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El rigor del destino.
Primer acto.
Arroz de luna.
Me he figurado un espacio irreal, que comprende: La chacra de Mabel. Una reserva de animales. Un bosque; y en la lejanía, la catedral de Nuestra Señora de Luja.
Peronajes:
Mabel
Ignacio
Joe
Hector
Hortencia
Fulgencio
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Escena uno.
En la estancia de Mabel, y en el propio bosque, horas antes de comenzar la escena, se hubo llevado a cabo la fiesta del reconocimiento, que se vió interrumpida por un caso sospechoso de coronavirus.
(En una reserva de animales, frente a la jaula de los leones)
Joe: No embromemos, era de preveer la clausura del evento ¡Las noticias provenientes de oriente dan cuenta de una pandemia muy severa!
Hector: Sepa, nosotros tenemos el pico encorvado, para los virus y bacterias no apunten al rostro, ni al almohadón de la lengua.
Mabel: Con todo, fue porfiada la tal ignomia de suspender un festival tan auspicioso; que suena a sedición en lata de sardina, decretar una cuarentena de catorce días por un borracho con un poco de tos y tres líneas de fiebre.
Joe: Se ha colmado la zona de filosos mosquitos, ávidos de inyectar su propia sangre para mezclarse con la nuestra, e ir ganando en trascendencia y espectácularidad; y ésto por culpa de la cisterna laguna, desagüe de la catedral para cuando hay marea muy grande.
Mabel: Querrás decir, enorme pozo de cinco hectáreas, noche y día, palada tras palada cavado por mi esposo como acción de volver a los setenta y nueve kilos.
Fulgencio: Por favor, quite de los barrotes la gorra húmeda de microgotas de fluggüe, inciertas y malhabenidas en su visera opaca.
Mabel: Resulta injusto que no hayan valorado los tantos milagros en danza, de evidentes señales de Dios en nuestro patio, como aquel de una cotorra, paloma mensajera, que cual vaquero, desviara aquella enorme plaga de langostas hacia el bosque malhabenido; o bien el fabuloso despertar del Ignacio justo al pesando los kilos requeridos; con ayer mismo el plano del pozo, de claramente desnivelado a quedar hoy totalmente liso; y a parte la marea prometida venirnos justo a la hora de la fiesta, a llenar el lago con el rio entrando por las tuberías.
Joe: Si, con además, el gran milagro principal, de tener entre nosotros, al Divino Lorazo terrenal, fantástico chamigo, hablando cual un catedrático por medio del Espíritu Santo.
Hector: (vestido de lorazo) Otro cuestión importante a resolver, son los virus intrahospitalarios. Pero Incisto en incluir al arroz de ser el promotor de un montón de enfermedades, por causa de ese maná del infierno depositado en la lengua, que aun quitándolo como es debido, acaso la punta del isber de una resaca maligna; de no extrañarme para nada, que en complicidad, con la ubicación de los astros, los rayos del sol salidos de su grados habituales, y las bombas que arrojan las grandes potencias, todo eso unido resulte ser el causante del covid-19. Sepan entonces que si los humanos desestiman la naturaleza, luego lo que el Magnánimo destruye destruído queda; y en la medida que no Lo incluyan en las fórmulas científicas, jamás podrán saber de la esencia primera.
Fulgencio: Entonces si puedes hablar con el Luismi, ruega mantener a éstos leones sin apetito.
Mabel: (Por fulgencio) Vos te quedás aquí a pasar la cuarentena conmigo ¡Guauuu!
Fulgencio: Basta de pleonasmo; y de agria resignación ¡Exigo mi liberación! Si cualquiera la puede crear, no es el alma lo más importante, sino el ser irrepetible y la propia vida.
Mabel: Siempre atenta y tenaz traté de convencer al gobernador Axel, de no suspender la velada, pero con ustedes allí metidos era como escupir contra el viento, con vos, cargoso, respaldando el aplazo del festival; con el evidente fracaso que significa para el Ignacio la clausura de la dichosa fiesta. Además con el mal gusto de meta insistir con el asunto del duelo a muerte.
Joe: No tengas dudas, que sin zigzageos del coraje, he de estar allí a la hora convenida.
Mabel: Y a propósito de los dichos de Cristina, de encuadrar al peronismo dentro de las corrientes socialistas, yo mientras tanto juraba ser una socialista de alma. No se apresuren, decía, ya verán, en los países con gobiernos liberales, por hacer honor de la libertad de los mercados, la pandemia será más severa allí que en aquellas naciones con regímenes socialistas, donde todo es más organizado; pero no hubo caso y adios festival de los record Ginnes.
Joe: El pueblo, en la previa del bosque, aparte de ciervos blancos, también carneó a los rinocerontes.
Mabel: ¿Pero que es ésto? De pronto el lorazo Hector ha desaparecido, como por arte de magia. Y allí está, en mi rancho, que nos saluda batiendo alas.
Fulgencio: Si, también lo veo; y observen como ahora se ha quitado el atuendo; caramba, sin duda el disfraz más perfecto del mundo.
Mabel: Era un disfrazado no más. Y al trámite de quitarse el vestuario, ahora estamos frente a un militar dispuesto para el combate. Igual, quien quiera que seas, siempre te voy a estar agradecida, y nunca me voy olvidar, de como me ayudaste tanto, a zafar, con tus sabios concejos de aplicar mordaces picardías para así por la vibración de la carcajada por fin lograr quebrar la costra de las heridas y separar la piel del cuero, de ese maldito traje de oso, fatalmente adherido.
Joe: ¿Pero entonces donde está lo sencillo de la existencia, que la materialidad, tan dura, se hace invisible, y al toque se reanima en otro sitio? Y encima por partida doble: El hombre y el disfraz.
Mabel: Pasó, poco después de quedar flechada del Ignacio, que poseída por la belleza del traje, desnuda me lo puse feliz de la vida, que estúpida desfilaba por la habitación cual una miss universo; hasta justo ver por la ventana a mi Hércules cuando pasaba con el carro, más, incrédula, salí volando al aciago encuentro; controvertido momento, si lo vieran, con él hambriento, creyendo que se trataba de un animal al que podía atacar, y así me enlazó no más, arrastrándome por varios kilómetros; entonces de inmediato la sangre de las heridas, se impregnó al cuero del atuendo, más luego, cuajada, peor, que ya no me lo pude quitar por nada del mundo; patética desgracia hasta llegado el lorazo Hector, que entró en mi vida para salvarme con la sabia terapia.
Fulgencio: Hay ruidos raros en el portón, cual si un tigre estuviera arañando la chapa ¿O es que llaman a la puerta?
Joe: Ande, vaya y atienda.
Mabel: Lo sé, draconiano y sin bemoles, entregaste los rinocerontes a la pandilla de hambrientos, que por los tantísimos incendios forestales, antes de morir calcinados los prefieren vender como alimento.
Joe: Queda claro, mujer; pues para mañana tengo en camino cuatro rinocerontes más.
Fulgencio: ¡Otro milagro! ¡Son los rinocerontes de Java!
Joe: Raro ¿Es que no los han asado entonces, y como indica la costumbre hechos los trajes al pie del matadero?
Fulgencio: Son Hortencia y el señor Ignacio.
Joe: En aquel momento, por ser amigo tuyo, y evitar el extrerminio, permití que use el rinoceronte macho en arrastrar el carro, que se la pasaba llevando tierra cual emperador romano, pero ahora, cual magnate desciende de un magnífico capote como de una limusina.
