FIEL Y CARIÑOSO

Mi comadre Elsa, joven y guapa señora, es mi querida amiga desde la infancia (quizá porque ninguno de los dos cree en las tonterías que dicen los curas), es muy lista y pragmática, además, de excelente cocinera. Su marido, mi compadre, al principio parecía la pura verdad, pero después enseño el cobre: es güevón, borrachín y lo peor, ojo alegre. Adorna seguido a su mujer con chicos cuernotes. Cómo se olvida siempre del gasto, Elsa hace tamales oaxaqueños, esos envueltos en hojas de plátano, deliciosos. Tiene un gran éxito, que para el desobligado de su consorte ha resultado una mina, pues le roba a su vieja para sus desmadres y conquistas.
—Compadre —me preguntó— ¿recomiéndame a un abogado pues quiero divorciarme?
Yo desde luego, le dije de un amigo mío. Pero, pasó el tiempo y sólo la traía a puras largas y mi compadre de pendejo se divorciaba, pues, ¿quién lo mantendría a él y a sus vicios?

¡Cuál sería mi sorpresa! Elsa me avisó del velorio del que fuera mi compadre. Eso sí, su esposa gastó su buen dinero: las exequias y el entierro fue en un caro cementerio particular, de ahí el desobligado marido pasó de seguro a acompañar al buen Lucifer.
—De que murió mi compadre? —le pregunto.
—Era muy sano el cabròn, así que tuve que darle su agüita.
Por más que le pregunté sobre la agüita (no sean mal pensados, a veces, puede necesitarse), no soltó prenda.

Pasó el tiempo (que es lo único que sabe hacer) y la dama me solicitó:
—Tú, que tienes muchos conocidos, ponme en contacto con un caballero, rico, guapo, fiel y cariñoso, pues quiero casarme ya que me siento sola.
—Mira, ricos y feos hay muchos, pero, guapo, fiel y cariñoso está cabròn. Mejor cómprate un husky siberiano.