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"No sé si renovar el contrato con la revista local. Me paso todo el día yendo de un lado para otro de la ciudad. Para más inri, a veces solo me publican cuatro fotos". Pensé removiendo distraídamente la cucharilla del café con hielo. "Por otro lado, el director está muy contento porque a partir de septiembre la revista saldrá por internet. No será una página web estática. Habrá más noticias, supongo que tendrá más fotos, se podrá seguir en redes sociales, los lectores podrán dejar sus propias opiniones sobre una noticia... y lo más importante, los comerciantes —la fuente principal de los ingresos— pueden publicar sus anuncios por mitad de precio". Observo que el camarero comienza a recoger las mesas y sillas. Faltan 10 minutos para las 6 de la tarde, hora de toque de queda, doy un sorbo y reflexiono: "mientras tanto, seguiré enviando mi currículum para ver si me sale una mejor oferta. Tampoco está el patio para quedarse sin trabajo". Termino de beber, me pongo mi mascarilla, cojo mi cámara y dejo el dinero en la mesa. Ya me marchaba, cuando de reojo vi que algo se movía. Sin pensarlo dos veces, hice una fotografía en aquella dirección. Se trataba de un columpio vacío que se balanceaba. Miré por si había algún niño le hubiera dado un empujón, pero el parque infantil estaba desierto. Eso me extrañó, encogí mis hombros y me marché a casa.

Después de cenar me dirigí a mi estudio. Conecté la cámara al Mac para poder descargar todas las fotos. Tras unos retoques con Photoshop, las envié por correo electrónico a la redacción. De esta manera, mañana el maquetador ya podrá trabajar en cuanto llegue. "Por lo menos,  ahorro en revelar; esto también es una ventaja". Al guardar la cámara en su estuche mi codo tocó sin querer el mouse y amplió la última foto que hice: la del columpio. Entre las dos cuerdas se veía una pequeña mancha de color gris pálido. No di importancia porque creí que era una mota de polvo en el objetivo. Buscando el mejor ángulo para guardarla en ei pendrive  de las mejores instantáneas de la ciudad, descubrí otro círculo en el asiento. Con el zoom de la lupa amplié la foto hasta el máximo. Tuve que taparme la boca con la boca para no gritar: ¡apareció una silueta de un niño sonriente! No sabía qué hacer. Solo de una cosa estaba seguro: no había nadie cuando la hice. Finalmente, decidí volver mañana por la tarde al parque infantil para intentar averiguar algo. Después, ya tomaría una determinación. Escuché la voz de mi mujer que me reclamaba. Imprimí la foto, la metí en el bolsillo del estuche y me fui al dormitorio.

Faltaban diez minutos para la hora de queda. Los padres comenzaron a recoger a sus hijos para marcharse a sus casas y puse la cámara en posición de vídeo. Quedaba una madre con su hijo que acababa de subir al columpio. Pedí permiso para sentarme en el mismo banco que estaba ella. No puso inconveniente. Fingí hacer una foto al columpio, le expliqué que trabajaba como fotógrafo de una revista local y mentí que estaba haciendo un reportaje sobre los parques infantiles. Ella asintió con la cabeza, pero estaba más pendiente de la hora que indicaba su móvil. No tuve más elección que preguntarle directamente:
—¿Tiene usted conocimiento de que haya fallecido un niño de este barrio?
Se quedó pensativa unos instantes. Después respondió:
—Que yo sepa, no tengo ninguna noticia. Eso sí, hace dos meses mi hijo jugaba con un niño rubio. Ahora no viene, pero a lo mejor, ha cambiado de domicilio.
Asistí con la cabeza y reflexioné: "No es un dato concluyente, pero estoy sobre una posible pista".
La madre se levantó del banco y llamó a su hijo:
—¡Venga, Rubén! Nos tenemos que ir. Pronto vendrá la brigada de limpieza para barrer la plaza.
—¡Jo, ahora que me estaba pasándolo bien! –Protestó Rubén. Dio un salto y con visible expresión morruda, caminó hacia su madre. Ya le iba a dar la mano cuando de repente exclamó:
—¡Un momento mamá! Vuelvo enseguida.
Volvió al columpio y con todas sus fuerzas, propinó un empujón al asiento y regresó satisfecho. Su madre le puso la mascarilla y me dijo adiós con la mano.

Saqué la fotografía del bolsillo de la camisa para examinar mejor los detalles. Oí un silbido familiar. Levanté la mirada para saludar con mi mano libre a mi amigo que pasaba por la acera de enfrente. Noté un movimiento extraño en el columpio, como si alguien hubiera bajado. Supuse que era una jugarreta del viento, no lo di importancia y decidí continuar mirando la foto, pero ¡había desaparecido! La busqué por el suelo, por detrás de los bancos, incluso por las papeleras. No apareció. Le pregunté al camarero que estaba apilando las sillas para llevarlas adentró del bar, si había visto revolotear una foto. Negó con la cabeza. Eché un último vistazo a la plaza por si acaso, y me fui a casa.

Andando por la acera, caí en la cuenta de que no había apagado el video. Rebobiné hasta que Rubén saltó del columpio. Encontré todas las respuestas. Parece ser que Rubén, "vio" o "presintió" a su amigo; por eso volvió al columpio para dar el impulso inicial. Cuando saludé a mi amigo, la silueta del niño vino hacía mí, cogió la foto, caminó unos pasos y se esfumó poco a poco. Visioné un par de veces el video. No pude evitar una amplia sonrisa
detrás de la mascarilla al ver dos niños jugando alegremente. Pulsé el botón del borrar el video: "el espíritu del niño también tiene derecho a jugar", medité mientras caminaba de nuevo.




Texto agregado el 23-10-2021, y leído por 179 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-10-2021 Es tan sofisticada la tecnología actual que el ojo de las cámaras capta hasta más allá de lo natural. Interesante el cuento y bien resuelto el final. Saludos. Clorinda
23-10-2021 Creí que sería un cuento de terror, iba por buen camino. Pero igual, la reflexión moralista estuvo bien. Saludos. ValentinoHND
 
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