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Su andar era pesado como si su pequeño cuerpo fuera la de un gigante. Miguel Alfonso se detuvo antes del primer peldaño, recorrió con la mirada los demás hasta quedarse contemplando el número doce: «Tan alto y tan cerca», se dijo.

Volvió su vista sobre el primer escalón. Nervioso, posó su tembloroso pie. Sin pronunciar palabras contó despacio, «uno»..., luego «dos»..., después «tres». Hizo una pausa para respirar.

En su mente apareció una idea, un punto blanco en medio de la oscuridad de sus pensamientos. Un diminuto punto que luego estalló en luz: «¿acaso podré ver a mi mujer cuando cuente doce?»

«Cuatro». Su cabeza ya estaba a la altura del último peldaño. Ahora sentía el fuerte bombeo de su corazón. La sola idea de volverla a ver le produjo una sonrisa brillante. «Sí, la podré ver, la podré ver», se repetía cual adolescente enamorado en su esperanza del próximo encuentro.

«Cinco». Agudizó su mirada en un esfuerzo por hallarla.

Dejó de contar al ver una pequeña figura femenina a lo lejos. Un campo de flores amarillas separaba a Miguel Alfonso de esa mujer. Afinó aún más su vista y pudo ver su amado rostro mestizo, de cejas pobladas y sonrisa como un sol en su cenit. Ella caminaba lento, tenía un delicado vestido blanco, luego alzó su brazo para saludarle.

—¡Es ella! —exclamó.

Miguel Alfonso alzó la mano y la agitó respondiendo el saludo. Su corazón latía con fuerza y entonces apresuró su paso. Cuán feliz era de verla.

—¡Martina! —la gritó y agitó su mano para que ella pudiera darse cuenta de su presencia. Corrió feliz, sonriendo, con esas locas ansias de tenerla entre sus brazos.

El campo de flores era extenso y aún estaba a mitad de su camino. De pronto, una mano apareció de entre las nubes, Miguel Alfonso no se percató de ello, sólo corría y gritaba el nombre de su amada.

El brazo de aquella mano se estiraba con velocidad en dirección de Miguel Alfonso, con esa misma rapidez que una cadena se sumerge tirada por una enorme ancla echada al mar. Era un brazo delgado, áspero, cuyos músculos lucían trenzados. La mano se convirtió en una garra, los dedos se alargaron. Al igual que las fauces de una bestia hambrienta aquellos largos dedos se abrieron y le cogieron del cuello de un zarpazo. Miguel Alfonso, sentía la falta de oxígeno, estiraba sus brazos en un vano intento de alcanzar a Martina. El mundo se transformaba, se retorcía dentro de un tornado, ya todo era gris, su cuerpo se sacudía, hasta que se quedó inmóvil en un pequeño vaivén al final de la horca.

—¿Notó esa extraña sonrisa del reo antes que el verdugo le colocara la soga? —preguntó el alcaide al jefe policial.
—Sí —contestó el policía—. Me pareció que en su mente pérdida trataba de alcanzar a alguien cuando estiró su brazo mientras los guardias le ayudaron a subir por la escalera.
—A pesar que fue condenado por haber asesinado a su esposa solía gritar que era inocente, que el asesino fue un marino de nombre Raúl.
—Usted sabe mejor que yo, todos los reos dicen que son inocentes —le replicó el jefe de policía. El alcaide asintió con la cabeza y luego se marcharon.

Texto agregado el 19-03-2020, y leído por 203 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
21-08-2020 Hola Mario (Aaavedemetal), me satisface que te haya gustado mi relato. Un abrazo afectuoso. EnriqueOrellana
13-08-2020 Buenísimo Aaavedemetal
22-03-2020 Está muy bueno tu cuento, la horca se me apareció tan imprevista como el flagelo que hoy nos amenaza. Siento que hay formas y formas de decirle a uno que el cuento le gusta o no le gusta, pero bien, en esta vida todo tiene una causa y a veces una terrible consecuencia. Esto, al margen. Abrazos y felicitaciones. guidos
21-03-2020 El final no sorprende para nada, un cuento plano nelsonmore
21-03-2020 Lo siento, pero tampoco me gustó, no logró despertar ningún interés * nelsonmore
19-03-2020 "de cejas pobladas y sonrisa como un sol en su cenit." Me gustó la frase desfasada y cursi... y otras tantas, claro. * Antonela80
19-03-2020 Me gustó. Marcelo_Arrizabalaga
19-03-2020 Que bien lo has contado,haciendo que el lector se emocione y siga ese deseo de alcanzar ese brazo querido,al que el mismo alejó; pero que al cumplirse la sentencia con su mente dañada,fue su último deseo. Tal vez hubo un arrepentimiento ... Como haya sido,murió con la ilusión de alcanzar su mano y eso es lo que realmente importa... Me gusta como escribes***** Un abrazo Victoria 6236013
 
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