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La letra A las unió desde siempre. Se conocieron en un abril ya oculto entre ajados calendarios y desde entonces surgió una amistad sublime. Anita se llamaba ella y Antonia esa alma gemela, ese amor puro y tan simple como esa taza de té con galletas que degustaban a la sombra de los avellanos. Lo que parecía una casualidad tan fugaz y sin sentido, en ellas tomaba cuerpo y se desgranaba en cada risotada que surgía por cualquier asunto. Algunos sentencian que la risa abunda en la boca de los torpes, pero en el caso de ellas, era la guirnalda que se enlazaba con la otra para en conjunto iluminarlas y encantarlas en un acto de inocente jolgorio. Eran días de despreocupada alegría y ambas, hijas únicas y nacidas en la provincia de Angaroa, un vergel cortado a tajo por un río que arrastraba cristales y luciérnagas acuáticas. En rigor, era un torrente oscuro y estruendoso, que en su paso arrastraba ramas y animales desprevenidos y que, sin embargo tenía la virtud de hechizar a las núbiles amigas.
“Algún día conocerás a un muchacho que te encandilará y entonces yo habré perdido a una amiga”.
“¡Estás loca! Jamás traicionaría esta hermosa amistad”.
“Ni yo. Pero la vida es así”.
En ambas ya crecía esa vaharada dulce del instinto, mandato preciso y determinante de la naturaleza. Sus cuerpos comenzaban a sufrir la incontenible metamorfosis y eso las aterraba y las sumía en cavilaciones sombrías. Temían ser arrasadas por ese algo inexplicable y peor aún, que las arrastrara por sendas divergentes, desgajando el sublime lazo tejido por ellas con tan minucioso afán.
Sucedió lo inevitable. Ana conoció a Gastón, un mozalbete gallardo y pretencioso que llamó la atención de la chica. Ella se encandiló con ese muchacho, cuyas palabras parecían moldeadas prolijamente antes de salir de su boca. Obnubilada por esa prestancia suya, se dejó arrastrar a un ámbito tan diferente al suyo, repleto de luces y elegancia desmedida. Se enamoraron, pero en el fondo fue ella, inexperta e ilusionada, la que se dejó arrastrar por la situación.
Entretanto, Antonia permanecía desarticulada en su lecho sollozando por la pérdida brusca de esa chica que complementaba su ser. Sin ella, era un guiñapo absurdo, alguien extraviado en esta cruenta existencia y sólo permitía que ese torrente de lágrimas abriera sus compuertas hasta dejar escapar su aliento.
Muy pronto reparó Ana que Gastón era un ser profundamente egoísta que sólo permitía que ella se asiera a su brazo para lucimiento propio. Otras chicas aparecieron en su luminoso horizonte y a espaldas de Ana, coqueteó con todas. Un día que ella lo descubrió, no pareció inmutarse y sólo sonrió iluminándolo todo con su bella sonrisa.
“Tendrás que aprender a quererme de esta forma” respondió con arrogancia, alzando su cabeza de dorados rizos y tez bronceada. Ana no supo que responder. Quizás sólo bromeaba y la abrazaría con esas manos cinceladas por alguna deidad.
Pero Gastón no bromeaba. Lo constató después, al ser humillada por ese tipo que sólo era la réplica exacta del Narciso de la mitología griega.
“Puedo darte un hijo, un ser perfecto para adoración de todos”.
Ana suspiró embelesada. Nada más deseaba y así se lo hizo ver.
“Mañana partiremos a Seminario” expresó él. “Allí tengo una cabaña y podremos amarnos sin que nadie nos moleste”.
La chica no supo disimular su alegría. Serían amantes, libres y de esa relación nacería el niño más hermoso del mundo.
Inocente como era, le confidenció a Katina, una empleada de la mansión, de sus auspiciosos planes. Estaba radiante y ello se reflejaba en sus ojos luminosos por la alegría. Y Katina, obediente y recatada, transmitió esta noticia a quien se lo solicitó.
La noche conspiró para que ocurriera una situación inusitada. Caminaba Ana por las sombrías veredas de su barrio cuando desde la oscuridad, una mano atrapó la suya, aproximándola a unos labios que imaginó carnosos y sensuales. La chica lanzó un grito ahogado pero en seguida pensó que quien la besaba con tanta pasión era Gastón y se sumó a ese extravío. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, descubrió que quien vertía tal deseo era un tipo no muy alto que vestía un largo abrigo oscuro y un sombrero alón. Intentó deshacerse de aquel desconocido, imaginando encontrarse a expensas de un depravado. Un agudo grito se escapó de su garganta, provocando el revoloteo de pájaros nocturnos. El desconocido se quitó su sombrero y Ana lanzó un alarido que destempló la noche.
“¡Antonia! ¿Qué es lo que está sucediendo por Dios” pronunció con voz entrecortada.
“Amiga, tienes que abandonar a ese tipo. Está jugando contigo”.
“¿Y tenías que presentarte de este modo, mujer? Casi me matas de susto”.
Antonia nada dijo. Sólo arrojó lejos sus improvisadas vestimentas y contempló a su amiga con ojos implorantes.
“Lo amo. Lo amo demasiado y nada ni nadie nos separará. Lo siento, Antonia porque de nada te ha servido este acto ridículo”.
Dos puntos luminosos desafiaron la noche. Eran los ojos de Antonia lagrimeando silenciosa.
