Pero como no todo es dicha en la casa del pobre, al poco de venir al mundo la niña se nos murió el perro. Ya sé que se dirá que vaya minucia; pero no es este el lugar de poner sólo cosas importantes. Si no, más bien, de narrar como notario fiel los hechos.
Y así aconteció, que nos lo llevamos un día en una caja y lo enterramos en el campo. Nos quedaron sólo sus fotos, y vista la impresión que causó en los niños, juré y perjuré que no entraría más en la casa un cánido. El ritual del paseo lo sustituimos por la bajada de la basura; de tal manera que con gran ceremonial y pompa bajaba todos los días a las ocho a dar un paseo por el barrio con los chicos. En lugar de perro, llevábamos una bolsa negra, siendo el itinerario que seguíamos el mismo. Dado que se notaba que faltaba algo, también puntualmente, nos comprábamos en una tienda de nuestra esquina un refresco. Y no podía hacer más, por mucho que intenté suplir la alegría que producía el cánido por las efervescencias de una Coca- Cola zero.


Y así estamos, habiendo sucedido con este relato lo mismo que con el Cuéntame de televisión, no siendo posible narrar más por no hacer ficción con unos hechos que aún no se han dado.