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"Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia, deben gritar para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia."
Cuento Tibetano

Cuando despierto ya no estás.
En la mesa de la cocina, pan con huevo y café frío (que seguramente dejaste caliente). Seguro saliste a hacer las compras. Engullo el desayuno deprisa mientras reviso mis notificaciones:
-correos extensos y aburridos;
-historias de Instagram por caducar;
-sugerencias de amistad que seguía ignorando;
-el concierto que no me canso de ver.
Me levanto en automático, absorto en el espectáculo tras la pantalla. Me dejo caer en el sillón de la sala, al tiempo que Cerati me agradece por enésima vez desde el video.
¿En qué momento apareces detrás de mí? Ni idea. Tu voz me provoca un gritito vergonzoso y arrebata mi atención del celular:
-Lava tu taza.
-OK. En un rato.
Respondo mientras mi atención vuelve al aparato.
-Ahorita.
Te dije un rato.
-Apaga tu música.
Enciendes la radio y sintonizas el noticiero. Luego te teletransportas a la cocina. No calculo el tiempo de tu regreso.
-¿Ya?
No respondo. Me repites lo de la taza y hago un ademán de afirmación sin mirarte. Tocas mi hombro. Como obligado, levanto la mirada.
-Te dije un rato.
“Todos los días es un rato”, sermoneas. No quiero pelear, pero tampoco te quiero dar la razón.
“Lo voy a hacer cuando termine”, te contesto. Entonces el nivel de tu voz aumenta, y el tono de la conversación cambia a incómodo. Me aturde estar encerrado todo el día aquí.
Es que siempre hay algo. Termino haciéndolo todo yo. ¿Crees que no me canso?
Creo que también me aturdes.
Me paro, me dirijo a la cocina, lavo el recipiente.
Pienso que era mas fácil cuando nos despedíamos por la mañana y nos encontrábamos por la noche. Era como si nuestra relación ya estuviera estratégicamente diseñada y el estado de emergencia hubiera estropeado esa estrategia.
-Listo, todo limpio.
Pero no te has calmado y el volumen de tu voz se eleva con cada palabra que disparas. Que no solo se trata de la taza, que es todo:
-que la cama destendida;
-que no ayudo en la cocina;
-que la toalla sin colgar;
-que todo el día en el celular…
Escucho. No respondo, pero es peor. Tus quejas se empiezan a enlistar en mi pecho y lo presionan. No paras de hablar y no te aguanto más. Quiero escaparme y contagiarme de esa maldita gripe, y que me pongan en cuarentena de ti.
¡¡¡NO TE SOPORTO!!!
Tu sermón se pone en pausa, mientras mis palabras siguen retumbando en toda la sala. Bajas la mirada. No quieres que vea cuando se te humedecen los ojos. Felizmente no puedes mirar cómo se me forma el nudo en la garganta.
De pronto, el silencio que invade la sala nos permite reconocer una voz familiar en el noticiero.
-Quiero anunciar hoy a todo el Perú que hemos tomado la decisión de que…
Silencio. Solo las palabras del presidente y la noticia que nadie quiere escuchar.
-… ampliamos el estado de emergencia por 13 días calendario, hasta el domingo 12 de abril…
Silencio.
Lentamente, sin pensarlo, mis dedos se acercan a los tuyos. Estos al principio no responden pero luego también deciden avanzar…
Contacto.
Nuestros dedos se entrelazan y las manos se tocan. Las palabras se terminan de disipar en el aire, mi pecho se relaja. Nuestros corazones, a lo lejos, parecen reconocerse.

Texto agregado el 30-04-2020, y leído por 48 visitantes. (0 votos)


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