Ignacio: Me siento un estibador de penas ¿Como pudieron suspender el festival por tan insignificante motivo?
Joe: Por lo que veo, se manducaron a los rinocerontes, con el mismo ragú que te llevó a vos alcanzar los quinientos kilos.
Ignacio: Tiempo y espacio son una misma cosa, lo mismo que vos y yo detrás de la misma pollera.
Joe: En sufragio de boleta única, tú te has elegido solo, con el resto de la lista donde figuran las tuyas solas apreciaciones.
Hortencia: Hoy por la tarde, en los preparativos finales, el pueblo tronzó a los rinocerontes, y te vimos como recibías dinero de los barrabravas.
Joe: Sin más, eres como la típica sirvienta de la comedia, ramera insolvente devenida en amante del hacendado.
Ignacio: ¡Cuidadito! Vamos pronto al desafío, necesito redimir el alma a tanto desprecio inflingido.
Joe: ¡Caraduras! ¿Qué es eso de andar comiendo animales de exposición, con la total anuencia del pueblo? Que se creén, aunque esto sea un zoológico ésta es mi cuna.
Ignacio: Marchemos al reto; no practico otra cosa que rezar para verte ascender al inframundo.
Joe: La mejor manera de revalorizar mi orgullo será verte boqueando.
Fulgencio: Mejor usemos tapaboca; donde si nos pescan nos confinan a todos.
Horterncia: Marchemos, pero respetando los protocolos.
(Salen en dirección al rancho de Mabel, bordeando la laguna. En la ribera hay unas mesas preparadas como para una cena de gala)
Joe: Hay poca gente, por poco ninguno.
Ignacio: Me robaron el presente con el bosque y la estancia colmada de adeptos, solo quedando anonimato y espacio sin fin.
Joe: Entendé que por culpa del último atragantón en que venías bajando de peso, allá por los trescientos kilos, donde por el traspié quedaste durante un montón de duros meses postrado en vida vegetativa, dejaste a tu señora con el destino flotando a la deriva, cual un obsequio; y aparte de la inmundicia del deber soportar eruptos radioactivos y flatulencias atómicas, de enamorada de un tipo de esbelta figura, y acariciada por una mano suave, al poco tiempo palmeada por la pala de una topadora; para finalmente, me incluyo, a los albores de la tercera edad, donde el tiempo te inmuniza de todo, quedar presa de una incertidumbre dañina, por motivo del coronavirus que preferentemente ataca a las personas mayores.
Ignacio: Entre andar constatando si tú eres un procaz usurero, o el duelo a cruda muerte, pienso lo más fructífero será el asunto del desafío.
Joe De seguir ahondando en la vanidad no vaya ser que nos pesque la madrugada sin haber realizado nada de lo nuestro.
(Empieza a soplar un fuerte viento)
Ignacio: Exitado me encuentro pues, dispuesto a cruzar el Atlántico, por segunda vez a nado. En el caliz de la noche de pronto sopla un viento arremolinado, digitado hasta en los más mínimos detalles, como en aprobación de algo, pero sin duda donde el Señor nos trata de abrevar verdades.
Mabel: Notable; y de tan inteligente, aquí se va formando un hombre sobre la arcilla.
Hortencia: También aquí se dibuja un vestido de novia, con relieves perfectos hasta en los volados más sutiles. Kikikiriki.
Fulgencio: Sobre el suelo ingenuo del propio lodo, se sierne sobre las estrellas un ramo de rosas espigadas. Guau guau.
Ignacio: Noto algo pavoroso en nosotros; que cuando hablamos, las bocas parecen hocicos con labios de hebras de palmera, y las voz se va mezclando con reales sonidos de la selva; dá la sensación de estar convirtiéndonos en los propios huésped de la reserva. Miau, miau.
Joe: ¿Será la voz distorcionarse por el mismo viento en la inercia del proceso? Muuu ¿Que sé escucha? Jiiiiii.
Mabel: Sonidos de aves y mamíferos, con algunas sílabas entrecortadas.
Fulgencio: ¡Pronto, rajemos! ¡Este ser empieza a tomar vida de verdad! Muuu.
(No imagino ser algo profundo éste juego de mezclarse el habla con sonidos de animales, ni tan poco muy afectado, sino más bien superficial y simpático, donde de todos modos el texto fluya, que bien podría ser acompañado de algún juego corporal de poca exigencia)
Mabel: Estamos al horno, con Hortencia pasa lo mismo, solo emite mugidos estirados, con la evidente intención traducida en gestos, pero dentre el viento inteligente, solo se escucha como un barritar alegre y entrecortado.
Hortencia: Miau. Le ruego no me pida favores, renuncio, desde hoy no seré más su sirvienta, estoy de novia con su marido; y es porque usted lo cambió por el guardaparque.
Fulgencio: A Mabel se le entiende todo. Giiiiapi.
Joe: Mañana me jubilaré, pero igual prefiero morir luchando antes de vivir avergonzado. Auuu, eaea, juuuua juuua.
Ignacio: Seguro hablaste de mí, pero cual un asno repugnante. pi pi pi.
Mabel: Relinchos interminables, gorgojeos de águila, ronquidos agonizantes de búfalo y de jabalíes.
Joe: Presten atención, de aquí de la tierra, sale el muchacho caminando, y se nos viene. Bruuuuu, bruuui.
Fulgencio: Ahora sonaste como trompeta de elefantito.
Mabel: Porta aspecto de tierno varón, en el sentido de macho dócil.
Saturno: Me llamo Saturno, mucho gusto de conocerla.
Joe: ¿Señor mío, podría decirme como va ésta cuestión del coronavirus? ¿Se puede salir o estamos en cuarentena? jirijijiauuu.
Saturno: No sé. Sepan disculpar la duda, pero bastante me cuesta entender.
Joe: ¡Miseria y debacle! ¡Riesta de problemas! Es por culpa del carnaval de éste tipo, en las cuerdas vocales instalado. Cruacrua. Cruacruá.
Saturno: Vaya, cómo clama éste con sonidos de aveztruz ¿Te sientes bien?
Hortencia: Por el sacrificio de los tantos animales es que se formó la moda de los disfraces, y ahora ésto de hablar así.
Mabel: El viento te dió la vida, y nosotros te vimos nacer, por favor quédate, no te marches así por que sí.
Joe: Aquí el amigo indio, debajo de la camiseta del Barcelona, lleva una sotana de cura, pero en realidad se trata de un falso religioso, de en su momento unir en matrimonio a la señora con éste, la famosa tortuguita renga; casamiento muy cuestionado por la curia, por un disfraz de oso fatalmente adherido.
Saturno: ¿Famoso por qué?
Joe: Por aumentar de peso hasta los quinientos kilos, más luego, durmiendo la mona en vida vegetativa, adelgazar, y milagrosamente despertar justo cuando estaba delgado. Ha alcanzado un récord sin presedente, comiendo tantos animales de mi zoológico, que así fuí acumulando odio al punto de desafiarlo en duelo a muerte.
Saturno: ¿Podría usted arrendarme la sotana a cambio de mano de obra a cuenta?
Fulgencio: ¿Para que? No estoy en condiciones de regalar nada.
Hortencia: Ojo con éste pibe, no tiene parangón, lo puede llevar a robar y después quedar criminalizado.
Mabel: ¿Sería tan amable de intervenir como juez, en un duelo a muerte entre estos dos caballeros?
Saturno: Desde luego, pero ¿Árbitro vestido de cura?
Mabel: Cuando él se ausentó de mi vida, me puse de novia con el guardaparque, pero después despertó y por ahora me considero en litigio, pero, sin desempate, prometo formar pareja con el triunfador del duelo.
