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Inicio / Cuenteros Locales / nazareno / Gorra blanca, uniforme azul, zapatos bien lustrados.

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El médico militar nos hizo pasar al consultorio. Había una banderita argentina en el escritorio. Un título de medicina en la pared. Una ventana por la que entraba mucha luz. Un armario vidriado con frasquitos y cajitas de medicamentos. Una de esas pantallas para ver radiografías.
El médico era un tipo serio. Nos hizo un par de preguntas, si hacíamos deportes, si conocíamos que tuviéramos alguna alergia, si nos habían operado alguna vez. Yo di un paso al frente.
-A mí me operaron de caderas cuando nací – dije.
Alguien de los muchachos hizo un comentario, algún chiste. Rieron. El doctor me miró fijo.
- Después lo voy a hablar con sus padres – me dijo.
Yo quería estudiar en el liceo aeronáutico militar. Me fascinaba la idea de desfilar
en el monumento para el día de la bandera. Me imaginaba vestido de militar, con esa chaqueta azul que se usaba en el liceo, el gorro blanco, los zapatos lustrados impecables. Que la gente me aplaudiera. Que pensaran de nosotros como chicos valientes. Y por supuesto que las chicas se enamoraran de nosotros. Yo era un pibe que le gustaba leer a Patoruzito y mirar a Mazinger Z, quería ser como Maradona e inteligente como mi padre. No solo inteligente como él, algo que ya de algún modo había demostrado por mi capacidad para sacar buenas notas en la escuela. Quería también tener una vida como la de él. Él había pasado su secundaria internado en un colegio industrial. Tenía mil anécdotas para contar de esa época. Yo también quería mis mil historias, por lo que pensé que vivir internado en el liceo militar haría de mi vida una vida interesante. Se escuchaba que los pibes del liceo hacían mucho deporte, tenían entrenamiento militar, usaban armas, y en el último año incluso se subían a un avión de guerra.
Llegado el momento de decidir adónde iba a hacer la secundaria surgió no sé de dónde la posibilidad de estudiar en el liceo. Mi papá me apoyó, creo que mi madre también. Mi viejo tenía un amigo, un gomero, el hijo estudiaba en el liceo. Recuerdo que la mañana en que salimos de mi casa, para la revisación médica y psicológica, yo iba rezando. Le pedía a Dios que me diera la oportunidad de ser un “héroe de la patria”, yo lo veía así.
Había otro pibe que también se llamaba como yo. Santiago Olivera, lo único que nos diferenciaba era el segundo nombre, el mío es Rogelio, el de él era Adolfo. Él tenía un hermano que estudiaba en el liceo. Primero me hicieron los tests psicológicos. Me hicieron dibujar una familia, una casa, un árbol. Yo cuando me ponía nervioso me reía, entonces dibujaba y me reía.
-¿Usted es pelotudo que se ríe tanto? – me preguntó un militar que había ahí. Yo, por supuesto, me seguí riendo.
Dibujé la familia, la casa, el árbol. Todo muy perfecto como me habían enseñado en la escuela. Esas cosas van todas de la mano, la escuela, los militares, eso pensaría muchos años después.
En el consultorio del médico militar éramos cinco o seis pibes parados uno al lado del otro. Hubo tres momentos que me cagaron la vida. Cuando nos revisaron la espalda, descubrieron que tenía escoliosis. Cuando me revisaron las piernas, descubrieron que tenía una más larga que la otra. Cuando me revisaron los huevos, tenía varicocele. Nací con luxación congénita de caderas. Me operaron de bebé. Consecuencia de la operación me quedó una gamba más larga que la otra. Me rechazaron en la revisación. Recuerdo el sello rojo que decía NO APTO en una planilla. Mi viejo habló con alguien. Le dijeron que esa condición mía me dejaría en inferioridad frente a mis pares. No entré al liceo. Volví llorando, acurrucado en el asiento de atrás del auto. Unos días después escuché a mi viejo que estaba preocupado por si mis problemas de columna también me impedirían conseguir laburo en el futuro.
Mi madre me llevó al médico. Era el hijo del médico que me había operado casi quince años atrás. Le contó que me habían rechazado en el liceo militar porque tenía escoliosis y una pierna más larga que la otra. El médico fue muy amable conmigo. Me dijo que Diego Rosso, una vieja estrella goleadora de Central también tenía una pierna más larga que la otra. Me revisó. Anotó unas cosas en una libreta.
Su hijo va a poder tener una vida normal, dijo finalmente.
Me dio la indicación de que me comprara una plantilla compensadora de un centímetro y medio en el pie de la pierna más corta.
Así que lo rechazaron en el liceo militar, dijo el médico.
Sí…, dijo mi mamá, con algo de vergüenza. Yo también miré el suelo.
Así está este país, sentenció el médico.
Después nos abrió la puerta, le dio un beso a mi mamá y a mí me guiñó un ojo antes de despedirnos.





Texto agregado el 05-02-2020, y leído por 237 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-02-2020 Luchar contra nuestras propias limitaciones es el desafío constante de la vida. Entiendo que a muchos deportistas les dijeron 'no podrás', por A o B problema, pero su pasión fue más fuerte y se sobrepusieron a las dificultares y triunfaron. Tu relato es inspirador. Un abrazo, sheisan
05-02-2020 Dicen que cuando se cierra una puerta se abre una ventana, tu tranqui. me ha gustado ELISATAB
 
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