Cuando crecemos, partimos por un rato de la realidad de ser niños hasta que se nos hace frecuente ya no serlo...

Como si una capa transparente nos hubiese cubierto los ojos para alejarnos de nosotros mismos, o como cuando un olor nos remonta a ese reencuentro del pasado... La sensación crece más aún, cuando algún pariente relacionado con nuestra infancia se nos muere, cuando el semblante nos ha quedado impregnado de una sola manera posible... Bueno allí me encuentro ahora, atascada en la memoria de mis cuatro, doce o veinte años, reviviendo por el laberinto de mi mente, otros atardeceres y otras calles que se han perdido dentro de mí..., girando una luz de bengala junto a las manos de mi tío, recientemente fallecido, o corriendo para que los triangulitos de pólvora no nos explotaran cerca... Ese miedo, aun retumba en mis oídos, como la muerte sin quererlo se ha enredado con mis lágrimas, resonando acá en mi pecho ... Y son los pinos en hilera, los que atraviesan mi garganta seca, mientras nos adentramos en el boulevard del cementerio. Uno a uno, se topan con mi infancia petrificada, en los segundos que el auto marcha por la fila... Una confitería, se desmorona por mis manos del recuerdo, en la esquina de la plaza, junto a este personaje, o los almuerzos en familia cuando íbamos a visitarlos; la playa en el verano, empanadas a la noche, y más vueltas por la calle principal del pueblo... Mientras, una llovizna tibia, mancha el parabrisas que recorre este sendero, paralelo a las tumbas, como una suerte de agua bendita que libera nuestras culpas... El cielo, parece estar de acuerdo con mi alma, al verter su pena sobre las figuras húmedas de la siesta... Y todo llora, cuando el féretro ocupa un lugar allí, para ofrecer su cuerpo demorado entre el frío y el espanto... Luego, los mismos árboles que nos vieron llegar, nos despiden acariciando con sus ramas el techo oscuro del coche. Y las nubes me detienen en sus formas, como una chiquita rubia haciendo travesuras en el patio gigante de ciruelos, arrojando limones a mis primos, en una tarde calurosa, o brincando, por aquella loma repleta de cañas... El semáforo, quiebra mis sueños en infinitos fragmentos, para reconstruirlos nuevamente con el andar, y las formas y colores, se suceden de un lado a otro, configurando mas escenas de mi vida...
El silencio, une las miradas de todos los que hemos asistido a este funeral, en innumerables recuerdos y sensaciones, que nunca podrán desbaratar de nuestras vidas, para llevarnos a la urbe palpitante de humo, que ya ha dejado de pensar lo sucedido...

Ana.