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Inicio / Cuenteros Locales / nelsonmore / LA VENGANZA ES DULCE (cuento)

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María salió del hospital San juan de Dios después de una larga jornada de trabajo en que la sala de urgencias había colapsado por la cantidad de personas que ingresaron ese día. María no tuvo tiempo siquiera para cambiarse el uniforme de enfermera. Antes de llegar al paradero de buses de su bolso sacó el dinero para pagar su pasaje. Al rato llegó la ruta que le servía y pese a que le hizo la señal de pare al conductor este siguió de largo. Ella no pudo explicarse por qué el conductor no quiso llevarla. Un tanto angustiada se dijo así misma: "será que no me vio o me he convertido en la mujer invisible".

Luego dejo escapar un bostezo. Después del bostezo se le iluminaron los ojos al ver que otro bus de la misma ruta se aproximaba donde ella estaba. El conductor tampoco hizo caso a la señal que ella le hacía para que detuviera el bus y luego le abriera la puerta. El conductor sin más siguió de largo. Pasaron cinco buses más con intervalo de cinco minutos cada uno y todo fue en vano pese a las señas que María les hacía.

Como se estaba haciendo tarde decidió irse en taxi, pero los taxistas tampoco quisieran llevarla a su casa. María se pellizcó y hasta se mordió los labios para verificar si estaba despierta y todo lo que le estaba sucediendo no era producto de una maldita pesadilla. La única alternativa que le quedó a María fue irse a pie a su casa. Era injusto todo aquello que le estaba sucediendo. Al cabo de una hora y media de andar y andar por las calles estaba por llegar a su humilde morada ubicada en el oeste de Cali. Antes decidió entrar a una panadería a comprar pan, huevos y leche. Le entregaron el pedido y canceló el valor de los productos y se fue contenta, pero ese día la suerte no estaba del lado de ella pues un ladrón se le atravesó en el camino y la amenazó con dispararle con un revolver hechizo, de esos que fabrican en las comunas pobres de Cali. El ladrón la obligo a entregarle el dinero que aun le sobraba, el teléfono móvil y el reloj. Ella con gran temor le entregó todo pues le daba mucho miedo que ese choro la matara.

El choro salió corriendo con la mala fortuna que no vio a un motociclista que venía muy veloz, quien a pesar del intento por frenar no logró detener la moto a tiempo y terminó llevándose por delante al choro, quien quedó tendido cerca de un andén. Los curiosos corrieron a ver como se encontraban los accidentados. De los dos el choro estaba más mal, pues tenía fracturada la pierna derecha. El pan, los huevos y la leche quedaron regados por la calle. Enseguida unos perros callejeros llegaron a comerse el pan y a remojar la lengua en la leche derramada.

María también se acercó a ver como se encontraban los dos hombres. El motociclista no estaba tan grave, salvo una que otra laceración en sus brazos, en tanto que el choro si estaba muy grave, al punto que muchos dudaban que pudiera llegar con vida al hospital, si no lo llevaban pronto.

A pesar que él le había robado, fue ella quien llamó a unos paramédicos que eran amigos suyos, quienes no demoraron en llegar. Los heridos fueron llevados al hospital en dos ambulancias. La enfermera se regresó de nuevo al hospital, iba al lado del ladrón, que no hacía sino quejarse. Ella no le regresaba ni a ver.

Después de un largo recorrido las ambulancias llegaron a urgencias, los camilleros no se hicieron esperar. El choro fue subido de inmediato al tercer piso donde estaban los quirofanos. La cirugía duró cuatro horas, luego pasaron al choro a la habitación 123.

María, antes de la cirugía se había regresado a casa, esta vez en el carro de un médico que se dignó llevarla en un bonito gesto de solidaridad y compañerismo, pues el personal de médicos y enfermeras estaban siendo discriminados por los ciudadanos que tenía mucho miedo a contagiarse con el maldito Covid 19.

Con el paso de los días los accidentados estaban mejorando. Al motociclista lo dieron de alta muy pronto, pues primero fue sometido a un tac cerebral. El choro tenía que quedarse unos días más. Habían pasado diez días del accidente y María salió del trabajo como de costumbre. Ya no salió vestida con el uniforme de enfermera, sino con una cjhaqueta blanca y un pantalón baquero, de esos que vienen con muchos rotos. En el mismo supermercado estaba otra enfermera comprando frutas, esta si vestía el uniforme. Apenas se percataron de eso, muchos clientes empezaron a insultarla, a decirle que se fuera para la mierda a contagiar, le dijeron que no sea perra e hijueputa, que su vida no valía ni mierda, pero que la de ellos si valía. Hubo un sinvergüenza que la agredió. Pero al rato el agresor se puso muy mal y terminó desplomándose al piso. María llamó a los mismos paramédicos, quienes llegaron de inmediato. Cuando iban rumbo a urgencias del San Juan de Dios, María sacó de su bolso una inyección, luego la jeringa y como buena enfermera se la aplicó al paciente. El medicamento hizo efecto muy pronto y aquel desdichado muy pronto cruzó el túnel . Al llegar al hospital María dijo que ese paciente tenía coronavirus. Pronto vino el equipo sanitario encargado de recoger los muertos y después de llenar unos documentos lo quemaron por temor a contagios.

Al ladrón ya casi lo daban de alta. Faltaba solo llenar unos documentos. Antes que se la dieran, María fue y le aplicó la misma inyección y se dijo así misma "la venganza es dulce".

AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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Texto agregado el 12-04-2020, y leído por 272 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-04-2020 "El que a hierro mata, a hierro muere". JAJAJA, un poco de humor, aunque se negro, viene bien en estos momentos de incertidumbre mundial. ¡¡CUIDATE!! amigazo Abunayelma
13-04-2020 Bueno, bueno, mi Pedro querido, vos si que te las traías, eh? MujerDiosa
 
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