Una tarde, como cualquier otra. El jefe de la tribu cocinaba. Había un grupo de de tomates, todos relucientes, brillantes y sanos.

—Ese está malo, ese también, éste igual. ¡Éste no!

Lo miré sorprendido… eran todos iguales. Y los “malos” los guardó para después.

Al día siguiente él viajaba.



***


Otro día, cocinaba una mujer. Hervía el agua de la olla. Sentado afuera, yo conversaba con uno de los hombres. Sentí, de pronto, que se me iban las ideas, mientras el hombre me hablaba de Dios y el Diablo, algunas canciones, y tipos de cerveza satánicas. A medida que escuchaba sus palabras me sentía invadido, decaído y con mareos. Me alejé de él, ingresando a la cocina. Él me siguió y me toco los hombros en un supuesto intento de sanarme. Me invadieron las náuseas. En ese instante la cocinera dijo: “Hágase la luz”, mientras echaba los fideos espirales en la olla. En ese instante, sentí que me volvía la conciencia, que me desamarraban o que por alguna extraña cuántica, volvía a mi centro.

Sólo atiné a lanzarle un puñetazo al hombre que insistía en conversarme.




***




Había pasado poco tiempo después del medio día. Nosotros, dos hombres, comenzábamos a cocinar. Yo me sentía pleno con una energía positiva, con paz interna y buen humor. El menú sería arroz, con verduras al vapor, adornado con atún. Quise divagar con mis pensamientos sobre cómo cocinar el pescado, mientras preparaba las verduras, cuando sentí una chocante energía astral. Cual anzuelo, me sentí atrapado, con un ligero miedo, mientras perdía energía vital. Sin entender, y tratando de recuperarme, seguí cortando las papas.

—Limpia aquel lugar —dijo el compañero apuntando las cáscaras de las papas, zapallo italiano y coliflor—… limpia como si aquí no hubiera pasado nada.