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Para mis sobrinos.

Había un muricelaguillo que vivía en una madriguera construida sobre los filamentos de una cueva mostrenca, tétrica y desaliñada, semejante a una trápana o mazmorra catacumbal despintada. La familia vampiresca la había ido formando poco a poco, a base de mucho esfuerzo, en el camaranchón horadado natural y terso, en el seno de un abandonado y viejo pirúl, domiciliado desde pequeño en la falda apergaminada de una loma raída, pero que de tanto en tanto reverdecía.

Este quiróptero de profesión animal cegarra del cuento, hasta entonces sólo había salido a dar giros de ronda nocturna acompañado por alguno de los miembros de su parentela mordelona y sanguijuelista; no había dejado de chocar con objetos empalidecidos, por lo cual sus consanguíneos le habían prohibido todo alejamiento considerable de la covacha, y le habían indicado también que debía rondar cerca de ella sin perderla para nada de su mala vista.
Pero sucedió cierta noche tempestuosa de flujos continuos, en que cansado quizá de escuchar la misma cantaleta como disco rayado de sus allegados, en un momento de conciencia disipada, decidió romper los márgenes impuestos por aquella camada ajada, y quiso el espantajillo gallardo asomarse al pueblo que quedaba casi de frente a su natural resguardo o domicilio disimulado. De este modo, apenas las luces del núcleo citadino despertaron y envolvieron su curiosidad animalina, emprendió raudo el subrepticio vuelo, de modo que ni siquiera se preocupó de avisarle a su madre el muy ingrato, pues en un acto sin nombre y decidido se echó a volar dándose de topes a cada rato en medio de la noche tormentosa el bufoncillo turulato.

Cierto que no era la primera vez que hacía este tipo de salida el furtivo evasor de sus seguros apriscos, pero hasta entonces había ido acompañado por sus hermanos o parientes de aquella legamosa especie de mures envejecidos; también lo había hecho conducido por sus padres alguna vez que fue al doctor; por eso sabía que debía volar más arriba de los cables de electricidad, para no tener que lamentar algún chispazo u otra fatalidad de algún descosido cable conductor.

Todo se desenvolvía normal en la casa espectral de los entes de agudos dientes, y esa noche hasta dieron algo de murga los vecinos de enfrente, pues celebraban algún acontecimiento alegre con un opulento y lujoso agasajo imperialmente. Dentro se respiraba un aire estacionado e inapetente, como cuando pasan las horas y nada se pesca, hasta que en cierto momento que abrieron los ojos y la bocaza grotesca, los parientes del vampirillo del cuento no daban crédito a lo que poco a poco fueron descubriendo con temor nada artificial, al examinar todas las estancias de la mazmorra sepulcral.
Quedaron completamente extrañados y atónitos los de la estirpe vampiral, cuando reunida en pleno la familia en la sala principal, muy cerca ya del amanecer, y exclamaron todos en conjunto como si tuvieran delante un difunto, con el llanto apenas extinto y a una en masa: —“el vampirillo no se encuentra en casa”. —Se ha perdido nuestro retoñito bisoño y pimpollo, gritaba la mamá con singulto y dejado todo orgullo; tal vez algún gavilán bribón se lo embutió el muy loco creyendo que era un fresco y exquisito pollo de la Bachoco.
En seguida comenzaron a hacerse las primeras conjeturas y jalarse la mata de pelo de las cabezas; pero todos estaban seguros de que esa noche no había salido acompañado por alguno de ellos. Entonces, porque el tiempo amenazaba y estaba encima el romper del día, decidieron inmediatamente salir toda la tropa a buscarlo por los alrededores y las calles de la ciudad despojada de bamballa y pompas ricas, la cual comenzaba a levantarse y se escuchaban ruidos de su trajinar cotidiano y celeridad de sus gentes siempre activas.

Como detectives e inquisidores profesionales se dieron a la tarea de registrar palmo a palmo los lugares donde sospechaban que habría mayor probabilidad de hallarlo; preguntaban angustiados a cada uno de los animales de visión nocturna que encontraban a su paso al encontrarlos, si habían visto por acaso un vampirillo perdido, asustado o desdichado, solo o mal acompañado. Visitaron cárceles y hospitales, clínicas y sanatorios particulares; también centros nocturnos de negra catadura, cantinas y billares, morgues, desperdicios y pudrideros; pero nadie supo dar razón de nada, y muchos entrevistados huían recelosos creyendo que aquello fuese una celada al ver tan determinada a aquella manada excitada.

Mientras, el tiempo pasaba silente e inexorablemente, y algunos de sus hermanos más fuertes volaron rumbo a la montaña de enfrente, por si acaso hubiera sido secuestrado por un grupo de combate, algún águila o halcones fascinerosos, y quisieran pedir algún rescate. No se daban a la idea de que un animal más grande lo hubiera devorado, pues aunque era cierto que el espectro nocturno no sabía defenderse por ser más bien calmado, sin embargo nunca le había gustado pleitear con nadie y era considerado más bien pacífico que de temerse entre todos los animalillos chiquillos con quienes se divertía buscando gusanillos.
Uno a uno, cuando el sol ya comenzaba a hacer saltar sus tímidos rayos ambarinos, poco ardientes, porque los apagaba el rocío mañanero; todos tristes y desconsolados tuvieron que regresar sus parientes, porque tampoco dieron con él los hermanos más fuertes de aquel perillán deslumbrado.
No se asomaron por donde había más luz, pues temían encandilarse y quedar tuertos o por algún maleante ser descubiertos; y, resulta que ciertamente el muy ladino animal, aunque sin tanta comodidad, estaba tirado por la calle principal de la ciudad. Ya estaba naciendo el sol tras las montañas cuando regresaron veloces y apesadumbrados todos los parientes y demás bichos a sus meandros antedichos; llegaron todos casi llorando por la luz intensa y por el pesar que no les cabía en la cabeza.
Sin poder dormir el diurno sueño reglamentario de horas inalterables, quedaron los vagabundos de la noche en vela haciendo todos los pronósticos posibles sobre la suerte del murcielaguillo de cabeza dura y pertinaz.

