclaba con sus lágrimas y su sangre se asomó en las heridas abiertas.
Ahora arrodillada y encadenada frente a la hoguera oraba a Dios intensamente, de su boca se escapaba la palabra “Cristo” y al cerrar sus ojos su pensamiento recorría jardines de extensa paz espiritual, una sensación que quería cesar sus funciones vitales, para despojarla totalmente del sufrimiento. Pero un recuerdo vino también a su pensamiento, para hacerla aborrecer aquel instante cuando llegaron las tropas a la escuela Catequética donde enseñaba la nueva doctrina y siendo acusada de Crimen de Estado fue sometida al ultraje mientras la llevaban a prisión.
Una vez en la sala de interrogatorios, recuerda lo que pudo leer en una de las paredes del recinto, ese odio declarado al cristianismo, esa sentencia inhumana que articuló en voz baja —. Si el Tíbet se sale de madre, si el Nilo no inunda a los campos, si hay sequía, temblores de tierra, hambre o peste ¡Arrojad a los cristianos a las fieras! —estas palabras escritas y tan veneradas por sus perseguidores, solo le provocaron aquellas náuseas y aquel vómito al leer tanta sevicia.
Dentro del grupo de perseguidores recuerda al heleno filósofo llamado Porfirio de Alejandría, con quien ya había tenido desacuerdos. Este hombre siempre le demostraba que la odiaba profundamente.
—¿Qué tienes que decir ahora que te van enjuiciar?, te dije que estabas ofendiendo al Estado Romano con tus mentiras y tu falsa idolatría —Porfirio el heleno había escrito y publicado quince libros en contra de los cristianos y en ellos desataba toda una campaña opositora, para pisotear todas las enseñanzas que transmitían.
—Vuelvo a decirte que es Cristo nuestro rey, nuestro salvador, el hijo de Dios y que Dios es el único verdadero y tus dioses son falsos, son estatuas de satanás —Apolonia en ese momento lo miró desafiante.
—¡Insolente ramera! Porfirio la abofeteó descargando toda su frustración en ella.
—Puedes golpearme todo lo que quieras, pero yo no voy a detractar mi fe —Apolonia hizo un gesto de dolor con la bofetada, mientras en su rostro se veía el enorme desprecio que sentía por quien la estuvo persiguiendo y amenazando durante algún tiempo.
—Vas a ser llevada ante el procónsul, para que te dicte condena y te quemaremos en la hoguera —Porfirio sintió dentro de sí, un gran convencimiento de que el procónsul condenaría a Apolonia.
—No me importa morir si he de padecer como lo hizo Cristo, pues dentro de sus enseñanzas siempre advirtió que de la misma manera que lo persiguieron a él, también nosotros sus discípulos seríamos perseguidos.
—¡Estúpida! ¿Qué te cuesta hacer lo que han hecho muchos de tus compinches, para salvar el pellejo?, mira que así, obtendrás tu certificado que demuestra legalmente que eres ciudadana de Roma y que ofreces sacrificios a los dioses y adoras a tu superior el emperador.
—No voy a rendir ceremonia a sus cultos y menos derramaré granos de incienso sobre los pebeteros.
—¿Y a tu emperador tampoco adoraras?
—El emperador es una figura política y lo respeto como gobernante de todas las provincias de Egipto, pero no puedo verlo como una sagrada majestad omnipotente, entiende eso, es inútil que trates de convencerme con una mentira, yo he sido desde muy niña educada en el cristianismo, he sido respetuosa de las leyes romanas y como Cristo dijo darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, yo le doy al emperador mis respetos, pero a Dios mi adoración.
—Insensata quieres igualar a tu Dios, al nivel del dios nacional de todos los romanos, el poderoso Júpiter.
—Tú muy bien sabes que Júpiter es una réplica del dios de ustedes el llamado Zeus, de tal manera que pasa a ser una imagen pecaminosa y llena de vicios, como cualquier humano, no es perfecto ni mucho menos santo como nuestro Dios, tu Dios también si así, lo decides.
—¡Cállate no quiero oírte más! —Porfirio dio la orden a un soldado y éste golpeó a Apolonia en la cabeza con la lanza causándole una herida.

Apolonia sintió el dolor y el ardor en su cabeza, casi se desmayó ante la contundencia del golpe, pero su fortaleza estuvo más allá de su vulnerabilidad como ser humano, una fuerza espiritual la sostuvo, esa fuerza que la impulsó, para soportar tanta crueldad y ahora la llevaría a lo más grande de la voluntad humana.