Saturno: Si, quisiera ayudarlos, pero ¿Como serían las reglas?
Mabel: En calzones se enfrentarán en lucha libre, a ver cual de los dos triunfa ahogando al oponente; debe de empezar cuando el árbitro lo disponga, y finalizar al dictaminarse el deseso forzado de alguno.
Fulgencio: Cae granizo; llueve arroz blanco, y justo la luna parece un reloj de arena que de a poco vá desaparciendo.
Mabel: Son como copos de nieve, pero de arroz largo fino.
Hortencia: ¿Se trata de la luna hecha trizas?
Ignacio: ¿No será que la teoría, esa de los deshechos del arroz, pululando en el interior del cuerpo, donde aparte del filtro de la lengua por poco hasta los perros estarían necesitados de un segundo aparato digestivo, se trate de un despropósito tan inconmensurablemente desacertado, que por tanto ahora Dios nos despedaza la luna, como diciendo, coman muchachos, coman tranquilos, y alertarnos de no seguir hablando pavadas?
Mabel: Entonces sería importante saber, si Dios creó el universo con cada detalle pensado, o como los políticos improviza sobre la marcha.
Ignacio: Se sabe que todo está escrito.
Joe: Fugaces palabras de un fornido críado a récores en los que nunca nadie repara.
Mabel: A pelear sin más vueltas.
Joe: Si, basta de esperar lo tan deseado.
Ignacio: No me voy a achichar en dejarte morado.
Joe: ¿Con arrugas en la cola pretendes quedarte con una mujer tan soñada?
Ignacio: Grumete del diablo.
Saturno: Aquí mejor, señores. Luchadores, espérense, no se enfrenten fuera del lago.
Fulgencio: Miren esa luz en el cielo.
Hortencia: El firmamento se va copando de ángeles y querubines de tiza, con las estrellas quedando como collares de diamante en sus cuellos; y miren como sobre la ribera se despliega una rambla, de la cual se extiende un respaldo empotrado sobre el bosque, y allí aparece una gran biblioteca, con un módulo arriba donde también hay una vinacoteca, con botellas, copas de cristal modelo Alaska, cientos de damajuanas de tinto rosado y blanco; con sobre el cielo una pasarela donde desfilan bellas mujeres de todas las razas.
Fulgencio: Si, y allí veo también, venir un elegante adonis, aquel bravo soldado quien se quitó el disfraz de Hector.
Saturno: Con ustedes ¡Jehová de los ejercitos!
(Hortencia ayuda a Mabel a ponerse el vestido de casamiento, y luego se despiden con un sentido abrazo)
Joe: Con ésto planto bandera, que ya venía mal barajado, donde si me levanto de seguro golpeo la cabeza contra el techo, que al elongar vuelvo a quedar tullido.
Saturno: Mabel, aceptas por esposo al señor Jehová de los ejercitos.
Mabel: No lo sé, lo voy a pensar unos días.
Hector: A ver, Mabel ¿Cual cúpula superior a la del cosmos, con bordado de arcángeles a tus ojos?
Mabel: En verdad, ninguna.
Hector: Dichosa vida nos aguarda, emparejados en años, sin nunca envejecer ni siquiera por un segundo.
Mabel: Entonces, tonta de mi en fraguar delirio cuando debiera estar a tu lado.
Hector: Necesito tenerte pegada con tu silueta de flama de fuego, y dibujar con la pluma del presente, en tantas quebradas del crepúsculo, una historia de amor financiada del más puro cariño.
Saturno: Mabel, aceptas por esposo al señor Jehová de los ejercitos.
Mabel: ¡Por supuesto!
Hector: Atiende, ahora como para tus amigos, sin recelo, acepten el destino irrevocable, te ofrezco ésta ceremonia breve, más después nos casaremos en una mesquita del paraíso.
(Mabel arroja el ramo de novia a Ignacio)
Ignacio: ¡Ruego me sepas perdonar los tantos error cometidos!
Mabel: Sábelo, lejos de importarme un bledo, muy mortificada estuve por la suspención del reconocimiento; no cualquiera logra aumentar quinientos kilos más luego adelgazar otro tanto.
Ignacio: Mi próxima aventura será escalar el Aconcagua y en la cima voy a gritar al cielo lo mucho que te quiero.
Hector: Esposa mía, me place conversar de diferentes temas, y continuar buscando entre los astro nuevos proyectos de vida ¿Sabes? Puesto que siempre desié tener un pueblo que actúe a mi modo, empezé por tomar ánimo de crear a Adán y Eva, que son, no como todos creen los primeros humanos del planeta, sino los dos primeros judíos.
Mabel: Ah, si es por ello, no te hagas ningún problema, seré, con toda mi estirpe, la más agraciada entre todas las judías.

Aconcagua.
Segundo acto.
Escena uno.
(Los doce asientos de Mabel. En el cielo figurado, van cambiando de sillas, bostezan)
Mabel: Racimo de paz; adios aciento número diez.
Hector: Fíjate como son las cosas, por impedir que almorzaras un risoto de arroz, en plato hondo de pocelana, impensadamente tropecé con tu grandeza espiritual y me enamoré cual estrella fugaz ante los confines de una galaxia cautivante; más ahora rendido a tus anchas, me conformo con vivir como sombra al fulgor de tu semblante.
Mabel: ¿Es el universo tu cuerpo sumiso, o pervives en una dimención aparte? ¿Son los profetas y mesías distintos aspectos de tu personalidad, personificados en función de un mensaje necesario?
Hector: Lo único que me atrevo asegurar es que te quiero un montonazo. Pero, sin duda ha de ser muy dificil gobernar pues sino no existirían tantos malos gobernantes, y ésto mismo de complicado es tener que impatir órdenes sin lengua y sin extremidades.
Mabel: Bueno, muy bien, entonces como para de nuevo cargarnos con otro poco más de sopor, ha llegado el momento de cambiar de asiento, y allí iremos a reanudar el hilo de la charla en el undécimo de la serie; ya falta poco.
Hector: Aunque ser tu marido es un sueño cumplido, nada se compara a soñar dejando de vagar sobre los asuntos pendientes. ¿Se pueden alternar los temas o conviene estarse monotemático?
Mabel: Poco importa el nexo de la charla con la actividad, sino mas bien el hacer el ejercicio de sentarse la tanta cantidad de veces recomenda; eso si, en lugares distintos, con perpectivas diferentes; doce sentadas al día, (y pues se trata de una carga), de una duración mínima de cinco minutos; y ya verás como desde la sentada número ocho se pueden ir contando los bostezos; más luego al metódo, se le debe de sumar una vida cotideana de tipo nómade. Calculo yo que el soñar debe estar ligado con la recámara donde se alojan las imágenes de los recuerdos, pues del propio conocimiento dudo se obtenga tanto bagaje mental.
Hector: Por mi parte, al ritmo de las invenciones es que me voy enterando de los secretos de la cultura; pero igual no te inhibas en preguntar, me encanta escuchar tus ideas; anda, continuemos filosofando.
Mabel: Allí sobre el hermético universo proyectado sobre la pista rígida de un espacio negro sin tiempo, donde como pistas fantasmales yacen marcadas las órbitas de la comparsa, quizás sea el planeta Tierra una minúscula herida expuesta.
Hector: A los albores de tu razonamiento siento una grande emoción beligerante.
