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Adiós abuela
Llegué a las tres de la tarde al barrio, cada vez que lo visitaba me envolvía un pasado tan querido, mi niñez, mi adolescencia, los amigos. Los recuerdos se agolpaban.
Empujé la pesada puerta de hierro, la original, la que no se cambió cuando reformaron la casa. Mis dos hijas pequeñas me acompañaban, el día anterior me llamaron por teléfono para decirme que la abuela estaba mal y quería verme.
Sabía que la abuela estaba enferma, pero la nonna era tan fuerte que parecía imposible que estuviera grave. La recuerdo con sus ochenta años trepada a una escalera, pintando o levantando en vilo una mesa para cambiarla de lugar. Abuela increíble!!! Abuela compinche!!!
Toqué suavemente en la segunda puerta, papá la había cambiado cuando intentaron modernizar el frente hace muchos años, por esta se entraba directamente en la casa. Volví a llamar, nadie respondió, recordé entonces la vieja costumbre de pasar la mano por el mirador y sacar la traba. Contemplé la casa, todo estaba igual, el pasillo largo con la puerta del fondo entreabierta, nunca se podía cerrar del todo, era una casa antigua, con los dormitorios frente a la cocina pasillo de por medio, cuatro dormitorios con cuatro cocinas y el baño en el fondo, supongo que el abuelo, gallego cabrón y laburador la construyó con la idea que cuando llegara al final de sus días de marino, podría compartir con la familia lo que le quedara de vida, casi lo logra pero la muerte se lo llevó en poco tiempo. Por aquel entonces la habitamos mis padres y yo, después nació mi hermana, pero el abuelo no la conoció, también vivían dos tíos casados, en la actualidad la abuela las alquilaba para aumentar sus ingresos.
Se sorprendieron al verme, estaban todos mis tíos, el silencio era abrumador, sus rostros compungidos, sentados en un bonito juego de sillones que la abuela había comprado para adornar el patio, ese patio que seguía oliendo a malvones, en él se festejaban mis cumpleaños, la parte que quedaba descubierta ahora lucía un moderno toldo metálico; pero el de lona era más lindo, tenía la nostalgia de mi niñez y las risas y peleas de las fiestas y los almuerzos de los domingos cuando todavía estábamos todos juntos. Me dolieron esos rostros apesadumbrados, esperando…
Hablaban en voz baja, temiendo que la abuela pudiera escucharlos, pensé en cual de ellos sería sincera su tristeza. Después de saludarlos dijeron que ella estaba durmiendo, no había pasado bien la noche, le habían aplicado un sedante y descansaba.
Entonces era cierto, la abuela estaba mal, me senté acongojada a esperar que despertara .
Cuando era pequeña cuantas veces me salvaste de una paliza, yo corría a protegerme detrás tuyo mientras calmabas la furia de mamá, - pero Marga decías, son cosas de chicos – Eras tan abuela!!! Ahora tu cabello está muy blanco, ahora sos la nonna de pelo blanco, así te decían mis hijas, pero yo recuerdo tu cabello rojo, como el de mi hermana, la única de la familia que salió parecida a vos. Como tu cabello era muy largo te lo recogías en un coqueto rodete, el abuelo no te lo dejaba cortar y te resignabas a tus ansias de tenerlo a la moda, bien cortito, cuando el abuelo murió corriste a cortártelo y seguías tan linda y tan abuela como siempre. Mamá y vos no se llevaban muy bien, ella decía que eras muy descuidada en la cocina, me contó que un día el abuelo, que era exquisito en cuestiones culinarias armó un tremendo revuelo cuando encontró un mechoncito rojo en su plato de sopa, a mí me encantaban tus comidas, viviste siempre tan pendiente de tus hijos, de tus nietos, te sentías necesaria y lo eras, siempre contábamos con vos para todo, intuías nuestros problemas, los que resolvías rápidamente… intuiste mi presencia ese día.
Uno de los tíos me avisó que ya habías despertado, me hice fuerte y preparé mi mejor sonrisa, siempre me habías visto mal. Levanté la cortina de madera, empujé la puerta y entré. Te habían empapelado el dormitorio, estaba muy lindo. Porqué no antes?
Casi no tenías fuerza, no me reconociste hasta después de un rato, la alegría hizo que te sentaras en la cama. No eras vos abuelita de pelo blanco, mi nonna tan querida, tu rostro y tu cuerpo enflaquecidos, tu fortaleza derrumbada; aguanté los deseos de largarme a llorar, tu voz apenas se escuchaba, tu voz antes alegre y chillona. Preguntaste por las nenas, las traje conmigo te dije, - a la más chiquita no la conoces, te las traigo? Asentiste con énfasis, las nenas te abrazaron y te besaron con alegría, como si te vieran todos los días y habían pasado largos meses. Las llevé al patio y volví con vos, me dijiste que esta vez te había dado fuerte, pero que ahora te sentías mejor, te pedí que descansaras, que yo me quedaba un ratito más, tenía que salir de allí, ya vuelvo dije. A solas pude descargar mi dolor y bronca llorando.
