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Habita en mi memoria una galería de monstruos que me amargaron un tanto la infancia, muchos de ellos , a la luz de hoy , inofensivos.
Dos de ellos me asaltaban cuando me dirigía a ver a mi abuela materna, como una moderna Caperucita.
El primer "lobo "que me solía salir al paso era Juanito" Chichinas", apodado así porque era el mote de su familia.
Chichinas era un chico de acusado retraso que salía tras de mí y me agarraba por la ropa, a la par que hablaba una jerigonza incomprensible, en tono agudo .
Yo pasaba por su puerta aterrada, como más arriba por la de Toñi " La Regaga". No sé cuál era su patología pero ,cual aguafuerte goyesco, profería agudos alaridos .Contaban las voces del lugar que a menudo se ponía violenta.
Ambas extrañas criaturas me avinagraban la visita a mi dulce abuela, pues vivían en el barrio de ella. Siempre rezaba para que no estuvieran en la calle cuando yo pasaba por sus puertas.
Collilla era un ser deforme, con la cara comida por las llamas ,un día en que se cayó al fuego, y un brazo en posición de cabestrillo.Nunca la escuché hablar y se la solía ver corriendo ladeada por las calles del pueblo, como una exhalación, perseguida por la madre, cuya vigilancia burlaba a menudo, escapándose de casa.
Mi padre incrementó el pánico que ya de por sí inspiraba esta especie de aguafuerte esperpéntico.
- Como no comas el potaje, llamo a la Collilla- me advertía.
Era la versión femenina del coco, del hombre del saco, a quien nunca vi.
Otras veces ,a la hora de comer, ante mis remilgos de hija única a ingerir ciertos platos,me amenazaba con mandarme a casa de los " Minutos" , una familia de muchos hijos, donde se disputaban a cucharetazos la comida servida en una cacerola, único recipiente.
La comida ha sido de pequeña el detonante de variados temores. En el internado fueron los ojos azules glaciales de Teresa los que me quitaron el sueño. La eligió la monja para que , sentada a mi mesa,vigilara que yo no arrojase a una bolsa de plástico las nauseabundas pitanzas. Aún recuerdo su mirada azul de hielo ,
mirada de chivata.
El hijo del secretario se orinó arrodillado en el confesionario, de miedo quizá a don Emeterio, un cura violento y soberbio del tardofranquismo, obsesionado con los pecados. En la Catequesis silbaba la Leona , la vara con que castigaba a los niños por reír, hablar...
Cualquier leve contingencia le bastaba para punir con un latigazo en las manos.
Más cruel aún era uno de los maestros de la escuela, experto en variedad de agresiones: palos con la vara de olivo, lanzamiento de pelotas de ping pong, cabezazos contra el encerado...y un sinfín de peregrinas humillaciones.
Nunca sufrí personalmente castigo de ellos pero igualmente les tenía terror por lo que les vi hacer contra mis compañeros.
Rufino era un pobrete que pedía limosna por el pueblo. A primera hora también se le temía hasta que vimos que era un bendito.
Y la culminación del miedo llegó el día en que el Lute se escapó de la cárcel. Se decía que pululaba por el pueblo y los niños , como en una jaculatoria ,corríamos a la voz" que viene el Lute, que viene el Lute", salida de la garganta de quienes querían asustarnos.
Todos ellos pusieron ciertas sombras a aquella etapa luminosa de la infancia. Algunos con razón. La mayoría, sin ella.Personas que hoy más que miedo inspiran piedad y lástima.






Texto agregado el 09-02-2020, y leído por 129 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
19-02-2020 Qué manera de ser abusadores con los niños! Por suerte hoy hay leyes para proteger la infancia aunque.. siempre hay monstruos que escapan. Me encantó tu remembranza. Un abrazo, sheisan
09-02-2020 —Tus letras remueven recuerdos. Mis monstruos, a los cuales temía, eran más bien imaginarios y no me iba a dormir sin primero revisar si había alguno escondido debajo de la cama. Otro más grande era un policía: el sargento Soza, un hombre moreno de mirada penetrante y corpulento, al que todos los niños le teníamos más temor que respeto... vicenterreramarquez
09-02-2020 ... pero en mi el temor duró hasta que me hice amigo del sargento, una tarde que me había escapado a jugar a la pelota y ya oscureciendo me perdí y muy asustado comencé a gritar, hasta que apareció el sargento que me calmó y hablándome de su niñez me acompañó hasta mi casa, desde ese día también dejé de mirar debajo de la cama. vicenterreramarquez
09-02-2020 2)Y el último,que le diría a la abuela Elvira (madre de mi padre)que ella me criara. Perdón me remonté a mi infancia y no pude dejar de contarla. Fue una catarsis. Excelente tu texto***** Un beso Victoria 6236013
09-02-2020 1)Al leerte y pensar en lo que te provocaba el miedo,siento que lo mio,no era nada. Mi madre separada,cuando no comía mu comida,me decía que me entregaría a mi padre.Eso para mi se volvió el peor de los miedos,y como mi padre era bombero,hasta hoy el sonido de las bombas me hace estremecer. También me decía que si me portaba mal,que por supuesto era muuuy seguido,me iba a internar.Ufffs otro terror... 6236013
09-02-2020 Los miedos de la infancia que afotundamente se quedan en esa etapa, nunca entendi el porque se nos educó en la" filosofia" del miedo que llenaron nuestra infancia de terrores innecesarios, el hombre del saco, el saca untos, el omejo (este es autoctono de mi famiía) etc. ya teniamos bastante con los reales, los que nos encontramos en el colegio (aquí estaban todos los monstruos juntos), bueno en fín que me he liado y que me ha gustado mucho tu texto. ELISATAB
 
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