Mabel: Volviendo a la hipótesis del planeta bobo de la tuya inmaculada concepción, me alzo con está segunda conjetura: En un principio el planeta tierra estaba destinado para ser una estrella convencional que emana fuego, pero cuando la nube molecular, encargada de estos asuntos, sin pretenderlo se encontró con la enorme cantidad de vapores del h2o entreverados con el granito de la corteza, por un instante quedó perpleja, como simple testigo del reboque desprenderse, al creándose la luna al costado (con todos sus típicos cráteres redondos como el ombligo, que de haber sido la nuestra morada un sol, hornallas perfectamente conectadas a los volcanes por adonde iría a salir el fuego; que si se enumerasen volcanes de aquí, con cráteres de allá, las cifras coincidirían perfectamente) pero no obstante el desperfecto, la obra se pudo llevar a cabo y entonces la nube molecular creó por partida doble: la luna tan críticada y el nuestro planeta colmado de existencia. O sea, la inteligencia yace impresa en el combustible nuclear y por ello la temperatura del sol se regula sola; por ende, los efluvios del plutonio y del uranio, emergiendo sutiles, se trocan en hálito de existencia que acapara la superficie, equivalente a la llama propagada de un sol; pero en nuestro caso, en vez de fuego, son seres con vida en la acción de multiplicarse, por medio de la procreación permanente haciendo brillar al astro de manera sui géneris. Y otra prueba que venimos de la bencina es el hecho en que debiene la materia orgánica sepultada bajo el manto terrestre, que como resultado se obtiene el inflamable elemento llamado petróleo.
Hector: De haber sido La Tierra un sol de fuego, entonces Marte hubiera tenido la temperatura perfecta; y estoy persuadido que el arroz en realidad proviene de éste planeta rojo, destinado como para seres dotados de un segundo aparato digestivo, para así lograr digerir el espeso almidón del grano, debenido en los humanos, en colesterol nefasto que proporciona puntales enfermedades de preocupar.
Mabel: (Cambian de aciento) Aunque no hay manera de revertir el veredicto de la historia, entonces deduzco que se ha establecido una enorme confusión con ésto del pecado original.
Hector: Sin duda. Siendo Adán y Eva los primeros habitantes de un pueblo a mi medida; más no del mundo entero, mira si les hubiera puesto en aquella prueba, del árbol del conocimiento del bien y del mal, golosinas y cigarrillo, y les hubiera encomendado permanecer tranquilos y relajados, entonces hoy la tierra prometida sería un páramo de abúlicos olgazanes. A sabienda que irían a desobedecer es que los incité a transgredir la norma, con el firme propósito de crear en ellos el espíritu rebelde, transgresor propio de la especie; aunque más luego, claramente, igual de obligados en combatir la nefasta iniquidad.
Mabel: Te felicito por el sábado de descanso, es una verdadera reivindicación de caracter sindical.
Hector: Cuando hay un trastorno muy grande, es de vital importancia, establecer: "el no ser" un único factor el causante del problema, sino cinco; más luego, lo aconsejable es proceder a dar alivio: identificando y resolviendo cada uno por separado; más si con ello no alcanzara, en adelante allí tendrán tu glorioso método, como para sanar definitivamente durmiendo de manera saludable y sin ingerir ni un solo medicamento.
Mabel: Si no fueras tú el amor de mi vida me marcharía sin dar explicaciones.
Hector: En cambio yo haría tronar tempestades hasta de nuevo tenerte como mi guía permanente.
Escena dos: (Por el camino de la ladera del Aconcagua, avanzan Fulgencio y el padre Saturno, y en la cima están Ignacio y Hortencia)
Fulgencio: Tengo miedo que cuando el gordo me vea, lleve a cabo la venganza que por todos los santos me jurara, de en cualquier de éstos días, disfrazado de oso, frente al público atónito de la reserva, hacerme saltar las tripas por las orejas a base de prensa y martirio.
Saturno: ¿Pero y vos que le dijiste?
Fulgencio: Pensando que le importaba un rábano, más que todo el mundo lo sabe, como un marmota le comenté el haber íntimado con la señora; parafraseando la jarana conque con ella me casaría para cuando espiche quedar con una jubilación de sustento.
Saturno: Yo en cambio, algo más discreto, antes de terminar la carrera de seminarista me achaco dudas si mejor formar una familia.
Fulgencio: O sea soy el único cliente con la columna como palo de escoba que confía en vos ciegamente.
Saturno: (Luego de una pausa) Ya Jesús desde pequeño ideaba el itinerario de las acciones hacia la nueva religión en cierne, de imposible no adjudicar la redacción de los Hechos de los Apóstoles como una orden suya; sustentada por el digno palpitar y la sagrada paciencia en ser el mesías tan esperado, más no exclusivo de su pueblo, sino del mundo entero; pues entonces, habiendo impartido la tarea de los escritos, respetó la forma y el estilo de cada uno; pero he aquí que Juan, hijo de Zebedeo, solicitó del propio Jesús, ayuda y colaboración: De allí el apodo del Discípulo Amado; porque el maestro accedió a encaminar al joven, pero a sola condición de no hacerse mención en los escritos, de ningún Juan, incluído el novel autor.
Fulgencio: Tal vez sea así no más mi amigo, pero me estoy apunando y hasta escuchar me resulta complicado. Por fin hemos llegado, no doy un paso mas que muero.
Saturno: Vaya contraste: soberbio y sin aliento. ¿Me parece a mí, es celaje por debajo de la montaña, o los mares están salido del nivel y van cubriendo la cordillera?
Fulgencio: Si, estamos como en un mingitorio donde se ha apretado el botón del depósito.
Saturno: Mejor, adios coronavirus, covid pasado por agua.
Ignacio: ¡Muchachos! ¡Aquí! ¡Bienvenidos! (Acariciando la panza de Hortencia) Nosotros estamos desde hace tres semanas, al intuír de a lo mejor adelantarse.
Hortencia: Tengo antojo de algo dulce, fíjate si logras conseguir una mermelada de higo, pero rápido que ya falta nada.
Ignacio: Ya verás, luego del parto, en el refugio Elena, nos irán a proveer de lo necesario como para estar apartados del horrible comer solamente dátiles.
Fulgencio: Buenísimo ha quedado el castillo de piedra, cual dispensario de la prehistoria.
Saturno: Permítame ayudarla.
Hortencia: He escuchado del guardaparque Joe, unas palabras que me dejaron totalmente estigmatizada, (ay ojalá el niño viva sin tener que escarbar de la basura) que por el instinto sexual mal encaminado se pueden provocar edemas cerebrales, que muchísimo trastornan la conducta mental; pues entonces más luego que nazca no se olviden de hacerle chaschás en la cola, así el agua encuentra la ruta correcta de los lagrimales.
Saturno: Hemos venido con la mejor intención de colaborar; pero igual preferiría tratarlo con dulzura.
Hortencia: Serafín será su nombre, de ser el primer machito en nacer en la cima de una grande montaña.
Ignacio: ¿Saben? Aunque me siento vulnerable cual cerco de cadenas, igual desearía tener un hijo en cada cumbre.
Fulgencio: El mundo te culpará por esta locura; que te pasa ¿aun no sale éste y ya hablas de tener un crío en el Himalaya, y después otro en el Éveres?
Ignacio: Pospón tu valentía.
Hortencia: Se sabe que fuí yo la que quiso venir a parir de una manera épica.
Saturno: Pero como hizo eso señora.
Ignacio: No todo son cubitos, he traído un par de lupas, como para con el sol calentar las piedras; y aparte del atuendo para el hijo, adosé un cuero de camello como para usar de manta.
