Si nos veías de atrás éramos iguales Silvina y yo. El pelo oscuro y largo, flacas, más o menos la misma altura. Pero de frente nada que ver. Ella era preciosa con unos ojos negros enormes, una boca como las que tenían las mujeres de las revistas y los cachetes bien marcados. Yo era normal, saqué la cara regordeta de mi mamá y una personalidad apocada que me llevaba a no hablar con casi nadie. Silvina y vos se gustaban. Se pasaban el tiempo de colegio sonriéndose, mandándose mensajes aunque todavía no estaban de novio. A mí me gustabas vos pero de puro soñadora nomás porque entendía que no tenía ninguna posibilidad. Algunos nacen con estrella decía siempre mi mamá y sonreía cuando me miraba, orgullosa de mí, sin querer darse cuenta de que su hija no era de esas que ella decía. Pero yo lo sabía bien. Yo sabía que había cosas que no eran para mí: gente, amigos, preferencias de los maestros y vos. Nada de eso me tocaba pero a la noche, cuando todos dormían, me inventaba otra vida. Me imaginaba, por ejemplo, que los demás chicos del curso se peleaban por ser mis amigos, que las chicas imitaban mi peinado y me convidaban chocolates, que los profesores me ponían de modelo o me llamaban al pizarrón para que copiara la tarea. Me imaginaba también que vos gustabas de mí y que nos sentábamos juntos.
En el cumpleaños de una de las chicas fue. Creo que cuando Laura cumplió trece o catorce, hizo una reunión en la casa porque tenía un patio grande donde se podía poner música y bailar sin que le molestara a nadie. Me invitó porque los padres la obligaron a invitar a todos. Yo no tenía ganas de ir pero mi mamá insistió. Esa noche estrené un vestido lila y unos zapatos negros con un poco de taco que hacían ruido cuando caminaba. Me sentí grande con esos zapatos, confiada. Silvina también tenía un vestido violeta pero un poco más corto. Cuando llegué ustedes estaban bailando junto a otros chicos, de a ratos se apartaban un poco y hablaban como en secreto. El papá de Laura nos llamó a comer y se separaron, cada cual se fue con su grupo de amigos. Como yo no tenía hambre me quedé en un rincón y me puse a conversar con un hombre grande que capaz era algún abuelo o tío y al que seguro le di un poco de lástima porque después me trajo sánguches y un vaso de coca. Se quedó conmigo mientras todos comían y también después cuando arrancó de nuevo la música. Yo estaba de espaldas por eso te confundiste, porque era seguro que te habías confundido cuando me tocaste el hombro para invitarme a bailar. Lo confirmé con la cara que pusiste cuando me di vuelta. Sabía que no era a mí a quien querías y te iba a decir que no para evitarte el mal momento pero no sé si fueron las ganas, la esperanza, los zapatos de taco, mi mamá con su estrella o el empujoncito que me dio el señor alentándome. No sé qué fue pero te dije que sí y te seguí hasta la pista improvisada sin tener la menor idea de cómo se bailaba. Hice dos o tres intentos y después me quedé quieta sin saber qué hacer. Me pareció ver a Silvina que se reía junto a otra de las chicas. Después no me acuerdo más, te debo haber dicho que me iba o algo así. Ni sé cómo salí de la fiesta.
|