Autores de este cuento A Yvette27 B Justine C carlitoscarp
A
La vida en el faro era de una monotonía insoportable. Cuando me ofrecí para reeplazar durante las vacaciones al guardián del faro me pareció que esa era la ocupación ideal para mí en ese momento. Quería terminar de preparar mis dos exámenes finales y el ambiente de soledad y silencio que comprendía la tarea, me parecieron la solución para mi problema.En la ciudad no conseguía concentrarme ni liberarme de las diversiones y de la presión de los amigos y de mi pareja.El que me dió el empleo en la prefectura marítima me advirtió que era un trabajo difícil, aunque el trabajo nocturno en sí sería mínimo ya que casi todo estabai está computerizado.La soledad puede resultar desequilibrante, me dijo,le respondí que eso eraprecisamente lo que necesitaba y firmé el contrato sin saber lo que me esperaba.
Los primeros días estuve muy exaltado explorando el entorno y familiarizandome con mi tarea y no pude abrir libro. El silencio era casi completo, venía acompañado por el golpear de las olas contra las rocas del alcantilado. Pasaban los dias y el silencio que tanto había deseado, me impedía la concentración ya que cualquier mínimo rumor me ponía en alerta. Estaba siempre tenso. Hasta empecé a tener visiones. Me fui sintiendo cada vez más nervioso. No podía dormir.Mis libros esperaban sobre la mesa.
Cierta mañana, cuando ya pensaba avisar a la prefectura que quería abandonar el encargo, de golpe todo cambió...
B
Me hablaron de que las tormentas en el faro podían llegar a ser angustiosas, pero yo era joven y lleno de determinación, desde luego, de temer algo hubiera temido más a la soledad que a un probable suceso meteorológico.
El día previo transcurrió con calma. Al atardecer la marea parecía imperceptible, y me quedé disfrutando de la puesta de sol mientras las gaviotas surcaban el horizonte. Las olas rompían contra los acantilados con tal suavidad, que era más intenso el grito de los pájaros, que iban y venían hasta el muelle que se podía divisar en la lejanía.
Abandoné la balaustrada del faro y bajé la empinada escalera de caracol hasta descansillo dónde se abría la puerta del departamento.
Una pequeña ventana entreabierta situada sobre la mesa que había habilitado para el estudio, dejaba entrar la brisa suave cargada de salitre. Los libros estaban esparcidos sobre ella con la misma indolencia en la que yo había pasado mis primeros días.
Un repentino sonido me sacudió de golpe. Un trueno hizo vibrar el suelo bajo mis pies. El cielo se cubrió de una repentina bruma espesa y los relámpagos relucían sobre la súbita negrura. Me dirigí hacia el ventanal cuando un rayo caído sobre el pararrayos, hizo que me cayera sobre el piso. Uno de los libros vino a parar a mis pies acompañado por el rugido del viento.
Me levanté sobresaltado, y con más fuerza de la que pensé necesaria, pude cerrar el ventanal. Subí de nuevo la escalerilla hacia la balaustrada y encendí a tope la luz del faro. Bajé rápido y cerré la puerta tras de mí. Encendí la lámpara de queroseno, me la acerqué a la butaca, y acompañado por el bramido de las olas en tempestad, comencé a mirar el libro por la página que quedó entreabierta, y que previamente había depositado sobre el asiento. Encendí un cigarro y comencé a leer, todavía me latía el corazón, era la Odisea. Los versos describían los cantos de sirenas y Eliseo permanecía atado al palo mayor con los músculos tensos y los ojos desorbitados, mientras veía partir a sus compañeros arrastrados por el irresistible canto de las sirenas. No sé cómo pude, pero me quedé dormido. Cuando abrí los ojos ya amanecía y el mar se adormecía en una calma difícil de imaginar apenas unas horas antes.
Subí la escalinata del faro y revisé las luces. No había ningún daño aparente que restablecer o comunicar a las autoridades portuarias. Al mirar a poniente, en la playa del mismo nombre, me pareció divisar un cuerpo quieto, inerte, difícil de esclarecer a esa distancia.
Abandoné el puesto y bajé precipitado la inmensa escalera de caracol que me separaba de la entrada. Corrí sin aliento acercándome al lugar, que parecía alejarse según yo me acercaba. Vi desde lejos lo que parecía ser el cuerpo de una mujer, con una melena larga y ondulada del color del cobre rojizo que cubría su torso. El resto de su cuerpo, quedaba oculto bajo la fina arena con la que la marea le había cubierto. Me sobresalté al descubrir un brillo extraño sobre su piel, según el sol se posaba cuando se abría entre las nubes. Me acerqué y me paralizó el rostro de la mujer más hermosa que jamás había visto. Abrió los ojos y me miró. Verdes como esmeraldas, su mirada opaca. Quise hablarle, pero no pude. Sentí como respiraba y se movía su pecho. Una herida en la base del cuello, hacía que brotara su sangre según latía su corazón. Le puse un pañuelo que tenía en el bolsillo de la chaqueta y ella lo sujetó con sus manos. Expliqué como pude que iba al faro para coger algo con lo que curarle y pedir ayuda para socorrerla. Corrí de vuelta como si no hubiera un mañana. Cuando regresé, sólo el pañuelo iba y venía, manchado aún, moviéndose con el ritmo de las olas, pero la imagen de aquella mujer, que contra todo pronóstico había abandonado sola las dunas de la playa, quedó grabada en mi mente como a fuego.
