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Isaías Bolton y su Mumbuti natal

Llegará el día en que las grandes profundidades abisales dejen de ser un misterio
impenetrable? Esta pregunta solía atormentar a Isaías Bolton, de pequeño,
sentado en el bote pesquero, solía contemplar su Mumbuti natal, donde las
costas perfilaban un acuario luminoso en cuyo fondo se veían cardúmenes de
todas las especies. Cerrando sus ojos viajaba hacia las profundidades del
mar y su frondoso bosque, donde sostenía peligrosas aventuras con animales
increíbles. Isaías no se ajustaba a las costumbres de su pueblo, él ya no era un
adolescente y no colaboraba en la caza y la recolección de frutos, tampoco
utilizaba su rol de adulto, en su pueblo era costumbre juzgar a los mayores que
causaban conflictos, él era diferente y lo perdonaban porque su piel oscura y sus
ojos claros eran para los Mumbuti la señal de un elegido.
Su madre, una hermosa nativa fue seducida por un funcionalista inglés,
antropólogo, que deslumbrado por su belleza se enamoró y partió, dejándola
embarazada, y con la orden de colocarle el nombre y apellido con el que debería
ser reconocido si era varón.
Ahora Isaías con 22 años había aprendido que no eran imposibles los sueños que
amenazaban su quimera, sus deseos de encontrar sus antepasados, la presión
del agua y los seres que veía en su sueños, mientras sus ojos tristes y sus
labios mustios contemplaban la inmensidad del río, buscando el espíritu Jengi,
donde había estado el puerto, y en cuya superficie sin límites ahora flotaban
especies casi en extinción, sobresaliendo el foco del viejo faro y los pocos
moradores del pueblo que imperturbables lo contemplaban.
Isaías pensaba complacido que las profundidades del mar lo atraían cada vez
más, sospechaba que el fondo inexplorado de los mares no solo ocultaba
variedades misteriosas o tesoros explotables, el mar era para él una ampliación
del espacio vital del hombre.
Entonces se decidió, en su primer intento nadó hasta una profundidad de veinte o
treinta metros y logró resistir unos minutos. Pero fue Gonzalo Peitar, un viajero
errante, quien intensificó la febril obsesión de Isaías cuando le dijo – El principal
puerto está en Matadi, en el río Congo, ahí existió una tierra que estuvo habitada
por tus antepasados.
Fue entonces cuando, ayudado por otros seis audaces, construyó un primitivo
aparato y se sumergió dentro hacia el fondo del mar, llegó a unos novecientos
veinte metros de profundidad y pudo contemplar a través del cristal de cuarzo un
mundo fantástico que se revelaba ante sus ojos.
Allí estaban!!! Cordilleras llenas de vegetación, con valles y cimas frondosas,
formaciones pétreas que evidentemente habían sido casas.
Pasó largo tiempo para que Isaías lograra construir un precario batiscafo. Tenía
que lograrlo, tenía que llegar a los tres mil metros de profundidad. Tal vez
escafandras blindadas pensó? pero le dificultarían los movimientos y las manos
se le volverían como tenazas, quizás un cilindro de inmersión …
Se sumergió solo una mañana de abril dentro de una esfera de acero, a los mil
metros de profundidad un mundo fantástico de peces fosforescentes y otros
animales marinos de las grandes profundidades se revelaban ante sus ojos
alucinados.
Nunca supo cuánto tiempo pasó, pero cuando alcanzaba los dos mil quinientos
metros de profundidad, algo parecido a un estallido lo paralizó, vestigios de vida
humana?
La emoción hizo que descendiera aún más, ahí estaban esos seres pequeños,
extendió rápidamente las redes y logró capturar a uno. Tengo que volver pensó,
mostrárselos, decirles que mi sueño era real. Lo había logrado!!!
Todos estaban esperándolo creyendo que habían vuelto los tiempos de gloria.
Isaías en su locura no tuvo en cuenta la presión del agua y que los seres
diminutos perdían su forma al contacto con la superficie. Un viento de mala mar se
metió en sus entrañas y en un destello de lucidez mortal se vio aprisionado en la
red muy junto al ser pequeño, mirándose de igual a igual, entonces comprendió
que los desvaríos de su imaginación no lo hicieron tener en cuenta, no solo la
presión del agua, sino que el desafiar a la naturaleza implicaba un final que ni el
mismo llegó a comprender sino después de largos años, después que la
colonia de hombres diminutos pobló los fondos del mar, casi hasta límites
insospechados. Todos los que como él se habían preguntado si las grandes
profundidades abisales dejarían de ser un misterio impenetrable quedarían
sin respuesta.
Los tiempos de gloria jamás volvieron para él, pasaron muchísimos años,
solo un anciano de tinieblas solía merodear por el lugar repitiendo … Que
brutales son los métodos de Dios comparados con los nuestros, pero si quieren
conocerlos no hay más remedio que descender hasta ellos .
Murio solo, al lado del río, tantos años habían debilitado su mente y su espíritu y
nunca se dio cuenta que el bosque de Ituri y el río se había llenado otra vez de
pequeños mumbutis,


Mirta Noemí Lago

Texto agregado el 29-11-2020, y leído por 43 visitantes. (0 votos)


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