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Inicio / Cuenteros Locales / carlosivankelso / EL ASESINATO DEL NADADOR OLÍMPICO

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Cuenta la leyenda que una tarde soleada de verano, el nadador olímpico José Meolans se encontraba entrenando en una piscina olímpica, como debe ser, para un atleta de su categoría y nivel. Iba y venía con su metro noventa, alternando entre los estilos libre, pecho, mariposa y estilos, soñando con alguna vez ganar medallas. Sabía que eso era casi de ciencia ficción para el, pero igual soñaba con eso, con que alguna vez alguna medallita podía venir. Iba y venía, creyendo estar solo en aquella piscina. Al principio había otros nadadores entrenando alrededor de el, pero de repente, al asomar la cabeza por la superficie, vio que se quedó solo, y viendo las tribunas, notó que solo una persona lo estaba observando. Una rubia, muy bella, que lo miraba atentamente.
Meolans volvió a sumergir la cabeza para seguir nadando, pero en ese momento, escuchó que la rubia, esa rubia, le gritó algo.
- Mucho entrenamiento, mucho bla, bla, pero después las medallas se las llevan otro, en las competencias olímpicas no figuras ni entre los treinta primeros, ¡ladrón!
A Meolans le molestó eso de “ladrón” (como no podía ser de otra manera) y salió como muy enojado de la piscina, y se acercó a donde estaba la rubia. Para su asombro, casi estupefacción, la rubia era igual a la asesinada modelo Valeria Mazza, pero más bella y joven.
- ¿Quién sos? ¿Porqué me insultas así? – le preguntó el nadador a la rubia.
- Soy Ravelia, la Quesona.
- ¿La Quesona? Que apodo tan curioso.
- Muy curioso. Y sí te dije “ladrón” es para que reacciones pibe, no puede ser que tus actuaciones olímpicas sean siempre un papelón. Quiero verte ganar una medalla para el prestigio del país. Además los medallistas olímpicas pueden reclamar una pensión.
- ¿Vos crees que es fácil para los argentinos competir con los yanquis o los australianos, o los europeos, o los chinos en los juegos olímpicos?
- No, debe ser muy difícil, pero algo mejor podrías hacer, Meolans.
- Vinistes a provocarme, piba, sos igualita a alguien.
- Eso lo dicen todos, pero no sé, a esa chica de la que dicen que me parezco, ¿la asesinaron, no?
- Sí, creo que el asesino es el basquetbolista de la Generación Dorada… ¿Oberto? ¡No! ¡El que se llama Carlos! ¡Esos asesinos siempre se llaman Carlos! ¡Carlos Delfino!
- A ella la quesonearon, yo en cambio soy una Quesona.
- ¿Y en que consiste ser una Quesona?
- En darte la formula para que puedas hacer digno por la natación.
- ¿Y como es la fórmula?
- Esta es la formula.
Ravelia se desnudó ante Meolans, que miró estupefacto la perfecta figura de la Quesona, e inmediatamente se zambulló en la piscina, el nadador también regresó a la piscina, ella se acerco a el y le dijo, “acercame los pies”, el nadador entonces estiró su enorme figura, 1,95 metros, y le puso los pies encima al rostro de Ravelia, ella los olió, chupó, besó y lamió.
- Aca tienes la debilidad Meolans, pies muy grandes, sí, pero pies limpios, perfumados, los pies de un hombre deben oler a hombre, deben oler a Queso, por eso perdes siempre.
- Vos sos una loca – le dijo Meolans – no creo que tus pies huelan mal.
- No, mira – Ravelia le acercó ahora sus pies al nadador y efectivamente nada mal olían, el nadador jugó un poco con ellos, sin demasiado entusiasmo, y con ganas de terminar rápido – Pero es diferente, yo no soy una nadadora olímpica.
- Pero yo sí, y bueno, si queres jugar, anda a jugar a los dados o las cartas, y déjame aca, por culpa de estas distracciones después las medallas se las llevan otros.
- ¿Me mandas a jugar a las cartas, Meolans? ¿No me queres aprovechar?
- No tengo ganas ahora piba, tomatelas.
