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Inicio / Cuenteros Locales / fabiangs7 / La tendera y el mandadero

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Jacinto era un viejo amable de cabellera blanca que siempre se le veía con un sombrero metido hasta las cejas, una bolsa de lona al hombro, y ruana andina, solía arrimar hacia la acera el burro con el que se transportaba para poder montarse, porque era muy bajito. Vivía de cuidar vacas, hacer pequeños recados y mandados. Nunca decía no a nada.

Un día, se dirigió a la farmacia del pueblo a llevar unos víveres. Doña Eduviges quien era la tendera, le pidió el favor de preguntar al farmaceuta, si tenía un medicamento llamado Sonite para mandar a comprarle. Y Jacinto dijo: - Que manda a decir la señora Eduviges que si estaba solito para ir a acompañarle.

Jacinto era muy divertido, lo único es que era muy sordo y cada vez que le decían algo él entendía todo lo contrario y decía cada disparate que causaba risa escuchar lo que había entendido. El hombre de la botica sabía que lo dicho era una de sus tantas insensateces porque el sordo no oye, pero bien que compone. Al irse, tomó tanto impulso para subirse al asno que pasó de largo y cayó en el piso, del otro lado del animal. Esto hizo que se demorara un poco más.

Eduviges tenía una tienda donde se conseguía de todo y aun cuando tenía un aviso que decía: Fiar, en Dios y en otro no, ella anotaba cada cosa en un cuaderno que llevaba la lista de nunca acabar bajo la promesa sagrada de sus clientes de que recibiría su retribución tan pronto como pagasen. Mientras escribía, estaba encolerizada por la demora. Cuando apareció Jacinto, lo regañó mucho y le preguntó que donde se había metido ya que ella lo necesitaba urgentemente y no lo encontraba. El se enojó por el regaño y le dijo que estaba "cagando". Eduviges, quien pataleaba cuando le daba una crisis de mal humor, le dijo que no fuera grosero que dijera que estaba deponiendo.

Al siguiente día, Jacinto se fue a uno de sus tantos mandados y se distrajo hablando con la gente del pueblo. Doña Eduviges otra vez enojada y con su crisis de rabia al verlo le volvió a preguntar dónde andaba y él le respondió que estaba "poniendo".

Ella no articuló palabra hasta pasados unos minutos. Una vez calmada, Jacinto profirió a darle la razón que la mujer del barbero necesitaba que le enviara de la tienda un reverbero. A Eduviges le extrañó aquella petición. No tenía ninguno para la venta pero pensó en prestarle su reverbero de gasolina azul. Esperó que el agua hirviera para el café, apagó la llama, se echó las trenzas hacia atrás y le entregó el objeto a Jacinto.

Cuando la mujer vio lo que le traía le dio mucha risa y le dijo: " No, yo lo que quiero es una navaja barbera para mi marido" y al momento de decirle eso se pasó la mano por el cuello haciendo la mímica para que Jacinto entendiera. Él se devolvió corriendo en su asno y le dijo a la tendera que no era un reverbero sino un poquito de ungüento de azahar porque a la mujer del barbero le dolía mucho la garganta.

Aunque Jacinto la sacaba de casillas y le llevaba la contraria, aún así hablaba con él como si nada, porque pensaba en el grandioso hombre que tenía a su lado, un personaje querendón, que conquistaba muchos clientes, porque el sentido del humor puede ser incluso más útil que la capacidad para escuchar.

Texto agregado el 04-08-2020, y leído por 131 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
05-08-2020 Esta bien logrado. La palabra reverbero se me hizo pesada... En México no es tan común... Tal vez un sinónimo ahí...yo voto 5. Aaavedemetal
05-08-2020 Lo bueno del cuento es que Jacinto no era gracioso, la gracia la daba la combinación de su defecto con su oficio. Te felicito. peco
05-08-2020 Bien gracioso este Jacinto, me hizo sonreír todo la lectura. Te mando un gran abrazo. MujerDiosa
 
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