SEGUNDA PARTE

El emperador Decio Trajano al subir al trono en 249 a casi un año, sistematizó la persecución contra los cristianos ya que el imperio estaba resquebrajado y se aproximaba una invasión de los jóvenes bárbaro que acechaban en las fronteras de Roma. Trajano se propuso restaurar el orden político interno, reformando, para llegar hasta las viejas prácticas de gobierno que le dieron tanta gloria al imperio. Entonces emprendió una batalla contra los cristianos, para que abandonaran su fe y dieran culto a Júpiter y a él, como autoridad suprema. Su edicto promulgado en 250 sentenciaba a los cristianos que en determinadas épocas del año debían obligatoriamente presentarse ante las autoridades competentes, para honrar con ofrendas a los dioses paganos y de esa manera Decio Trajano iniciaba el primer paso, para que la religión de sus antepasados siguiera siendo la oficial y desplazar a la cristiana que poco a poco se había estado adueñando de la mentalidad de los romanos.
Porfirio declarado ciudadano romano incitaba a las autoridades superiores de Roma, para que desplegaran sus legiones contra los cristianos sin tener en cuenta que la mayoría de los pobladores del imperio ya estaban bautizados en la nueva fe. Decio, sabía de ello y como emperador con mirada más audaz solo quería restablecer el viejo orden religioso sin matar a los cristianos y por el contrario su deseo era que abandonaran la nueva práctica por el bien de todos. Quién no respetara las órdenes de su edicto sería castigado o declarado proscrito y sus bienes se confiscarían.