Hortencia: Septiembre es un lindo mes, pero igual de noche es como estar en una cámara frigorífica. ¿El traje de chinchilla está preparado?
Ignacio: (Haciendo la veña) Si mi sargento.
Saturno: Trate de controlar la respiración, no sé sobresalte por tonterías.
Hortencia: No sabes que feo, por momentos la mente ilusionada me hace contraste con el cuerpo rígido. Gracias Dios por darnos la vida pero también la muerte.
Saturno: No diga así, ya verá, todo saldrá como corresponde.
Ignacio: Es increíble, donde quiera que dirijo la vista, solamente veo cual si hubiera ocurrido una estrepitosa marea.
Fulgencio: El paisaje ahora es un único océano, quedando la cumbre cual un islote.
Ignacio: Vamos mujer, sigue pujando, el niño está a milímetros de la vida.
Hortencia: ¡Que sea libre y culto!
Fulgencio: ¡Vamos, purrete! Sal del atolladero.
Ignacio: Cuidado, decir la palabra "Vamos" luego te hace doler las rodillas.
Saturno: Venga mi Cielo.
Ignacio: Denme para acá, primero a dar la vuelta olímpica de los campeones, más luego lo cubro con el bendito traje de chinchilla; y ya verán, tendrá calor como en un baño turco.
Saturno: Es muy chiquito, tenga cuidado, se puede pescar una pulmonía. ¡Pero que hace bestia! Por todos los santos, abrige a ese chico.
Ignacio: ¡Mire, Padre! Bajo unos pocos escalones y lo podemos bautizar de lo más lindo.
Fulgencio: Ay, lo revolea a cara o cruz.
Ignacio: Ustedes no se meta en mi destino.
Saturno: ¡Sálvanos Jesús de la estrepitosa marea!
Ignacio: ¡Mabel, aquí tienes, Mabel, un ahijado! ¡Con Hortencia te queremos y te extrañamos con locura!
Fulgencio: Has despertado la ira del Señor y de castigo nos manda la cuantiosa marea.
Saturno: Atiendan, la prefectura nos ha divisado; se acercan a la par, un helicóptero y un buque de guerra.
(Aterriza el helicóptero y entra a escena Joe)
Joe: Con buenas ganas los he encontrado; ya venía yo sabiendo lo del embarazo, pero en el trayecto me ha sorprendido éste bruto aluvión de mares; el planeta, sin haber llovido gota, está cubierto por un deshielo universal; y por suerte con medio tanque de combustible ahora tenemos como para pegar la vuelta.
Fulgencio: Regresar, donde, si ésto es un verdadero apocalipsis.
Saturno: Suena la cirena; nos han divisado. ¡Aquí estamos, vengan a rescatarnos!
Hector: (Entrando a escena) Les paso la soga y átenla sobre la caberna. Bien señores; soy Clotilde, la capitana del Crucero de la Salvación, y ella es mi hermana gemela. Somos las dueñas del buque y solo admitimos mujeres y niños. Pero igual necesitamos un varón adulto, como para mañana, cuando bajen las aguas, de inmediato refundar al mundo. ¿Quien se anota?
Fulgencio: ¡Yo!
Joe: Pero antes, permítanme sacarles una foto de recuerdo.
Ignacio: Como el rocío de un pétalo la felicidad se esfuma como los dólares.
Mabel: Usted, muchacha, embárquese de inmediato.
Hortencia: Quiero dejar bien aclarado, con semejante frío y viento ser yo la que quizo venir a parir lo más cerca de dios posible; por favor, no lo culpen a mi marido, que luego de la ecografía él insistía en continuar el tratamiento bajo la conducción del ginecólogo de cabecera.
Fulgencio: Ojo, aquí, como estrángulando el castillo, está la cuerda taponando la entrada, tengan cuidado de no tropezar.
Saturno: Cuidado Fulgencio, la soga del buque está acogotando las piedras, ¡Fulgencio! ¡Un derrumbe! ¡Como de un torbellino ha quedado sepultado bajo las rocas, no puede ser!
Joe: Serénate muchacho; olvida el responzo; consuélate pensando que ha sufrido menos que un guillotinado.
Ignacio: Derechito al infierno, tuvo la suerte que merecía.
Joe: Vaya tragedia, pobre infeliz; mis condolencias. Estoy muy conmovido. Vean lo que les voy a decir, lo juro, con las distintas fotos que saqué durante lo que duró nuestra relación de vecindad, tal vez mañana fabrique un cuadro con su gigantografía.
Hortencia: ¿Podrían embarcarse ellos también, pues sino morirán todos ahogados?
Mabel: No, solo tú y el hijo.
Joe: Señora Clotilde ¿Puede ser una foto individual suya, y otra del grupo entero?
Hector: Si claro; pero permítame, mientras tanto he de cantar una canción y bailar la danza de la vida y del amor.
Joe: A ver, sonría.
Hector: Al calor de una caldera ardiente, sube niño a la barca, a la barca de la salvación; y álzate, criatura de gloria, al son del renacer con el dulce placer que depara la armonía; vive niño y amamántate de prodigio, acunado a babor y a estrivor de las ondas del amor, al resguardo de tu madre tan serena, rodeado tu nido de candor, siempre abrazado a la dicha de la fortuna; y sonríe niño por siempre alegre, renovando en nuestros corazones la esperanza deliciosamente incondicional; más unidos al servicio de tu tan preciada felicidad zarpemos antes de arrepentirnos.
(Las luces decrecen hasta el apagón final)
Tercer acto.
Gigantografías.
(Esta única escena transcurre en la reserva de animales, en un salón privado del guardaprque)
Saturno: Digo ésto, y con ésto voy redondeando, para no sustraer mas de su valioso tiempo; cuando con gran espectativa y entusiasmo, allanado del más puro convencimiento, Jesús dijo a sus discípulos: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres; hizo referencia acerca del don divino que poseía, de como con absoluta facilidad, por medio de un discurso sencillo e impecable, lograría convencer a multitudes de abrazar un tiempo de mejor hechura; y tan eficiente resultaron aquellos sermones, sobre las bondades del amor recíproco, que hasta la fecha se siguen multiplicando cual el más grande milagro de amor entre los semejantes.
Joe: (Pausa) Amigo Poncini, aprovechando al padre, aquí presente, bien nos podríamos casar.
Ignacio: Quiero que sepas que cuando me alimentaba de tus animales de exposición, jamás fue por venganza de tener algo malo contigo, sino solamente empecinado en cumplir con una proeza.
Joe: Lo sé, aunque mucho esfuerzo me ha costado entenderlo; y así andamos felices con el argumento de un sol naciente afianzado del más puro cariño, donde además, hemos aprendido, de ser necesario, ha poner la mejilla sana antes de levantar el escarmiento. Y ahora, de tanto diliar con la muerte, arrodillados frente a la maldita pandemia, te puedo perdonar cual si solamente hubieras cazado mariposas del terraplén.
Ignacio: Gracias, por tanto afecto genuino.
Joe: Siendo que soy personal de riesgo, bien me podría tomar una licencia, pero prefiero hacerte un rincón a mi lado; por eso sí, si es que la pandemia me lleva, me gustaria que por favor me incluyan en ésta galería; vean, con éstas misma fotos del albún de tu festival: que mientras Fulgencio andaba emparifollado de cacique tehuelche, con la camiseta del Barcelona arriba de la sotana, por mi parte me hice presente de elegante traje de guardaparque recién salido de la tintorería.
