Yo no sé cuándo fue que mi cabeza se pobló de duendes. Recuerdo que cuando era niño pensaba en que nunca sería como esos imbéciles que simplemente se mueren. ¿Cómo diablos pueden permitir morirse? Qué gente esa... se acuestan y se mueren, que pobreza existencial.
Un día, le insistí toda la tarde a mi madre para que me comprase un cuaderno y un lápiz. Yo no sabía escribir, pero tenía un sistema de garabatos que representaba las cosas, y para mi, cualquiera que lo leyera, debería saber, así sin más, qué estaba expresando. ¿Cómo podía ser de otro modo?
Como sea, yo quería escribir todas las cosas que deseaba, nombrarlas para que tomasen forma en algún momento.
Mi madre me dio dinero y fuí hasta un almacén que quedaba en la misma calle en que vivía. Recuerdo que esa tarde completé una carilla y corrí a mostrársela a mi madre.

-Mamá, ¿puedo tener todo esto?

-Sí, Diego, podes tener todo lo que tú quieras.

Maravillosa fue la sensación que sentí cuando escuché a mi madre decir eso. Qué felicidad, así que "todo lo que quiera"... Volví a mi cuaderno, y al cabo de un rato, ya no estaba en este planeta. Pedí un viaje a la Luna y un caballo, que mis primos se vinieran a vivir con nosotros, poder hacerme diminuto como una hormiga, un viaje en canoa por un río angosto y tan tupido de árboles que no se pudiera ver el cielo, chocolate y caramelos para toda la vida, el amor de una compañerita que adoraba, una oca de oro que concediera deseos, y algo un tanto difícil de explicar. Porque, en el patio de mi casa, había una pileta para lavar la ropa, justo debajo de la ventana de mi dormitorio, y los días de sol, mi madre la llenaba de agua y ponía la ropa en remojo. Los rayos del sol caían oblicuamente sobre el agua, y podía verse en la pared de mi cuarto su reflejo luminoso, como un cuadro en movimiento.
Yo pensaba que era una especie de pasadizo mágico hacia un mundo encantado, poblado de todo lo más hermoso y exótico que pueda imaginarse.
Estaba prendado de ese reflejo. Soñaba que un día podría atravesarlo y descubrir el mundo encantado que seguro existía del otro lado. Lo deseaba tanto...
Ese fué el deseo más importante de mi infancia: alcanzar algún día el mundo sugerido por un reflejo de agua.

Luego, los años pasaron, y me fuí de la casa de mis padres. Recuerdo que los duendes en mi cabeza comenzaron a gritar cosas nuevas:

-¡Que muera Dios, no hay mas religión que la lengua!

-¡Intoxiquémonos de vodevil!

-¡Nuestras son las calles, el sexo y las barricadas!

-¡Lucidez: gotera del alma!

Recuerdo que en aquellos años, también escuché voces del sentido común que decían que había que estudiar para ser alguien en la vida.
¿Pero cómo podía sentir aquél fuego en las sienes, y no ser nadie en la vida?

• • •

Estoy en la cima de un cerro, recordando estas cosas. El campo se extiende verde y hermoso, hay un sol delicioso que pronto se esconde, y esos diamantes del cielo ardiendo de belleza.

Siento tanta paz ahora, que si tuviese aquél cuaderno, en el centro de una nueva página, escribiría el deseo de que éste momento se congele por siempre en mi corazón. Quizás éste sea el mundo que soñé de niño, sin embargo, hay algo en las cosas tangibles, que siempre me hace dudar.

...pero cuando mi corazón hierva una vez mas en la profunda noche, cerraré mis ojos recordando aquél mundo del reflejo, y llegará una voz de otros tiempos que me susurre al oído:

- Ten calma, Diego, la vida, aún puede ser todo lo que tú quieras...








https://m.youtube.com/channel/UCbLiPwYPmmFCg5Q7J_VOEyQ






.