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Sostuve su mirada desafiante detrás de las gafas cristalinas. Lo que empezó como una charla amistosa se había tornado una discusión de sicología, disquisiciones freudianas y pulsiones. Había evitado sistemáticamente mirar su escote provocativo, sabiendo que ella esperaba que lo mirara con deseo, para desacreditarme como interlocutor válido. Resistí la tentación durante toda la cena, obligándome a mirar sus ojos, su pelo, sus caderas, las dos veces en que se levantó para caminar alrededor de la mesa, gesticulando en su búsqueda de ideas y palabras pseudo intelectuales para sorprenderme. La pregunta aún flotaba en el aire.

-Así que como macho de la especie, te sientes obligado por una razón genética que incluso te exime de culpas, a copular con todas las mujeres que pasan frente a tu ventana, como si fueran mostacillas de un collar. ¿Es eso…? Respóndeme como hombre, no como profesional –remató con cierta ironía.

La palabra copular me perturbó. No formaba parte de mi repertorio habitual, ni del repertorio sórdido ni del académico.
Insistió, ignorando mis divagaciones lingüísticas y mi deseo casi descontrolado por recorrer sus senos con mis dedos, humedecerlos sobre su escote, resbalar con dulzura sobre el calor de su piel.

-Sí -le contesté sin pensarlo mucho-, estoy obligado sin culpas religiosas ni vestigios absurdamente freudianos, a avasallar con mi falo esbelto a todas las féminas que pasan frente mi ventana, incluso también las que pasan por debajo y las que pudieran pasar por arriba.
-¡Falo esbelto! -rió de buena gana.

¡Falo esbelto! Siguió repitiendo como si fuera la línea de un soneto o un poema cursi carente de sentido.

-El problema no es mi falo esbelto -le espeté cortando su risa-, el problema es que a las mujeres las educan para cerrar las piernas, para mantenerlas cerradas a fuerza de culpas, prohibiéndoles disfrutar la magia del descontrol.
-¡La magia del descontrol…! -volvió a reírse, mostrando los dientes perfectos detrás de sus labios carnosos.
-Mira tus piernas -dije al tiempo que yo también las miraba sin pudor, perfectamente dibujadas debajo de su falda-, están bien cerradas. Ya ves, eres un producto de tu educación culposa.

Dejó de reírse. Me increpó que yo no era el adecuado para abrir sus piernas. Que la educación no le impedía abrirlas con quien ella quisiera, cuando quisiera, todas las veces que lo creyera conveniente. Que mi argumento era un desastre y yo un animal en celo incapaz de hilvanar dos razonamientos coherentes en la misma línea.

-En esta sociedad de mierda, las mujeres que admiten que abren las piernas todas las veces que quieren, son tildadas de putas. Aunque yo prefiero llamarlas putitas -le dije con sorna y mirada libidinosa.
-¡A ti en el reparto de atributos, sólo te dejaron groserito, guarango y machista! –contestó visiblemente molesta.

Hizo un ademán de dar por finalizada la cena e irse a su casa. Una llovizna tenue acariciaba las ventanas con vista al jardín. Me acerqué a dibujar algo sobre los vidrios empañados. La convencí de tomarse un café, mientras esperábamos que dejara de llover. Puse música de Jazz y la entretuve explicándole algunas técnicas de improvisación musical. Tomó tres pocillos de café, argumentando que el licor de chocolate era el mejor complemento que se me podía haber ocurrido, pese a ser yo un primate definitivamente tosco.

-Primate tosco… ¡groserito, machista y guarango! ¡No se te olvide! -le recordé-, el orden de los estereotipos es importante.

Reímos de buena gana. Sus ojos se dilataron. Las pupilas cargadas de deseos indescriptibles traicionaron su mirada. Imaginé mis dedos deslizándose debajo de su falda, apartando la ropa interior, descubriendo el calor y la humedad de su ser, explorando con suavidad, aliviando su deseo.
Acaricié su mano apoyada sobre la mesa, esperando un rechazo. Contrariamente a lo esperado, se quitó las gafas sin mirarme. Se levantó acercándose hasta rozarme las piernas. Desprendió la falda que cayó a sus pies, ofreciéndome la vista de su ropa interior negra, rematada con un exquisito bordado que realzaba increíblemente su pubis.
Se sentó sobre mis piernas, aprisionándome entre las suyas. Me besó sin apuro, saboreándome, sometiéndome a su voluntad. Sentí el calor descontrolado de su entrepierna buscando mi erección. Desprendí los botones de su blusa y acaricié los pechos debajo de la tela. Desabroché su sostén, lo quité junto con la blusa y nuevamente acaricié sus pechos pero esta vez con mi lengua, recorriéndolos en toda su extensión. Gimió de placer.