Saturno: Aquí nadie tiene la vida comprada, y si como se rumorea, el arroz fuera el culpable principal, con más razón bien podríamos estar todos como unos más de la galería. ¡Protégenos Jesús con la bendita vacuna salvadora! Que ahora aparte de los cruentos rebrotes se nos ha contagiado el padre Dalmacio.
Joe: Se sabe un montón sobre la curva de los contagios, pero ni un comino sobre la curva del covid 19, que pareciera vino para quedarse. Tengamos paciencia pues hasta que los astros se corran del diablólico verano.
Ignacio: La señora Clotilde en un momento dijo que los semillas en general, están muy dañinas por causa del fritados que provoca el sol picante al pie de la siembra; y es evidente que algo así sucede, pues el covid sale en exclusivo de dentro del cuerpo de los humanos; o sea, hay algo en común que nos está cayendo como pataleta, causando trastorno muy grave; quizás por causa de un hongo brotado de las secreciones de la lengua; y a lo mejor ese mismo sobrante viajando en el torrente sanguíneo luego nos provoque algún tipo de renovada leucemia.
Joe: Hoy día por el sol tan fuerte las luces de la aurora calcinan y hasta las noche con luna llena parecen medios días encapotados de neblina.
Ignacio: Precisamente, anoche pensaba, que por el sol tan abrasivo, alguna vez, en época pasadas, hubo una situación similar, donde los seres quedaron tan calcinado que así se formó la raza de color oscuro.
Saturno: Por cierto, acción y reacción, complejo binomio a considerar en no separar de las evaluaciones, y de las graves consecuencias regresivas de maltratar al planeta.
Joe: Febo está sacando del interior de nosotros lo peor de cada quien, al extremo de estar dispuesto a un matrimonio igualitario contigo; atrévete, mancomunados haciendo frente a los prejuicios.
Ignacio: Sería nuestra ruína peor; dejemos ese tipo de recursos para las personas que realmente lo necesiten.
Joe: Entonces, Padre, ya tiene la primer boda como para completar la pasantía.
Saturno: Con todo gusto, pero los tres solitos, y sin testigos ni a un millón de kilómetros a la redonda.
Joe: No bien levanten la cuarentena, pienso lo mejor será acomodar un poco tus cosas, donde de nada te sirve seguir enrollado en los recuerdos tan tristes; la estancia de Mabel es también tu casa, que por la ausencia ha quedado como sitio donde moran urones y muricélagos.
Saturno: Joe, Ignacio, por dios, del cuadro de Fulgencio, la figura del indígena se ladea cual un badajo.
Ignacio: Se está usted extralimitando con el vino de misa, pareciera.
Joe: Oye, tiene razón; y del cuadro de Hortencia, la sirvienta pasa el trapo sobre el aire, como queriendo cobrar el aguinaldo atrasado.
Saturno: Si, y miren, la señora Mabel tambien se samarrea.
Ignacio: Ahora directamente salen de los marcos.
Joe: Resulta increíble como de tan solo pixeles pasaron a ser de carne y hueso.
Saturno: La única que permanece inmovil es la señora Clotilde.
Mabel: (Avanzando hacia procenio) Cuanto antes debo regresar a mis tareas habituales.
Hortencia: Yo ya estraño mucho el no ver a mi gordo.
Mabel: ¿Continúa la pandemia?
Hortencia: Si, claro, hasta la fecha hay veintitrés millones quinientos mil contagiados, y más de ochocientos mil fallecidos en todo el mundo.
Mabel: ¡Es una enormidad!
Fulgencio: Señora, ha vencido usted la eroción del tiempo.
Mabel: Mejor búsquese una indiesita.
(Vuelven a los cuadros)
Ignacio: Se han trastocado de nuevo en figuras de cartón.
Joe: Los toco y están lisos como la fórmica.
Saturno: Estos marcos son como una puerta que dá al paraíso.
Ignacio: ¿Hemos alusinado o estamos desvariando?
Joe: ¡Joder, estos cuadros yo mismo los hice! Que bien podría haber dejado las siluetas con los contornos a la intemperie, pero no, deben ser dignos cuadros rectángulares, me decía, y con mucho esfuerzo los he enmarcado.
Ignacio: Que otra cosa nos queda, de parco entusiasmo, volvamos a lo nuestro.
Saturno: Parecieran estar unas semanas atrasados en la información, pues a la fecha, la cifra de perjudicados es mucho más elevada.
Joe: Si decimos, todo lo que sucede es por voluntad del supremo, entonces esto del coronavirus es un castigo específico para todos los ancianos, pues son los únicos que perecen.
Ignacio: El virus nos está engañando y haciendo creer que solo mata a los de la tercera edad, pero luego tal vez arremeta contra cualquiera.
Joe: Miren, otra vez se están moviendo, y ahora con más algaravía por la inercia de la pasión.
Saturno: Escepto Clotilde.
Ignacio: Volvamos a escondernos.
(Vuelven a salir de los cuadros)
Mabel: Cuanto antes debo regresar al rancho y retomar las riendas nuevamente.
Fulgencio: En cambio yo me instaleré en el bosque, cual edecán de los descamizados.
Mabel: Me he propuesto reacondicionar la casa y a comprar muebles modernos.
Hortencia: Señora, quisiera de nuevo el puesto de mucama.
Mabel: Déjamelo pensar. ¿Es que tú no recuerdas estar en concuvinato con mi ex marido?
(Regresan a los cuadros)
Ignacio: Estamos de cero nuevamente.
Joe: Han vuelto a quedar eternizados en la fotografía.
Saturno: Regrezaron como pichichos a la cucha.
Joe: Cual si les hubieran dado cuerda.
Ignacio: Tengo una idea interesante; si vuelven a salir y por la retaguardia le quitamos los marcos, más cuando quieran regresar no tendrán donde.
Joe: ¿Pero en tal caso, estaríamos dispuesto a convivir con espectros?
Ignacio: Obvio que si; pero en tal caso fingamos la consabida comedia de nuestros clásicos enfrentamientos. Esperen; empiezan a tomar vida nuevamente.
Saturno: Escepto Clotilde; la capitana del buque de la salvación.
Joe: Allí salen. A sus puestos.
(Vuelven a salir, y por detrás sacan los marcos)
Mabel: Asqueada de verlo comer animales de exposición cual manzanas con grosa cobertura de caramelo, me cansé del Ignacio y de todo ese mundo de los disfraces, y ahora quisiera recomenzar desde un lugar más tranquilo.
Fulgencio: Sabe, señora, sépame recatado; del preciso momento en que dios creó a nosotros los indios, los astro comenzaron a rodar y así se configuró el nuevo tiempo.
Mabel: De tanto escuchar ladridos me urge una aspirina.
Saturno: Buen día gente linda; hola Mabel; que tal Hortencia.
Mabel: ¿Muchacho, adonde te habías metido?
Saturno: Finalmente quedé en la iglesia como pupilo, y estoy cursando la carrera de seminarista.
Mabel: Te recuerdo perfectamente, y la laguna a medio llenar.
Saturno: Vine a ver si logro amigar a los gallos de riña y pelea.
Mabel: Ya, entiendo ¿Pero que hace el Ignacio aquí en la reserva; hasta el zoológico han llegado los combates; y la fiesta de los quinientos kilos? Estoy preocupada con saber el estado de la laguna, ¿a ver? ah, no les digo, se llenó y está re sucia.
Hortencia: Podríamos ir con el Ignacio a vivir en el granero ayudando en lo concerniente a la mantención del lago.