C
¿Estaba alucinando?, conocía perfectamente el “Síndrome del faro” y también el episodio de Ulises en la isla de las Sirenas, mi afición a la mitología daba fe de ello.
Tenía que tomar una determinación y debería ser ya, antes que llegara la noche.
El pañuelo que se mecía en la costa con el ir y venir de las olas era muy real y la mancha carmesí de la sangre de aquella ninfa más real aún.
Fui hasta la radio decidido a llamar a Prefectura para pedirles que me pasaran a buscar sin más tardanza, pero antes de llegar a ella, ella llegó a mí con su chicharra quejosa.
Atendí al instante la llamada y mi sorpresa no fue menor cuando el oficial de turno de la base me informó que con motivo de la tempestad la única lancha disponible para alcanzarme los suministros para mi subsistencia en los diez días que me quedaban allí no podría hacerlo. Se había dañado en su casco al golpear reiteradamente contra el muelle. Su reparación llevaría al menos ese tiempo.
Me recomendó que desandara caminando los dos kilómetros que me separaban de la aldea costera y adquiriera en el almacén de ramos generales todo lo que necesitara cargando los costos en la cuenta de Prefectura, ellos autorizarían inmediatamente la compra.
Apenas si alcancé a decirle que era excelente la solución que me daban. Colgué el auricular desconcertado, algo me decía que esa noche la sirena me vendría a visitar con su canto irresistible, estaba seguro de ello. Tomé el bolígrafo por primera vez desde mi estadía en el faro y comencé a detallar la lista de todo lo que necesitaba, no podía esperar a mañana.
Lo primero que anoté fue cera o masilla, algo que pudiera taponar mis oídos como hizo Odiseo con su tripulación para salvarla del canto de las sirenas.
Al momento se me presentó la clara visión del rostro y los verdes ojos de aquella criatura y escribí: 5 metros de soga. Sabía que mi voluntad no tendría el coraje de privarme de escuchar su canto, decidí atarme al pie de la escalera caracol como lo hizo Odiseo en el mástil mayor de su nave para que le impidiera correr a los brazos de la sirena. Después completé mi lista con algunos alimentos, no muchos, total, volvería si salvaba mi vida. Sin demora partí a la aldea de pescadores.
Al entrar en el almacén, un caballero estaba atendiendo a una clienta, tenía el aspecto de esos hombres curtidos por el mar, con el cabello largo poblado de canas y una barba muy espesa al tono. Solo le faltaba la pipa para ser retratado.
En cuanto me vio, se acercó y le comenté que era el guardián del Faro y le di todos los detalles pertinentes. Me respondió:
-Perfectamente amigo, indíqueme que desea llevar. –Le alcancé la lista, le dio una ojeada y entró apenas en la trastienda:
-Penélope por favor me podrías preparar este pedido que yo estoy ocupado.
Mi ánimo se sobresaltó, ese nombre era un augurio, todo se complotaba en mi contra. Sentí miedo realmente, el mismo que había sentido al ver a aquella criatura herida en la playa por la mañana.
Al rato salió Penélope con una gran caja en sus manos, mis ojos no podían dar crédito a lo que estaban viendo, era ella, su mirada esmeralda, sus cabellos de espuma, sus labios encarnados, su rostro alunizado de bellas caracolas… solo una cosa no tenía sentido, debajo de su diminuta minifalda unas piernas torneadas por el cielo se dignaban a rozar la Tierra.
-Por favor no se asuste como lo hizo esta mañana cuando fui a surfear. ¿Pensé que los hombres de ciudad ya no se escandalizaban por ver a una chica tomar el sol con su traje de neopreno bajado hasta la cintura?, discúlpeme si ofendí su moral.
-Pero… ¿y el pañuelo? –Lo saqué de mi bolsillo, lo había guardado allí como un tesoro.
-Es suyo, usted lo puso aquí en mi rosa antes de salir corriendo. –Descorrió sus cabellos y me mostró en su cuello una rosa púrpura tatuada.
-¿Y la sangre?...
-No, por favor, es el rouge de mi boca el que está allí. Vuelvo a disculparme... ¿no quiere que le lleve el pedido en mi moto al atardecer para expiar mis culpas?
-Se lo agradecería mucho, y quite la soga y la cera del pedido. Reemplácela por una vela de color violeta y una botella de champagne ¿le parece?
-Solo si me permite el placer de elegirlo.
El camino de regreso me vio feliz, desde el mar tres faros brillarían esa noche.
FIN |