Lamió mi boca con su lengua, la deslizó sobre mi cara, acercándose a la oreja para susurrarme sensualmente: ¿qué decías de las mujeres que abren las piernas?
La levanté sosteniéndola en el aire con mis manos debajo de sus piernas. La llevé hasta mi cama para recostarla suavemente. Separé sus piernas acariciando la ropa interior húmeda. Descendí sobre ella, murmurándole la respuesta: putita dije…, eres mi putita.

Sentí su piel estremecerse de placer culposo. Me sujetó firmemente por los hombros. Me envolvió con sus piernas haciendo el movimiento justo para girarnos sobre la cama. Quedé boca arriba a merced de su voluntad. Se humedeció los dedos con abundante saliva. Deslizó a un costado sus bragas negras. Me lubricó el pene sin prisa. Se lo introdujo hasta el final, sin detenerse.
Me cabalgó con ritmo firme, usándome a su placer y antojo, aliviando su necesidad de control. Se movía como si fuera ella quien tuviera el pene, introduciéndolo adentro mío. Me llevó hasta el borde de mi resistencia. Me esperó maliciosamente. Repentinamente se detuvo, impidiendo mis movimientos.
Su voz me llegó entre jadeos: ¿qué dijiste que soy?

-Pu… ti… ta -susurré desesperado.

Su cuerpo se arqueó. Sentí sus pechos descendiendo, abandonándose sobre el mío. La presión se volvió intolerable. Su lengua violó mis labios al ritmo de un orgasmo despiadado. Con mi último resto de conciencia me maravillé por haber llegado juntos, algo que jamás me había ocurrido en el primer encuentro con otras mujeres.

Habría dormido tres horas cuando su llanto destemplado me despertó dolorosamente.

-¡Hijo de puta, me emborrachaste!

Lloraba con ambas manos sobre su cara, sentada en la cama como si fuera una película de mala calidad. Argumenté que no. Que estaba torciendo la realidad para deshacerse de la culpa. Que no entendía esa reacción histérica. Que no estaba ni había estado borracha. Intenté acariciar su pelo, pero me quitó la mano. Se fue sin despedirse. La vi alejarse descalza sobre el pasto húmedo. Salió a la calle, subió a un taxi, despareció. En el vidrio de la ventana que daba al jardín, empezaba a desteñirse el dibujo empañado que yo había hecho durante la cena.

Texto agregado el 04-07-2022, y leído por 328 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
09-10-2022 Casi logro mantener mis piernas cerradas para terminar de leer ese texto tan lujurioso, lascivo y erótico. Me recuerdas al escritor checo Milán Kundera, el cual describe a las piernas fetichizándolas. Dile a eRRe que el vaya a escribir al fb. Martilu
12-07-2022 Que buen relato, me pasó lo que MujerDiosa, me preguntaba hasta dónde te animarías a llegar y me pareció que fue al punto perfecto. Lo que me lleva a la reflexión es la reacción final de la mujer, tan poco resuelta, con un comportamiento adolescente. Más allá de la culpa, claramente, había una patología en el contexto de la salud mental. Aplausos. Gracias. gsap
07-07-2022 ¡Las cosas que logra una llovizna tenue!, así y sin más da vuelta toda disputa y permite que el erotismo haga su juego y disfrutar el momento, bien, me gusta la lluvia; lástima que a veces no aceptar lo vivido deja una extraña sensación de desencanto. Saludos Shou
06-07-2022 Buen cuento, se agradecen los detalles :) Y no des cabida a la gilada seudo semi aspirantes a profesor sustituto de Lengua, que vayan y terminen la primaria. Saludos. ggg
05-07-2022 Este sí es lenguaje inclusivo, por si alguien con Alzheimer lo lee, escribe: "...mujeres que abren las PIERNAS? La levanté sosteniéndola en el aire con mis manos debajo de sus PIERNAS. La llevé hasta mi cama para recostarla suavemente. Separé sus PIERNAS...". Oficialmente te declaro infectado de Loscuentisida. eRRe
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