Mabel: Si...quisiera sembrar pejerreyes...crear un ambiente pacífico.
Joe: (entrando a escena) ¡Viejo bribón!
Ignacio Oia, miren quien habla, el propio Matusalem en persona.
Joe: ¡Fuera del zoológico o suelto a los lobos!
Ignacio: Te daré vuelta el cogote en trescientos sesenta grados, y quedará tu cabeza girando cual hélice de un dron.
Mabel: Basta de escuchar sonserías, y de las discusiones de siempre, ahora en serio, me marcho, debo retomar la conducción del rancho.
Hector: (Con el disfraz de Clotilde) Hola, aquí vine, ¿alguien me podría decir donde vive Mabel Marcia Amalia Azucena Quereida?
Hortencia: Si, allí enfrente, recién se acaba de ir.
Todos: ¡Hector! ¡Es Hector!
Mabel: Hector, al fin de nuevo unidos. Urgente quiero mostrarte mi rancho.
Hector: Vengo a luchar en persona: contra la ingesta de arroz y de polenta; que por cada concientizado iré a reparir chocolates de primera calidad.
Mabel: Iremos casa por casa, y de ser necesario, por la noche, romperemos las bolsas de maíz de los silos industriales.
Todos: ¡Si!

Cuarto acto.
Catacumba.
Escena uno.
(Al centro del escenario, Hector y Saturno pescan en un bote. Mabel con Joe, conversan sentados en la costa. Ignacio y Hortencia preparan un asado en la parrilla.)
Joe: Dinos Mabel, quisieramos saberlo, en esta nueva etapa de tu vida ¿te has quitado o te has puesto la careta? Te comportas cual una matrona y el pobre príncipe ha quedado relegado a la boba condición de conserje de hotelería.
Mabel: Atentos a sus arengas en contra del arroz, por la tanta comparsa que rodean a mi Hector, temo verme relegada a la simple condición de jangada que se aleja.
Joe: Semejante personaje para tí sola...
Mabel: Rechocho de la vida lo tengo, día tras día desayunando asado frío con vasito de borgoña.
Joe: ¿No te averguenzas? A poco de arrivado ahora luce la típica panza del recién casado, ¿es que no escuchas sus concejos, de cuando uno queda sujeto a reglas estrictas es cuando más se despierta el acuciante apetito?
Mabeñ: Si, bueno, está bien, pero quiero que disfrute lo más que pueda.
Joe: Mejor rebobinemos, ansioso me hallo por saber los pormenores de aquella demostración filosófica, tan cargada de suspicacia, donde terminaron en la comisaría.
Mabel: Pasó que por medio de un hecho ilustrativo, le quise hacer notar: el como en efecto pueden llegar a coexistir la nada misma metida en la realidad de todos los días.
Joe: Por ser imposible fácil de refutar, si es nada, no existe, no es, ni aquí ni hallá ni en ninguna otra parte.
Mabel: Eso mismo es lo que Hector pensaba hasta que lo hice cambiar de paradigmática. Resulta que venden una manteca, de segunda marca, que dá por tierra con cualquier ciencia, pues uno la prueba y tienes que ver como se percive allí oronda la ausencia de todo, con ganas de aullar al hacerse palpable la nada turgente en el paladar; y no vá que comiendo los primeros bocados de una tostada huntada con la dichosa manteca, escucha por la radio acerca de los primeros síntomas del covid 19: pérdida súbita de olfato y gusto... donde ahí no más salió de raje al dispensario a hacerse un hisopado; que hasta quedar el asunto aclarado, estuvo un montón de horas haciendo cóncabas peripecias como para safar de la cuarentena.
(Desde el rincón parrillero, breve diálogo entre Ignacio y Hortencia)
Hortencia: Ir a parir al Aconcagua fue un desafío muy grande, incomparable; lástima quedar de cero con las manos sucias de carbón.
Ignacio: Lo que hoy es desolación mañana se trocará en contento, y la mugre en triunfo.
Hortencia: Por más triste que nos resulte nunca olvidemos a nuestros desaparecidos.
Ignacio: Estoy de acuerdo, pero igual hoy es un día espléndido, cargado de convicciones.
Hortencia ¡Don Hector! ¡Si pesca algo, tráigalo de inmediato y lo cocinamos a la vasca!
(Escena dos: Desde el bote)
Hector: ¡Aun no pesco ni un absurdo borseguí!
Saturno: El sol expectantes se abre paso de entre el colage del cielo, y la bonita claridad vaga sobre el collar de boyas sujetas del remanzo.
Hector: Es un error muy grande de los revolucionarios comunistas, esa canción de asustar a la oligarquía con darse vuelta la tortilla y tener que comer mierda mierda; pues siendo ésta una doctrina científica, de la igualdad equitativa, ¿no sería conveniente tranquilizarlos, con además asegurarles que a nadie le irá a faltar un cacho de pan y una vivienda digna? Mientras los hombres somos como fuelles de bandoneón el marxismo es una filosofía basada en la exactitud de la aritmética.
Saturno: Es por culpa de la revolución francesa donde se empezó a contar de cero con los valores trastocadísimos. (Pausa) La mar está viciada de encanto con sus traviezos pliegos sobre la estepa mojada de nuestro paraíso.
Hector: Al mundo lo está arruinando la confianza ciega depositada en los economistas; sucediendo que lo que se consigue ahorrar por el apriete de recaudar sin escrúpulos, luego se malgasta taponando agujeros que los propios contribuyentes van dejando al desquiciando de la paranoia.
Saturno: Se ha hundido la boya ¡Vamos, pronto, pege un tirón así se engancha en el anzuelo!
Hector: ¡Ea! ¡Sueño cumplido! He sacado una boga enorme.
Saturno: No quiera saber cual manjar es ésto a las brasas. ¿A ver, cuanto pesa? Tres kilos y medio. ¡Eu, miren lo que ha sacado Hector!
Hector: Aquí no hay trampa, ésto se llama calidad y destreza deportiva.
Saturno: Nada de shushy, ni devolver el pescado al espejo, pronto, nos llaman de la parrilla.
Hector: No, espere, hay un montón de pique.
Saturno: Oiga, vea; en aquel espacio talado de la hondonada del bosque, hay un centenar de indigenas instalado con tolderías.
Hector: ¿Que pasa ahora? Mejor haga silencio.
Saturno: Ésto no es broma; son un montón de teuhelches comandados por el cacique Fulgencio, apostados con intenciones no santas.
Hector: No me acose con frivolidades.
Saturno: Oh, no, como haciendo acrobacia se llevan a Mabel, montada en un tordillo atigrado.
Hector: De seguro habrán de pedir un suculento rescate. ¡Joe! Sin difamar, ruege al cacique dejar libre a la señora, que como recompensa, en el garage del rancho, tengo un cofre con monedas de oro; riqueza importante como para sustentar un siglo a esa legión de arrogantes.
Saturno: Cuidado, se está enrollando con la soga del ancla.
Hector: ¡Mejor ocúltense en la reserva; allí estarán más seguros! ¡Yo sé por qué se los digo!
(Desde la costa.)
Ignacio: ¡Tranquilo, lentamente se están llendo de donde vinieron!
Saturno: Milagro a la carta ¡La han dejado libre!
Hector: Tú, rema, uyamos rápido, el tesoro solo trata de monedas de chocolate envueltas en papel dorado; cuando lo descubran irán a enfurecer; ¡mejor vayamos de raje para la reserva!
Saturno: Don, a sotavento, asoma el lomo un reptil gigantezco.
Hector: Y los indios nos tiran con arco y saeta.
