Conocí Acapulco (México) por primera vez en 1980 cuando se caminaba tranquilamente por las céntricas calles de la ciudad, las grandes cadenas hoteleras daban un giro a la modernidad con la reconstrucción de altos edificios en la Costera con una vista espectacular hacia la bahía. Recuerdo que había un paso a desnivel, ahora ya no existe, después me enteré de que lo tuvieron que cerrar debido al paso del huracán Paulina. El hotel Acapulco Plaza por su singular construcción era cede de diversas filmaciones cinematográficas. El CICI con su alberca de olas y espectáculo de delfines era lo del momento. Caminar o trotar por las mañanas o por las tardes-noches por las playas “condesa del mar”, La Roqueta, e incluso el alejado Puerto Marqués, era toda una sensación única que se disfrutaba tranquilamente a sabiendas de que nadie lo molestaría.
En aquel entonces valía la pena recorrer las poco más de seis horas que se hacían desde la ciudad de México, pasando por el sinuoso tramo de carretera en la región de Chilpancingo, no existía aún la denominada autopista del Sol.

Hoy en día Acapulco es otro, esa renovada infraestructura turística extraña la masiva afluencia del glamour turístico nacional y extranjero de años recientes, debido a esa ola de violencia que impera en la región, las autoridades en materia de seguridad han sido rebasadas por el crimen organizado, “la población se siente insegura”, asegura el joven taxista Carlos, quien agrega “la pobreza en Acapulco es constante saliendo de la avenida Costera y yendo al aeropuerto, del lado izquierdo existen colonias donde la pobreza es impresionante”. Carlos maneja el clásico y práctico taxi “vochito” con los colores azul y blanco.
Y esta situación económica se ha agravado debido a la pandemia generalizada producto del Covid-19 que ha golpeado de forma alarmante a una población acapulqueña que vive del turismo. “Pero Acapulco tiene su encanto y eso nadie se lo quita”, me dijo muy jovialmente un despreocupado mesero lugareño.