Ante su negativa de no detractar su fe, Apolonia recuerda que hace dos días, ya en cautiverio los ministros y Porfirio la llevaron ante el procónsul Rústico, para que este le organizara un juicio
—Procónsul Rústico, aquí le traemos a esta hereje que blasfema en contra de nuestros dioses y de nuestro emperador —Porfirio como dirigente de esta sublevación en contra de los cristianos presentó ante el procónsul el caso de Apolonia.
—Bien, ¿qué tienes que decir en tu defensa muchacha? —el procónsul miró a Apolonia con el deseo de que esta respondiera de la manera más acertada, para los intereses de su bienestar.
Apolonia no pronunció palabra, se sintió muy cansada, por el maltrato recibido durante su aprehensión, inclinó la cerviz mientras la fatiga la turbó, sintió que su sistema nervioso fallaba poco a poco y temió perder la consciencia inesperadamente tras un desmayo. El golpe que recibió en la cabeza le hizo perder en algunos momentos los reflejos y en medio de la debilidad presentó flacidez en sus músculos, así, que decidió orar mentalmente, para fortalecerse y recuperar las energías perdidas. Esa era una forma real y sincera de encontrar comunión con Cristo en medio de su triste desdicha.
Porfirio insistió ante el juez sobre la culpabilidad de Apolonia
—Debo volverle a decir procónsul, que esta muchacha se ha negado a rendir culto ante los dioses y que también se niega adorar al emperador Decio Trajano y como sabrá usted, hay un edicto que debe cumplirse a cabalidad, para dar ejemplo de la soberanía que ejerce nuestro sagrado emperador.
—Te he entendido perfectamente Porfirio, pero sabes que esta muchacha tiene el derecho a defenderse de las acusaciones que la han sujetado a las cadenas.
—Sí, su excelencia, pero aquí los ministros son testigos de esta soberbia en que anda la hereje.
—Has de saber que nuestro emperador Decio Trajano mantiene válidas las normas del antecesor Adriano que gobernó durante los años 117 a 138 —el procónsul trataba de que Apolonia tuviera un juicio justo y que el odio no nublara el curso del mismo.
—Pero procónsul acá en África jamás se tuvieron en cuenta dichas leyes
—Órdenes del emperador, ¿quiere usted Porfirio, oponerse a su mandato?
—No para nada prosiga usted procónsul Rústico.
—Póngase de pie muchacha, para leerle sus derechos establecidos ––el procónsul ayudó a Apolonia a mantenerse en pie, mientras dos guardias la sujetaron.
El procónsul abrió un pergamino y empezó a leer en voz alta el texto
—Por orden del emperador Adriano sucesor del emperador Trajano en el trono y en carta enviada al procónsul Minucio Fundano en Asia, se establece cuatro normas como derechos fundamentales a todos los que profesan la secta del cristianismo desprendida de la religión Judaica. Como primera medida…, solamente se le puede condenar a los cristianos por vía de proceso criminal. Segundo…, la condena es únicamente lícita cuando se prueba que los cristianos han cometido algún delito contra las leyes romanas. Tercero…, los castigos que se les impongan deben responder a la calidad de los delitos que hayan cometido. Cuarto…, toda delación o acusación falsa debe ser castigada severamente. En base a estas normas fundamentales procederé para castigar o dejar en libertad a la prisionera. Y ahora deseo saber el acta de acusaciones que usted y sus ministros deben de poseer mi querido amigo Porfirio.
—Procónsul el edicto del emperador Decio Trajano que tomó posesión del cargo en 249 y que en este año de 250 establece como ley, dicta que todos sin distinción debemos hacer ofrendas a los dioses de la religión oficial y venerarlo a él, como autoridad suprema y omnipotente. Y quien no lo haga debe ser castigado severamente o declarado proscrito y todos sus bienes pasarán al Estado.
—Eso lo tengo perfectamente claro Porfirio, prosiga, por favor y vamos a los hechos.
—La acusada llamase Apolonia natural de Alejandría, según consta en sus registros de convivencia, se niega rotundamente a abandonar su falsa religión y como gravedad de hecho sobrepone a su dios sobre todas nuestras divinidades, se resiste a hacer sacrificios como muestra de lealtad a Júpiter y por encima de todo no ve a nuestro emperador como suprema autoridad divina.
—Terribles cargos pesan sobre usted, al parecer su conducta no es la más adecuada ¿Qué tiene que decir en su defensa acusada Apolonia? Hable por favor —el procónsul observó a Apolonia y vio claramente en su rostro la firmeza de su causa por la cual estaba encadenada.
Apolonia sacó fuerzas, para defender su postura frente a las injustas acusaciones que la sometían
—Sabrá usted procónsul que si sigo encadenada es porque no cambiaré mi fe verdadera por un paganismo idólatra y asesino. Me declaro cristiana otra vez y reafirmo mis votos sagrados una vez más con Cristo Jesús, mi único señor, el rey que me salvó de la oscuridad en que viven ustedes y jamás seré una apóstata.
—Pero muchacha vas a dejarte matar por la soberbia, deberías ser más razonable y apreciar tu existencia mucho más dando gracias a Júpiter por haberte dado la vida —el procónsul la miró compasivo.
—Ja, ja, ja, ja, que estupideces dice usted, quien le ha dicho que esa pila de piedras puede dar la vida, ustedes son unas miserables bestias.
—¡Cállate irreverente!, mereces un castigo, para que aprendas a respetar a nuestras divinidades. Porfirio dígale a los ministros que le saquen todos los dientes y se los den en ofrenda a Júpiter como muestra de obediencia y perdón por tanta blasfemia ¡Llévensela de mi vista —el procónsul hizo un ademán y dio media vuelta retirándose a sus aposentos, para él, se iba en conformidad con las leyes estipuladas, Apolonia había violado la segunda ley por ofensas contra la religión oficial por lo tanto la tercera ley se le aplicaría dándole el castigo establecido como acostumbrado por blasfemar contra las divinidades.
Porfirio hizo señas para que los soldados la llevaran nuevamente a los calabozos y aplicaran la sentencia.
—Miserables asesinos, jauría de fieras demoníacas…, déjenme, ¡suéltenme!, ¡suéltenme! —Apolonia sintió un enorme rechazo a tanto salvajismo, mientras el pánico se apoderó de ella, sabía que su suerte ya estaba sentenciada y que esta tortura que se le venía encima solo era el comienzo del sufrimiento.
Los soldados la llevaron a rastras hasta el calabozo y la dejaron maniatada, mientras uno de los ministros que seguían a Porfirio le arrancó uno por uno todos los dientes en medio de la hemorragia que ahogó sus gritos. Al finalizar el verdugo con su mandato dejó a Apolonia tumbada e inconsciente, mientras su cara postrada sobre el piso húmedo y frío se encharcó en su propia sangre.