Saturno: Ha pegado un flechazo en el bote. ¡Cuidado! Aquí de nuevo el bicho aparece; es como un tren de largo.
(Por detrás, Fulgencio sube al bote, con un puñal en la boca) (Desde la costa Ignacio se tira al agua y va al rescate de Hector; finalmente, Hector y Fulgencio, luchan y caen al agua. Enseguida se ve como el monstruo se traga a Fulgencio)
Saturno: (Se persigna) ¡El monstruo nos va a devorar a todos, ahí viene de nuevo. Mejor apúrese.
Ignacio: Vaya amigo, de la que me he salvado.
Saturno: Yo no me repongo del susto. So co co, socorro.
Ignacio: Fatídico, si cunde el pánico seremos carnaza peor.
(Asoma el monstruo, y de la boca sale Fulgencio cual un títere)
Fulgencio: Querido pueblo de Luján, pido perdón por todas mis averías, por mis pecados, y mis daños a terceros.
Saturno: ¿Pero, y Hector?
Fulgencio: El señor Hector se encuentra en la confitería; y me mandó disculparme ante el mundo por las tantas ofenzas e iniquidades.
Saturno: Se ha sumergido nuevamente.
Ignacio: Sonserías, el monstruo está lo más pancho aquí debajo, y con estrépito pronto irá a reflotar. Aquí sale de nuevo.
Fulgencio: (Vuelve a salir) Hector solicita de su querida Mabel, paciencia, aguantar sin estar juntos hasta verse la lucha contra el arroz consumada. Más, recién luego de triunfar con la causa del arroz como fuente de todos los males, irán a retomar otra bella historia indisoluble y eterna.
Ignacio: Solicita prudencia, nosotros la cuidaremos.
Mabel: (Desde la costas) ¡Dile que me será muy dificil vivir apartada de su cariño! Que tengo roto el corazón si no estoy a su lado, y Él conmigo; hace un segundo se fué y ya lo estoy extrañando; que si no lo veo, muero, que si no lo tengo fallezco. Mañana mismo, empezaré casa por casa a ir a propagar el mensaje; por cierto tan complicado porque la gente no hace más que comer de esos pricipales alimentos. Pero además, he de instalar miles de bombeadores rodeando la catedral, con salida al río, y lo más rápido posible iremos a vaciar el lago.
(Apagón) Nueva escena (Luego de unos días la laguna queda vacía y Todos revisan el suelo con buscadores de metal)
Mabel: Sin duda se trata de un submarino taladro.
Ignacio: Es increíble, no hay rastro alguno, ni siquiera vestigio de una podrida escama.
Mabel: Aquí me suena la alarma con total nitidez.
Joe: La cuchara de albañil se hunde en el lodo y ni un mísero clavo.
Ignacio: Será mejor remover con la pala, quizás en lo más profundo hallemos alguna pista significativa.
Mabel: No puede ser, mi alarma denota un chirrido escandalozo.
Ignacio: (trabajando con la pala) Esperen, toco algo duro. El ancla del bote. Pero esperen, debajo hay otra cosa. La daga de Fulgencio.
Mabel: La alarma suena aun, continúa escarbando.
Ignacio: Aquí hay mas.
Mabel: Hojas de la puerta de un sótano.
Saturno: Sobre la tabla de la derecha hay un placa con caracteres del latín.
Ignacio: Fabuloso.
Saturno: Sin duda se trata de la entrada lateral de una catacumba.
Mabel: Quien diría; a lo mejor provenga de la nuestra basílica de Luján.
Saturno: San Pablo y San Pedro fueron hallados en las catacumbas de Roma.
Ignacio: A vos Saturno, no se te ocurra contar nada en la iglesia.
Saturno: Por el señor, prometido.
(Las luces llevan a un breve apagón)
Hortencia: La escalera está muy empinada.
Mabel: Muchacha entrometida, respeta las gerarquías.
Hortencia: Aquí veo una lampara de bronce, semi rudimentaria.
Joe: Es como un laberinto de estrechas galerías.
Ignacio: ¡Vifurcación de caminos poligonales!
Mabel: Por favor, de exautivo comportamiento, permanezcamos sin hacer bullicio.
Saturno: Por las persecuciones y asesinatos hacia los primeros cristianos, las excavaciones y los subsuelo de las catacumbas fueron lugares de enterramiento popular.
Ignacio: No veo ningún sarcófago.
Joe: Este palier principal parece ser el comienzo de la necrópolis.
Ignacio: Hay un pasillo que va para la catedral, y otro se dirige hacia la Panamericana, esto es como un laberinto atróz.
Hortencia: Buscando quizás encontremos alguna valiosa reliquia. Aquí sale un sendero rústico; cual mina de carbón de cuarta categoría; no dan ganas de meterse, parece un callejón sin salida.
Mabel: Dividámonos por los diferentes caminos.
Saturno: Yo tomo por éste corredor.
Mabel: Correcto. Si alguien encuentra una tumba, no tarde en avisar.
(Buscan)
Mabel: ¡Vengan, aquí tenemos un camafeo! ¡Hay una cripta especial!
Ignacio: ¿Se trata de un embalsamado?
Joe: Es la tumba del propio Fulgencio.
Mabel: Yo estoy loca o es un muñeco de cera.
Hortencia: Yo diría más bien una torta revestida con azucar impalpable.
Joe: Caramba, le has masticado un dedo.
Ignacio: Es de mazapán de confitería.
Hortencia: Entonces no es Fulgencio sino repostería.
Saturno: Empieza a chorrear agua de a borbotones.
Joe: Hay una estrepitosa marea, desde el caño principal sale abundante cantidad de agua.
Ignacio: Es el fango que escurre.
Mabel: Puede provocarse un derrumbe.
Ignacio: ¡Hortencia, no te demores!
Hortencia: Ya voy. Tal vez encuentre algún objeto de valor.
Joe: La bóveda se está inundando a borbotones.
Mabel: Vamos niña, tenemos la marea sobre la moyera.
Todos: ¡Hortencia!
(Salen todos escepto Hortencia) (Bajan las luces) (Desde la costa)
Ignacio: Cuanta devastacion, mi niña a quedado atrapada, sepultada de bajo el caudal del río.
Joe: A éste ritmo, será cuestión de segundos en quedar la laguna hasta el tope.
Mabel: Miren, allí asoma de nuevo el batracio.
Fulgencio: (Saliendo del monstruo nuevamente) Tengo una sorpresa muy grande para ustedes: Aquí el niño Serafín, sano y con pañales descartables.
Ignacio: Gracias Señor. Aleluya ¡Mi hijo!
Mabel: ¡El niño de nuevo con nosotros!
Todos: ¡El niño! ¡Viva! ¡Viva!
Mabel: Es auspicioso saber que cuando alguien muere jamás se debe perder la fe de reprisar en algún momento.
Ignacio: Entonces Mabel, te pido, en adelante, tú serás la madre del niño.
Mabel: Lo acepto de corazón; pero antes de anotarlo, solicito del padre permiso para agregar un segundo nombre.
Ignacio: Como tú digas ¿Como quieres que se llame?
Mabel: Serafín Hector Poncini.
(Como diciendo: Hasta aquí llegamos. Abrazados de los hombros, los actores se adelantan a procenio y saludan con sentida reverencia; y finalmente exiben en un pancarta que muestra un leyenda que dice: Tengan cuidado con el arroz, el maiz y las lentejas)

Texto agregado el 09-09-2020, y leído por 197 visitantes. (1 voto)


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