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Puestero rural, un peón de campo.
Vivía en una de las partes de una estancia. Cuido esa parte, incluyendo los animales que corresponden a ella.
Me trajeron de joven en una camioneta hace mil años para suplir el anterior puestero que había fallecido. Recién nomas me había casado y le pedí trabajo a un Jefe municipal. Me habían dicho que conseguía en los campos estos trabajos.
El puesto “El Tala” estaba a 15 leguas de la ciudad, donde el silencio hacia ruido. Animales? Vacas, algún toro, liebres vizcachas y mi perro. Después tierra arenosa y talas hasta donde la vista queda ciega. Algún zorro bajaba de allá lejos curioso, depredador, algunos son capaces de identificar que las serpientes pueden inyectarles el veneno que tienen, por esta razón muchos evitan comer ciertas serpientes. Ni a mandinga le tengo tanto miedo como a las víboras. El zorro es un animal sagrado por estos valles, sin ríos. Solo cuando llovía rogar al Tata Dios pa que sea mucha agua y llene las represas. Pa nosotros que ya éramos seis y pa los animales que eran 56. En cinco leguas de mi puesto tenía cinco represas. A veces la única agua era del llanto del gurí que se había destetado. Leche de vaca o una decena de cabras nos daban sustento.
Los cazadores de liebres y vizcachas me dejaban balas y cartuchos de regalo y sus deseos que diera esos niños a una familia de la ciudad, Ya pintando a hombre alguno.
Y una noche de mucho frio dentro una “De la Cruz” y me mordió a nena en el brazo que colgaba al lado de la cama.
Me trajeron el tobiano y así nomas en pelo con la nena en brazo hice las cuatro leguas hasta el puesto sanitario. Desperté al pichón de médico le entregue la piba y me puse agritar, insultarme y caer al piso. ¿Qué vale más que un hijo?
A los dos días la fiebre comenzó a bajar. Mandé al de 17 y al de 15 a San Juan. La patrona recién habló a la semana cuando la piba tomó la leche y los remedios y por suerte ya no vomitó.
La sonrisa contagió, lloramos de nuevo, y juntando ropa y cacharros, subimos al sulky y nos fuimos a la ciudad. A la noche subimos al tren y al mediodía siguiente llegamos a un lugar que nos obligó a sentarnos en unos bancos.
Mirábamos ese gran galpón con cientos de personas, un murmullo de elevado volumen y luego salimos por un extremo tras la gente. Nuevamente una imagen tan desconocida como hermosa. Todo cemento y arboles, automóviles y gente con trajes. Tal como me dijo el compadre allí estaban los taxis, subimos en uno y le dimos un papel con una dirección. Luego de viajar mareados pues todo era increíble, llegamos a la casa hermosa de mi compadre. Unas palabras de ocasión y me dije: He perdido toda mi vida, se la hice perder a mi esposa, si Dios quiere mis hijos nos alegraran los últimos años. Los abracé uno por uno y besé a mi compañera de la vida.

Texto agregado el 12-08-2020, y leído por 64 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-08-2020 Es un relato con la fuerza de las vidas de antes, esas que crecían a la vera de las muchas dificultades y necesidades. Un abrazo, sheisan
12-08-2020 Me ha encantado. Ataleia
12-08-2020 La simpleza del relato, lo hace más conmovedor. Tu estilo invita a recordar la vida de antaño, allí en el reloj del tiempo. ¡¡MUY BUENO!! Felicitaciones Ricardo. Shalom amigazo Abunayelma
 
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