TERCERA PARTE

Frustio el ministro que despojó a Apolonia de sus dientes se presentó ante Porfirio, para informarle que su orden ya estaba cumplida —Porfirio ya la hereje ha recibido el castigo, pienso que debemos dejarla en libertad, no creo que vuelva a blasfemar en contra de nuestros dioses y menos del emperador.
—Tonto esa gente no se rinde tan fácilmente, si la soltamos volverá a enseñar nuevamente sus mentiras, pero no somos nosotros quienes tomamos esas decisiones, tendremos que volverla a llevar ante el procónsul Rústico para que determine que vamos a hacer con ella.
—Entonces vayamos donde Rústico, pues de todos los que hemos apresado en estos días, la única que no ha sido apóstata es esta muchacha. Los demás han jurado sacrificio respetando nuestras leyes y se han evitado el castigo o la muerte en la hoguera.
—Más bien Frustio, deberíamos llevarla ante el emperador Decio, para que definitivamente de la orden de quemarla, esa mujer a ofendido notablemente a nuestra religión, ha pisoteado las leyes y nuestras costumbres le parecen abominables, ella es otra fuerte enemiga del imperio y más peligrosa que los acosadores en las fronteras, porque está aquí entre nosotros y vigila cada paso que damos, conoce nuestras debilidades y en cualquier momento se puede alear con el enemigo y mostrarle rutas desconocidas que lleven hasta los miembros del consejo o hasta el mismo emperador y los asesinen a todos, esos cristianos van a acabar con Roma, hay que matarlos a todos.
—Sí…, tú tienes la razón Porfirio, estamos en un peligro eminente o cambian de parecer o los exterminaremos como se ha hecho en el pasado, no podemos permitir que acaben con nuestras comodidades, con nuestras diversiones y menos con nuestra religión, yo voy a llevarla a la “Pira” que está en la plaza y tu ve y busca al procónsul, para que dé la orden de quemarla.
—Llévala encadenada, para que todos la vean y tomen consciencia de que con nuestras leyes no se juega y deben respetarlas —Porfirio se dirigió hasta los aposentos del procónsul Rústico, entre tanto su secuaz Frustio, entró al calabozo donde se encontraba Apolonia y encadenándola dio la orden a dos soldados, para que la llevaran a la “Pira”.

El heleno caminó hasta donde se hallaba el procónsul, para notificarle lo sucedido.
—Su excelencia ya hemos cumplido con su mandato, pero esa mujer sigue siendo un peligro, ella es la dirigente de un grupo de rebeldes cristianos y me temo que si la dejamos en libertad puede armar una sublevación en contra de la gente honorable de esta ciudad que respeta nuestras costumbres y vive de acuerdo a nuestras leyes.
—¿El castigo no ha sido entonces, suficiente?
—Me temo que no procónsul Rústico.
—Me acaban de informar que el emperador parte hacia Los Cárpatos y recorrerá parte de las riveras del Danubio, con el fin de verificar algunas irrupciones en nuestro territorio.
—Será una gran expedición procónsul estoy seguro.
—Así, lo esperamos todos Porfirio.
—Y volviendo a la hereje, ¿qué debemos hacer?
—Llevémosla ante la hoguera, es muy probable que frente al fuego se arrepienta de su mal proceder, como lo han hecho tantos de esa falsa doctrina.
—Ya Frustio, debe de tenerla en la “Pira”, caminemos procónsul, estoy ansioso de escuchar la apostasía de esa mujer.
—Sabes Porfirio siempre se ha hablado de cosas extrañas que suceden cuando intentamos quemar a cualquiera de estos individuos, al parecer algunas influencias misteriosas tratan de aminorar el fuego que los consume.
—Son cosas de la naturaleza procónsul, es posible que los vientos en contra y la madera aún húmeda sean los factores que favorezcan a estos impíos.
—En un día como hoy 22 de febrero del año 156 fue quemado un llamado obispo de nombre Policarpo y cuentan que una vez dentro de la hoguera se formó un halo de luz alrededor de este esclavo y el fuego no lo quería abrazar, ¿no te parece, qué eso fue extraño?
—Procónsul, jajajaja, no se siga por esas habladurías después de noventa y cuatro años, mire cuanto han podido inventar, para que seamos temerosos de su dios y sucumbamos ante las pretensiones que quieren implantarnos.
—¿Sabes cómo se tuvo que matar a ese esclavo?
—Pues no, dígame usted.
—Se le dio orden al confector, para que le acuchillara el corazón y de esa manera fue que el fuego lo pudo carbonizar, no deja de ponerme nervioso todas esas situaciones cuando presencio la muerte de estas personas en la “Pira”.
—Aquí nada va ocurrir procónsul, solo terminemos con esa hereje y acabaremos la amenaza por el momento. ¡Mire usted, allá la tiene Frustio y ya la “Pira” espera por ella!
—Vamos Porfirio y esperemos que esta muchacha se retracte.