Ravelia se sintió ofendida, pero decidió redoblar la apuesta, se acercó, siempre nadando, y dentro de la piscina, a Meolans, y le bajó los calzoncillos, le tocó el pene y empezó a chupárselo, Meolans no sabía que hacer pero ante la situación y como rendido ante la Quesona, empezó a coger con ella, fue una cogida rápida de descarte, donde el nadador no pareció haber sentido ningún placer, más bien todo lo contrario, hasta parecía asqueado, como si limitara su función sexual a una mera obligación reproducción. Por el lado de Ravelia, que había cogido a decenas de tipos, muchos deportistas, aquella relación también resultó ser algo nada digno de recordar.
- Que ser repugnante que sos – le dijo Ravelia – ahora entiendo todo.
- Listo piba, ya está, aire, salí de aca, tomatelas.
- Me voy a ir Meolans, pero antes te voy a tirar un Queso.
Y en ese momento, un Queso llovió por los aires, un enorme Queso, de enormes proporciones, y cayó encima del nadador, esto se sacó el Queso de encima, pero cuando lo hizo, y el Queso quedó flotando en la piscina, vio ante el a Ravelia, con guantes blancos, sosteniendo un gigantesco cuchillo.
- ¿Qué haces con ese cuchillo, loca? ¿Cortar el Queso?
- Pensaba cortar el Queso y disfrutar con vos, pero no vale la pena, Meolans.
- ¿Y entonces, loca?
- Asesinarte, Meolans, asesinarte, lo que una asesina debe hacer ante un ser tan miserable como vos.
- ¡Nooooooooooooooooooooooo! – exclamó Meolans, pero mientras el nadador gritaba de espanto, la asesina le clavó el cuchillo en el estómago y le asesto una herida muy profunda, y así, otra, y otra, y otra, en el pecho, el estómago, en el cuello, fueron decenas de puñaladas, centenas, tal vez.
- Queso – dijo la asesina mientras tiraba el Queso – José Meolans, José Martín Meolans - un gigantesco Queso sobre el cadáver de José Meolans.
Tras tirar el Queso, la asesina agarró las enormes zapatillas de José Meolans y las llevó para su colección. El cadáver de José Meolans quedó flotando en la piscina, y no pasó mucho tiempo, para que fuera descubierto. Ravelia, escondida, gozó de aquel momento, y sintió la tentación de entrar a la piscina y asesinar a todos los nadadores con un solo cuchillo, pero se contuvo. No tenía Quesos para tirar.
- Los asesinatos múltiples no son para mí – se justificó Ravelia así misma, y se fue, muy contenta, eufórica, por ser la asesina de José Martín Meolans.
Mientras se retiraba, Ravelia se cruzó con un hombre con un bigotito fino, anteojos negros, de modales afrancesados, que fumaba con una boquilla, era un tipo como salido de otro tiempo, de una noche de casino de los años 50 y le dijo:
- Vas a asesinarlos a todos, Ravelia. El deporte argentino se va a quedar sin competidores, si seguís tirando Quesos.
- Yo solo junto zapatos grandes para mi colección, de niña fui vejada por un tipo con pies grandes, ahora solo cumplo mi venganza, seguiré asesinando.
Ravelia siguió caminando, y aquel extraño ser se esfumó de aquel lugar, como si de un espectro se tratara. Al llegar a su lujoso departamento, actualizó su colección.
La colección de sus víctimas, esos trofeos, estaba ahora aún más completa. Esa colección, donde tiene los zapatos, zapatillas y hasta ojotas de cada una de sus víctimas, ordenadas por orden de asesinato, y todas perfectamente identificadas, con el nombre del asesinado. Ahora lucía el cartel “MEOLANS, JOSÉ MARTÍN” y al lado del nombre, dos íconos, el de un cuchillo, y el de un QUESO.
- Por algo me llaman la asesina del deporte argentino – dijo Ravelia viéndose al espejo – y soy Ravelia, la Quesona, ¿Qué digo la Quesona?, la gran Quesona, asesina de hombres, una asesina cruel e implacable, capaz de cometer los crímenes más terribles y sangrientos. Y si tengo que asesinarlos a todos, los asesinaré a todos, todos serán asesinados, no quedará ninguno, todos su Queso recibirán.

Texto agregado el 20-08-2020, y leído por 65 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-08-2020 Hace 10 millones de años que aburrieron tus quesos. eRRe
 
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