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Cuento de Navidad.

Esto iba a ser un cuento de navidad y pasaron los días dejando esa idea en el pasado preparando las palabras adecuadas para transformarlo en un cuento de fin de año.
Adivinaron bien: tampoco lo fue.

Hoy retomo este escrito mirando por la ventana sobre mi cabeza y yo incrustado en esta esquina de la pieza de manera rápida, para no perder el tiempo nuevamente y relatarles lo que quería dejar plasmado en este texto.

Estuve soñando dormido muchos días y el sueño no se me pasaba al despertar, fueron días de luchas incesantes de agotamiento y poca energía que me llevaron a creer que el año me acababa desgastando lo que más podía.

Estuve reparando y recapacitando sobre ello un par de días y no se me ocurrió nada realmente verídico para confirmarlo. Dejé de lado el tema y comencé a retomar la escritura que me gusta trabajar y siempre llega con un ápice de inspiración que me invade los últimos días del año, en este caso 2020 no fue la excepción.

Pasé sentado un par de horas mientras escuchaba algo de música y la voz que me narra las palabras que se traducen en estas escritas y que ustedes leen. A veces también de noche, despertando en la madrugada con algo de calor, anotando un par de ideas o conversando conmigo en ese plano. Cinco días, seis días, pasó el tiempo y lo dejé reposar un buen rato. Pero fue demasiado. Ahora es tarde, ya no es un cuento de navidad y menos un cuento de fin de año. Es un cuento de terror.

Estoy desbordado de miedo, miro hacia mi alrededor y lo único que veo es oscuridad, angustia y los escalofríos me recorren día a día la piel como si la vida fuese a renunciar a este cuerpo. Es una sensación rara, pero a la vez sublime. Veo las estrellas al salir a la calle de noche. Todas las noches. Y también veo la luna aún siguiendo el plano estelar que circunda este planeta. Todo parece normal excepto yo y el mar.

El otro día desperté empapado en sudor viviendo una experiencia realmente fuerte en mis sueños y creí haber despertado algo agitado, pero no estaba agitado, estaba sorprendido porque era algo demasiado real. Me dolían las piernas y en el sueño había estado caminando durante mucho tiempo, como buscando o desesperado por ver algo. Al final del sueño, llegaba a una playa y me veía mirando al horizonte. Al poco tiempo una especie de fuerza levantaba el océano por completo, como si un dios del mar se preparara para azotar la orilla de la ciudad. Me tapaba la cara y esperaba el final. Cuando consideraba que la ola gigantesca estaba a punto de tocarme me sacaba las manos de la cara y el agua parecía una enorme sábana cayendo con la ligereza de una pluma al viento. Estaba extrañado pero el mar se venía sobre mí de todas formas y me aplastaba con todo su peso y densidad. Desperté.

Hoy apuro esta historia de cierta forma por el miedo imperante que se ha apoderado de mí casi como un vaticinio. Estoy mirando desesperadamente al mar cada cierto tiempo por la ventana que les mencionaba y veo el mar comenzando a levantarse, formando la ola que aterró e invadió mis sueños.

La gente ha salido de la zona, han dejado las calles solas y sus casas abandonadas hace unas horas. Pero yo no puedo irme sin terminar estas palabras, este cuento que le pertenece tanto a este día final como a mí me pertenece este miedo aterrador y desbordante. La ola flota sobre la ciudad como la enorme sábana de agua materializada desde mi mente a la realidad.

Escribiré hasta que no se pueda más y pondré publicar para los que hayan huido lean desde lejos cómo comenzó el fin del mundo. Así trago saliva notando como mi cuarto se oscurece. El avance de la masa acuática comienza a cubrir la luz del sol y manchando las nubes. El reflejo de los brillos del mar choca en las ventanas iluminando irregularmente las paredes de la ciudad, como si un gigante estuviese jugando reflejando el sol con millones de relojes de pulsera en el aire, flotando. La imagen da náuseas, el piso parece vibrar, a pesar de ser una ilusión óptica, la mente no puede con lo que ve, y poco a poco comienzan a empaparse las murallas y calles con gotas que caen desde las crestas invertidas más altas que logro divisar mientras se escucha el oleaje picado por el viento que debe haber a lo que parece ser unos doscientos metros de altura, allá arriba donde ahora también las gaviotas vuelan y graznan sin parar buscando peces en aquel océano flotante.

Es una pesadilla hermosa. Creo que falta poco para el final. A lo lejos al horizonte veo cómo la playa y el roquerío profundo desaparecen convirtiéndose nuevamente en mar después de la precipitación del agua desde el cielo hacia el acantilado que dejó su ausencia momentánea. Es un estruendo paranoico, una bulla jamás escuchada, un grito proveniente de la naturaleza pero que no se nos reconoce como natural, como si los mismos animales acuáticos estuviesen bramando al unísono el lamento de su último día en el mar, anunciando lo que se nos viene a nosotros. Una reacción en cadena que cubre las calles poco a poco, haciendo ver que la lentitud con la que desciende sobre la ciudad parezca peor que una marejada rápida.

Ya quedan pocos metros para que la capa oceánica llegue a mi lugar. Saldré a esperar la muerte esta vez sin tapar mis ojos. Ya lo he visto todo, excepto esto. Me entrego al mar que siempre quise, es hora de navegar al juicio final.

Texto agregado el 04-01-2021, y leído por 60 visitantes. (0 votos)


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