Apolonia arrodillada y encadenada veía arder la “Pira”, su pensamiento solo estaba lleno de oraciones y agradecimiento a Dios y a Cristo, por una vida limpia y de bendiciones, de su boca aún emanaba sangre por el atroz ataque que sufrió por parte de Frustio. Ya los recuerdos quedarían atrás en una época en que la tiranía aún gobernaba, levantó la mirada, para ver la llegada del procónsul y de Porfirio que parecían animales hambrientos en busca de su presa.
—Ministro desencadénela por favor —el procónsul se dirigió a Frustio.
—Como ordene procónsul —Frustio acató la orden inmediatamente y Apolonia se incorporó valientemente, su cuerpo a pesar del castigo y de las debilidades físicas padecidas se resistía a no atrofiarse y a que no cesaran las funciones cardio vasculares.
El procónsul se acercó a Apolonia y volvió a insistirle que abandonara su postura y se sometiera bajo la nueva ley.
—Quiero que te retractes y que asumas la nueva orden como buena ciudadana de Roma, mira que si lo haces podrás volver con los tuyos y retomar nuevamente tu vida, pero ya no podrás hacer oposición, por el contrario debes rendir sacrificio a nuestras divinidades y adorar al emperador.
—Jamás haré tal compromiso, porque estaría transitando entre dos causas totalmente contrarias, mi fe es pacífica, solo damos amor, aborrecemos la guerra, somos personas que huimos de la lujuria, amamos el recato y no estamos dispuestos a adorar a otro que no sea nuestro Cristo.
—Insolente como te atreves hablarle de esa manera al procónsul —Porfirio recriminó a Apolonia.
—Lamento que te niegues a evitar la sentencia, pero si es lo que prefieres yo no puedo hacer nada, la ley tiene que cumplirse y nuestro código penal que atiende a todo proceso criminal te juzga y te condena a la hoguera.
Apolonia dio media vuelta y caminó hacia la hoguera y se quedó frente a ella observando sus llamas, una sensación de libertad se apoderó de su pensamiento, su cuerpo era pesado, para la espiritualidad, sus carnes solo producían dolor y su ansiedad era causa de perturbación, entonces se arrojó dentro de la “pira” ardiente
—¡Espera que vas a hacer muchacha reacciona, no seas tan irracional! —el procónsul le gritó a Apolonia, mientras los ministros se quedaron estupefactos ante ese momento de confusión, pues casi todos son sometidos pero ella se arrojó a la hoguera por su propio medio.
Una luz azulada surcó el cielo e iluminó en la penumbra de la tarde el área de la plaza llena de gente y de la hoguera salió una luz blanca muy incandescente que fue absorbida por la luz azul y se formó un halo inmenso que mostró las siluetas de Cristo y Apolonia. El galardón había sido concedido a esta noble muchacha, su premio por su sacrificio la inmortalizó y se veneraría como “LA SANTA APOLONIA”.

Tiempo después de la muerte de Apolonia, el emperador Decio Trajano autor del edicto por el cual murieron en la hoguera muchos cristianos en el periodo de su mandato (249 a 251) fue muerto en combate a manos de los bárbaros y su cuerpo fue dejado a la intemperie, para ser desgarrado por las fieras salvajes y picoteado por las aves de rapiña.

Refrán: El que a hierro mata a hierro muere

ASPECTO HISTORICO
Referencias bibliográficas
Historia de la Iglesia Católica
(Bernhard Ridder– Ediciones FAX)
Moderna Enciclopedia Femenina
(La Mujer y su Mundo – Ediciones CEAC, S.A.)

Texto agregado el 15-07-2022, y leído por 157 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
16-07-2022 Siglos después se instituyó como parte del clero, la santa inquisición. sendero
16-07-2022 Qué importante es traer para nuestro conocimiento o repaso, las historias de tantas heroínas. Te felicito. MujerDiosa
15-07-2022 Un relato trágico y lleno de fe por parte de Apolonia. Hermosa historia Azariel. Los cristianos sufrieron una cruel persecusión en tiempos de los romanos. Recordemos el circo. Saludos. maparo55
15-07-2022 Dicen que las ideas no se matan, sean buenas o malas. Eso sólo Dios puede juzgar. Saludos. ome
 
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