Qué tiene ella que no tenga yo- me dijo con mucha ira.
Yo me quedé mirándola fijamente, al punto que no me resistió la mirada y se fue pronto hacia la ventana. El cielo estaba gris, todo indicaba que llovería más tarde. A diferencia de otros días no llovió. A pesar que estábamos en invierno salió el sol. Yo no estaba para discutir con gente que no quiere entender y me fui a caminar. No llevé paraguas ni chaqueta. Iba vestido con una sudadera azul y una camiseta blanca.
No llevé la novela que estaba leyendo. Llevé un cuaderno en el que solía escribir poemas. Al cuaderno solo le quedaban dos páginas en blanco. Después de recorrer la calle quinta, llegué al parque del peñón. Partí desde el parque de las banderas, pues vivía en san Fernando nuevo. Claro está, antes tuve que desviarme hacia el oeste de la Sultana del valle. Estuve hasta las seis de la tarde en el parque del peñón. Me gustaba ir allá después de las cuatro de la tarde porque baja la brisa de los cerros tutelares a refrescar la tarde.
Apenas llegué me senté en una de las bancas. Luego arranqué del cuaderno una de las dos páginas que aun se encontraban en blanco. La doble por la mitad y empecé a dibujar mi boca en la primera mitad. Después que terminé la boca de ella y con un lápiz rojo la pinté. No voy a negar que mientras la dibujaba y pintaba me excité, no era para menos, no era una boca cualquiera, sus labios eran carnosos y de un rojo intenso. Cual más, cual menos la habría besado sin medir las consecuencias. Desde que yo la besé quedé atrapado en su corazón. Ella no solo sabía besar delicioso, sino que sus besos eran como mana que me subía al cielo.
Apenas terminé doblé la página de tal manera que las bocas coincidieran en el papel, ese beso también valió la pena. En la última página en blanco que quedaba escribí tan solo cuatro versos:
El beso es una emoción
y el verso inspiración
si me das tu corazón
te escribo con mucha pasión.
Esa tarde no estaba para la poesía tan solo un intento fallido. Tan pronto escribí esas líneas emprendí el regreso por la misma ruta que llegué. Eran las mismas calles con transeúntes diferentes y no podía ser de otra manera. Todos querían llegar pronto a casa. Al pasar por la quinta con quinta me volví a encontrar con el mismo perro que me había encontrado de ida. Esta vez le di un pan de los que hacia poco había comprado.
El perro devoró el pan y se vino tras de mi. Lo espanté para que se regresara pero todo fue en vano. Parecía uno de esos perros que andan buscando un hogar porque el que tienen no les agrada para nada. Como fui generoso con él debió pensar que yo podía ser un buen amo y no estaba equivocado pues adoro a los perros, este era un samoyedo de color negro, era muy hermoso a pesar de estar un poco mal cuidado. Tan pronto como pueda lo llevaría a una peluquería canina para que lo bañen y le corten el pelaje. Tal vez serían las siete de la noche cuando llegué a casa.
Helena había salido. En la mesa había dejado una nota en una hoja de papel que decía: "si la otra tiene más curvas que yo; si la otra tiene pechos más lindos que yo; si la otra tiene mejor rostro y mejor pelo que yo; si la otra tiene mejores piernas que yo, bien puedes quedarte con ella". Después solo puntos suspensivos...
Yo procedí a responderle de inmediato:
- Ella no tiene todo lo que vos tienes. No puedo negar que eres muy hermosa. A ella le falta una pierna, pero le sobra alma e inteligencia. Apenas terminé de escribir salí a la tienda a comprar chocolate y queso. El perro salió tras de mi, íbamos atravesar la calle, pero el perro no advirtió que venía un motociclista a mucha velocidad. En mi desesperación le grité: "cuidado onix y el perro me entendió, de un salto largo alcanzó a llegar al andén. Ufff, desde ese momento seguí llamándolo onix, no sé si ese era su nombre, pero ante el peligro me entendió.
AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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