«¡Nada! No puedo dejar nada que lo haga imaginar que hay en la habitación una respiración diferente de la mía». Repiquetea el teléfono, es él con su melódico timbre que se escucha como de inocencia fingida. Contesto y pregunta: —¿Qué estás haciendo amada mía? —me sobrepongo a mi temor. —Voy a preparar la receta que me dio tu abuelita. Cuelga, yo sigo con lo mío. Afilar y afilar tijeras, navajas, cuchillos, agujas de tejer. He ubicado los sitios donde los esconderé. Anoche en una discusión banal vi en sus ojos la veta de un filo de maldad.
Antier me di cuenta que las viejas losetas de esta casa, construida por los cuarentas, están flojas. Es un bunker. Obvio el debe de saberlo. Ahora, el no sabe, que yo lo sé.