Mike estaba sentado con las manos apoyadas en el borde del banco. Tenía las piernas cruzadas y las movía nerviosamente hacia adelante y atrás mientras esperaba su turno para subir al columpio. De pronto dijo:
—Aitona, explícame una batalla.
Su abuelo dejó un momento su sudoku del móvil, miró por encima de sus gafas y le explicó:  
—¡Pero si ya te he contado casi todas! Ya sabes quienes eran los buenos y los malos. Además —añadió—, en tu habitación tienes un regimiento de soldaditos de juguetes, no sé cuántas ametralladoras y escopetas, varios muñecos Madelmans y Geypemanes vestidos con trajes de militares... ¡Je!, para preguntarte qué quieres hacer de mayor.
—Es que me gusta cómo lo cuentas
—insistió Mike.
Su abuelo se frotó la barbilla y tuvo una idea:
—Bueno, vale. Te contaré el comienzo de una historia, pero tú la tendrás que terminar.
—De acuerdo —apremió Mike.
Su abuelo se quedó callado unos instantes. Fijó la mirada al horizonte y empezó a narrar:

"Era un atardecer del 26 de abril de 1937. Las calles permanecían desiertas, sin ningún tipo de vida. Se respiraba una calma inusual, casi asfixiante. El sol vespertino se tornó de ámbar. Parecía que presentía un peligro. Poco más de las seis de la tarde se oyó el ruido de un avión. Instantes después se produjo una explosión en un edificio. Un hombre pedía auxilio desde su ventana. No podía salir de su vivienda porque había un gran incendio.
Minutos después explotó otra bomba. Se cortó el suministro eléctrico de las pocas casas que tenían luz eléctrica. Los vecinos encendieron sus quinqués. Una vecina sacó el suyo por la ventana para ver si venía su marido. Un caballo blanco está en el borde del camino con su cuerpo girado hacia la izquierda para quitarse una lanza clavada en su anca.  Una madre llorar arrodillada porque su hijo pequeño está muerto. En medio de la calle, aparece un toro sin saber qué hacer. Un soldado blanco yace en el suelo con el cuerpo descuartizado. En su brazo derecho empuña todavía su espada rota. Tuvo tiempo de coger una flor..."

—Qué historia tan extraña —comentó Mike
pensativo.
—Añadiría también la palabra horrible
—Dictaminó su abuelo—.  Se puso de pie, extendió su brazo para coger la mano de Mike y anunció:
—Venga. Tenemos que irnos. La amona ya tendrá la mesa puesta. ¡Ah!, después de comer, nada de jugar con la Play; te toca recoger la mesa. Cuando te laves los dientes, toma tu mochila y vamos al cole
—Recordó su abuelo.
Ya cerca de casa, Mike se detuvo, tiró de la manga y le preguntó:
—Aitona, en la historia aparecen muchas cosas. ¿Cómo podré recordarlas?
—Muy fácil. Cuando la quieras terminar, te enseñaré un cuadro en mi móvil donde salen estos detalles.
—¿Qué cuadro es? —quiso saber Mike.
—El Guernica, de Pablo Picasso —contestó el abuelo.