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Después de una mañana soleada, las nubes grises empezaron a manchar el cielo indicando que la lluvia venía. Las gotas se deslizaban rápidamente por los paraguas negros. Leopoldo, se dispuso a cerrar las ventanas de su consultorio, cuando divisó de lejos un paraguas color rosa y supo de inmediato que se trataba de María Ignacia, quien se dirigía a su despacho.

La mujer se quejaba de diferentes dolores en su cuerpo, expresaba que le dolía la cadera, las rodillas, la espalda, los hombros, el estómago; a veces sentía un dolor opresivo en el pecho y pensaba que se iba a morir; otras veces sentía debilidad y cansancio. Iba con la esperanza de que Leopoldo, encontrara una explicación o un remedio a sus males.

Dos meses antes, el médico pensó que el problema de María Ignacia, estaría acompañado de falta de atención, y como faltaban tres días para su cumpleaños, se le ocurrió convidar a los familiares, vecinos y amigos de la mujer, y así hacerle una fiesta sorpresa. Pero, aunque el asombro fue enorme para María Ignacia, los sorprendidos fueron los asistentes. La celebración fue un momento para juntar amigos y disfrutar un tiempo juntos. En el momento de abrir los regalos, por pura casualidad, todos los obsequios fueron de color rosa. María Ignacia estaba tan contenta que al día siguiente mandó a pintar su casa y no había un rincón a salvo del dichoso color, hasta asistía a los funerales vestida con el llamativo tono.

Cuando la mujer entró al consultorio saludó a Leopoldo, esta vez no se sentó en la silla ubicada al frente del gran escritorio, sino que lo hizo en el nuevo diván. Él pensó: “esta mujer tiene el coraje para hacer las cosas como le viene en gana". En la cabecera había un almohadón de plumas y, encima de este, puso una servilleta de lino rosa, el mueble se habría de convertir en una especie de observatorio de situaciones que confrontarían diferentes capas de la realidad, excusas inocentes para charlas agradables o los momentos de desahogo, en los que el doctor hacía de psicólogo.

El médico concluyó que el problema de María Ignacia, radicaba en la imaginación, ya que esta puede ser tan poderosa que, si nos imaginamos vívidamente mordiendo un limón, llegaríamos a salivar, así que las enfermedades de la mujer podían llegar a sentirlas sin que existieran.

Hacía dos semanas que se sentía mejor, seguía teniendo trazas de hipocondría, pero cada vez menos. Las consultas con el médico se habían vuelto charlas agradables y tranquilizantes, llenas de consejos, dolencias, que mágicamente curaba la presencia del doctor con su sonrisa cálida y su voz firme y serena, porque uno busca a alguien que le ayude a dar a luz sus pensamientos, y otros, a alguien a quien poder ayudar.

Texto agregado el 12-11-2020, y leído por 83 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-11-2020 Y esos encuentros benefician a ambos. Mialmaserena
 
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