“¡Lo amo, lo amo tanto!” respondió con resolución la chica y debatiéndose entre la sorpresa, la rabia y algo todavía indefinible, permitió que las sombras la devoraran en la prosecución de su camino. Jamás permitiría que alguien se interpusiera entre Gastón y ella. Y ese beso robado…ese beso que aún quemaba sus labios, la enardecía y latía en sus sienes. Le costaría descifrarlo o talvez no pudiera deshacerse de esa irreconocible sensación.
Ana se entregó con locura, ambiciosa en su deseo, pletórica de dicha. La luna iluminó aquellos dos cuerpos sedientos escribiendo su historia sobre el mullido lecho. Luego, apaciguada la pasión, Gastón disfrutó de un cigarrillo mientras Ana dibujaba medias lunas en su sonrisa extasiada.
“¿Cómo se llamará este hijo nuestro?” atinó a balbucear la muchacha.
Gastón no respondió y sólo se dedicó a formar aros de humo en la penumbra.
Al día siguiente, Ana despertó, percatándose que Gastón no estaba en esa vivienda. Sorprendida, pero sofrenando las riendas de alguna emoción, imaginó que su amado habría salido en busca de algo. Pero transcurrió una larga hora y Gastón no apareció. Sintiendo los agobios de la soledad en su pecho, se retiró de aquel lugar sin saber a dónde dirigirse. Caminó por el bosque durante largas horas hasta que divisó a lo lejos lo que parecía un poblado. Se aproximó con sus últimas fuerzas fustigándole las piernas. Allí consiguió un teléfono e intentó comunicarse con Gastón.
“No. El señor no se encuentra acá. Viajó temprano esta mañana, encargándome que le diera este recado”.
“¿No dijo cuándo regresará?”
“Jamás lo hace. A veces regresa en unos pocos días y en otras ocasiones, puede estar meses fuera. Pero si llama, le diré que usted intentó comunicarse con él”.
Transcurrió un año. Luego otro. Gastón no regresó y pronto supo Ana de boca de Katina que el joven había vendido sus propiedades. Hacía mucho que el hijo anhelado había alcanzado a desarrollarse en su vientre un par de meses para ser abortado, del mismo modo que sus débiles esperanzas.
La vida prosiguió como de costumbre. Los años se sucedieron sin que Ana intentara ponerse en contacto con su amiga. Algo que no se parecía en nada al rencor, sino que alborotaba su pecho y la desacomodaba, le impedía intentar una reconciliación. Desencantada, no intentó involucrarse en nuevos amores y se transformó en una mujer de andar retraído y mirada melancólica. Ya no respondía a los saludos de la gente y sólo contemplaba el horizonte, cual si aguardara la aparición repentina de alguien.
Una de esas tardes, mientras hojeaba desganada un libro, vio aproximarse a Katina, ya más avejentada y con una pequeña joroba en su espalda.
“Señorita Ana. Le traigo malas noticias. Su amiga, doña Antonia…”
“¿Qué sucede?” cerró el libro y le exigió respuesta inmediata a esa mujer de rostro ajado.
“Doña Antonia está muy grave. Lo supe ayer y como sé la enorme amistad que las une…”
El motor de la angustia logró que Ana se levantara de un brinco, pese a que ya era una mujer mayor y apurara el paso, no sin antes agradecerle a la buena de Katina por informarle de tan triste noticia.
Cuando llegó a la casa de su antigua amiga, los recuerdos se le arremolinaron en su cabeza y en su memoria se dibujaron esas dos chicas soñadoras que se juramentaron a no separarse jamás. Y contuvo las lágrimas ante esos vecinos generosos que atendían a su amiga.
Sus ojos, surcados de arrugas, se iluminaron y pronto se ensombrecieron al encontrarse con los entrecerrados de Antonia. La mujer, imagen trágica, luchando con un arresto repentino de fuerzas, sólo alcanzó a expresar:
“Per… dóname”
Ana quiso arrojarse a sus brazos, besarla y tenderse a su lado. Explicarle que ese miedo primitivo que permitió sacarla de sus convicciones, la ancló a la incertidumbre y le impidió acercársele. Quiso contarle tantos y tantos asuntos más, pero la muerte, que aguardaba en las inmediaciones, apresuró su faena y cuando contempló a su amiga, los labios pálidos de Antonia parecieron separarse por última vez para pronunciar el nombre de su amada compañera y allí se quedaron dibujando la inicial de su nombre hasta que una mano misericordiosa los unió de nuevo.













Texto agregado el 30-07-2021, y leído por 169 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
01-08-2021 Corrijo: "No entiendo por qué..." Clorinda
01-08-2021 Gastones hay muchos y hay que sacárselos de encima cuanto antes. Solamente una mente muy pobre sería capaz de sacrificar su vida por ese tipo de gente. En cuanto a la amiga, creo que una cosa no quita la otra. No entiendo porque no pudieron seguir siendo amigas. ¿Una era lesbiana? Paciencia. La otra, evidentemente no. ¿O sí? Clorinda
01-08-2021 Hermosa y triste historia. Fluida narracion que atrapa de principio a fin.Me gusto mucho. Jaeltete
31-07-2021 Un relato muy triste el de estas amigas. Duele ver el destino de ambas. Desafortunadamente hay muchas historias similares en la realidad. Buen texto, amigo. maparo55
30-07-2021 —De tu narración extraigo y sostengo como moraleja que el amor del tipo e índole que sea hay que manifestarlo en su momento y no esconderlo o disfrazarlo tras falsos atuendos de moralidad o vergüenza, con mayor razón hoy que vivimos un mundo de verdad e inclusión. El amor es El Amor y de no vivirlo en su momento es preferible olvidarlo. —Un abrazo. vicenterreramarquez
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