Lo sabías todo de mí, mi mejor amiga, cuando no tuve ganas de trabajar, tiempos de esfuerzo y hartazgo de mis dieciocho años me comprabas los cigarrillos, todas las tardes me esperabas para tomar mate y me contabas una y mil veces las historias de papá y los tíos. Vos le escondiste a papá la carta de mi primer novio, me facilitaste el dinero para mi primer gran miedo, me llevabas la comida cuando me detuvieron aquella vez, cuando me operaron de urgencia y estaba sola fuiste vos la que encontré cuando desperté de la anestesia tomándome la mano. Me aconsejabas con sabiduría si tal o cual persona me convenía, yo te dejaba hacer, porque la inconsciencia de mi juventud no veía con claridad tu sabiduría. Mi hermana y yo fuimos algo especial para vos, ella nunca se dio cuenta de cómo la querías, quizás tu dedicación fue porque éramos las niñas de tu hijo mayor, el que se había ido para siempre y al que habías sobrevivido al más terrible de los dolores, el que te pidió antes de morir “ mamá cuídeme las nenas”.
El día de mi casamiento estabas radiante, compartías mi felicidad, creías que mi vida se afianzaba, que tendría quien cuidara de mí, aún después de casada seguiste ayudándome, fueron muchas las veces que fui corriendo a vos porque no teníamos dinero, te seguía dando trabajo. Hoy te mentí, te conté que todo había cambiado, que era feliz, quería que te quedaras tranquila, porque aunque me resistiera a creerlo esta podría ser la última vez. Me fui con la promesa de regresar al día siguiente, me fui con tu agonía metida en el alma.
Al día siguiente arreglaba la casa cuando llamaron por teléfono –La abuela murió- Colgué sin saber quién llamaba. Yo no me puedo quedar sin vos. Sé qué hacía varios meses que esperabas en vano los domingos, para almorzar con mis hijas y mi marido, que tirabas por las noches una olla de tuco y lágrimas, porque todos te dejábamos sola. Pero no me hagas esto abuela…
Las puertas estaban abiertas de par en par, el largo pasillo atiborrado de coronas, mucha gente, no reconocí a nadie, no me importaban, solo quería estar cerca tuyo.
Ahí estabas abuelita de pelo blanco, con tu rostro sereno y en paz.
No sé cuánto tiempo estuve a tu lado, apretando tus manos, escuchando cosas como
–estaba viejita- -cumplió su ciclo- Dicen que te quedaste dormida, yo sabía que eras fuerte, le ganaste a la enfermedad antes de que te hiciera sufrir, tu corazón se detuvo justo cuando vos dijiste basta.
El entierro fue esplendoroso, dicen que costó mucho dinero, tal vez para acallar problemas de conciencia, como aquella navidad que te quedaste solita, regaste las plantas, tomaste tu leche y te metiste en la cama, una nochebuena que nadie se acordó de la abuela.
Hacía mucho frío en el cementerio, te pusieron en la bóveda de la familia y cuando pusieron el candado supe que vos no estabas ahí, te quedabas conmigo.
A tu casa regresé accidentalmente cuando decidieron venderla rápidamente y repartir, según ellos, como correspondía, como se repartieron tus alhajas, tu ropa, tus muebles y todas tus pertenencias.
Yo llevo por siempre en mi memoria tu casa, tu patio con macetas, mis vivencias, no necesito volver allí, vos no estás regando las plantas ni sentada en la vereda en una cálida tarde de verano o tejiendo mañanitas en la cocina, ni corriendo a cebar mate.
Yo no puse una placa en tu sepultura, ni voy al cementerio, porque te sigo nombrando y contando mis cosas eterna compañera, porque esa placa que nunca puse está en mi, y si pudieras leerla diría que sos lo mejor de mí, lo que sembraste de bueno y hoy me toca sembrar, el amor más noble y profundo, el que no dice jamás … Adiós abuela.

Mirta Noemí Lago

Texto agregado el 24-11-2020, y leído por 52 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-11-2020 Que belleza de texto. Me he quedado pensando después de leerte sintiendo lágrimas rodar por mis mejillas,rescatando tanto tan parecido a lo que viví e imaginando esa casa antigua y el calor del amor que siempre sentí al igual que lo que cuentas. Demasiado triste y también muy bello***** Te abrazo Victoria 6236013
 
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