Alrededor del medio día, cuando ya casi se disponían a cantar sus funerales. En aquella mañana como todas las sabidas, para ellos era un continuo atronar de batallas perdidas, todos lloraban a grito abierto con tonos desiguales la pérdida de tan noble quiropterillo; en medio de las incertezas y pesadumbres machacadas, no oían ni por radio ni por la televisión noticias ciertas, pues no podían tener luz eléctrica en su cobertizo, debido a un rayo que chamuscó los cables y los dejó fundidos; cuando, de pronto se oyeron ruidos sospechosos en la entrada de su natural chamizo. —¿Será la policía, dijo uno de ellos, temeroso?— Y voló hacia lo más profundo del escondite, pues su conciencia le decía que se comió un pajarito chiquito que tenía su nido en un mezquite.
Pero, todos se fueron hacia atrás, cuando vieron asombrados que era nada menos que el murcielaguillo perdido, por quien tanto habían llorado y sufrido aquellas horas inciertas, el cual torpemente daba topes y aletazos en las puertas, queriendo entrar impulsivo, porque lo seguían unos niños con resortera y le tiraban guijarrazos como bombas de guerra.
Quedaron en masa confundidos y atónitos como si hubiera salido el sol y los hubiera pillado descuidados. En realidad estaban ampliamente sorprendidos, sin grilla, al ver que la sangre aún manaba fresca por la comisura de la boca y los colmillos afilados de la triste fierecilla. —¿Qué te paso? —dijeron sus hermanos mayores. —¿Vienes gravemente herido?, se adelantaron a abrazarlo premurosos sus padres y a decirle: —Todos te creíamos ya perdido y ahora comenzaba por tu alma un Réquiem. Ya te creíamos de este mundo tan lejos que justo ahora comenzábamos a preparar tus fúnebres cortejos. —Pero, vamos, ¿dinos quién fue el infame que te tundió a golpes y macanazos para vengar esta noche nuestra honra, chupándole todos a una su sangre a nuestras anchas? Pues en nuestra pandilla jamás podríamos tolerar afrenta tal que así nos mancha.
—No, no pasó nada de lo que Uds., se imaginan —respondió el adolorido quiropterillo, casi llorando y suplicando que callasen: lo que sucedió fue que esta noche andando de reventada clandestina, me agarré una parrandeada con unos amigos desconocidos en la primer cantina; y fue tal la desvelada, el fandango y el calor de la cabeza, que todavía viniendo de regreso y en forma inopinada, me ví envuelto en un colosal banquetazo de parada.
¡Ah!, menos mal —respondieron todos aliviados— depuesta su sed de venganza y llenos de curiosidad por saber dónde andaba llenando la panza, y con qué clase de gente alada, de frac y de levita, se juntaba el despistado y bisoño vampirillo en aquella su primera noche de volada.
—Creíamos que te había ocurrido algo sin nombre y funesto, pues a estas horas es un delito para los nuestros estar despierto. Lo bueno de todo es que estás vivo y que te divertiste mucho y, por lo que vemos, ya estás listo para cuidarte y salir solo sin defecto, e incluso tienes valor y edad para irte de parranda sobrevolando el pueblo con tus amigos bullangueros de vez en cuando. Creemos que has pasado la prueba con un 10 perfecto, le dijeron todos acercándose a abrazarlo satisfechos.
—Pero, ¡mira nada más, chiquillo!, todavía la sangre que bebiste en ese colosal banquete de alumbrados te está escurriendo profusamente como cedazo por tus colmillos, y todo tu cuerpo parece que se tomó una ducha en ese vital líquido con visos de derroche; eso no se puede hacer en una sola noche, ¿pues, qué pez tan gordo mordiste, avispado vampirillo?
—No me han entendido Uds. —dijo el murcielaguillo enternecido con subidos enojos y el llanto asomándose a sus cegarros ojos—: Es que de regreso a casa cuando estaba por amanecer, debido a la borrachera descompuesta que nos pusimos ya no podía casi ver, entonces me fui de pico y choqué con unas gradas; por eso estoy así mal herido y casi agonizando: fue un tremendo golpe contra las piedras de una banqueta desalmada: un sonoro banquetazo que me removió hasta las molleras y por eso estoy sangrando.
—No fue ninguna fiesta descompuesta como se podría suponer —continuó el deshilachado pichoncillo— no fue guateque de parada ni algo que se le pueda parecer, sino que por andar de alumbrado con mis compas borrachillos, me di un tremendo golpe en la trompa, que me quebró los colmillos.

Texto agregado el 30-05-2003, y leído por 455 visitantes. (0 votos)


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