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Inicio / Cuenteros Locales / Hectorfari / En El Mincho de ocho a nueve

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Un bar donde desayunar. Solo era eso. No tenía nada que lo destacase del resto, excepto su ventanal que daba a una plaza que amenazaba con florecer. Casi nunca conseguía sentarme en la mesa que estaba a su lado y verla entera, pero trataba de ubicarme lo más cerca posible para que la brisa perfumada de primavera me acariciara aunque fuera a retazos.
Ese gran trozo de vidrio semejaba a la pantalla de un cine por donde pasaban personas o imágenes contando historias. Ficticias, reales. Grises o en color. Era igual.
Para iniciar el día solo necesitaba eso y un espresso o tal vez dos, y servilletas, muchas servilletas en las que hacer garabatos. Nada más.
Una de esas mañanas la vi parada entre la luz plateada del ventanal y mi mesa. Fueron solo un par de segundos en los que su silueta se desnudó a través del vestido tan lleno de flores como debía estar la plaza, los que tuve para admirarla. Las piernas ligeramente separadas, un brazo apoyado en la cintura y el otro sosteniendo su bolso y una carpeta que se adivinaba llena de problemas. Seguramente busca a alguien o alguna mesa que la conforme, pensé, pero por su conversación con el mozo comprendí que era una clienta habitual en la que nunca había reparado. Con el correr de los días, empecé a hacerlo.
En ocasiones, la espiaba escondido detrás de las páginas deportivas del diario. En otras, solo tras el humo de la taza de café.
Fue un jueves cuando al entrar, la mesa tan deseada me recibió vacía. El sonido de los pocillos, el aroma del café recién hecho y la tibieza de la mañana, ¿qué más…? Una sonrisa tan tonta como invisible me llenó la cara, hasta que una carpeta conocida se apoyó con fuerza sobre la mesa.
—Yo también siempre quise sentarme aquí, así que si no te molesta, voy a hacerlo… —espetó la chica de la silueta
—¿Y si me molesta…?
—Voy a hacerlo igual —sentenció mientras lo hacía.
Nos reímos como si nos conociéramos.
Sin saber cómo, miles de flores comenzaron a cubrir la plaza mientras hablábamos.
Desde ese día compartimos mesa. La que nos tocara.
Yo ya no garateaba en las servilletas. Ella, no hurgaba entre sus papeles.
En su charla había confianza, intimidad y palabras bonitas que se confundían con las imágenes llenas de colores que se mezclaban en el trozo de la rama del árbol que veía a su espalda y que tímidamente, entraba al bar.
Le encantaba hablar y a mí escucharla aunque casi no supiera nada de mí y tampoco demostrara demasiado interés en saberlo.
Un lunes, luego de contarme su pésimo fin de semana, apoyó su mano sobre la mía:
—Sos un gran amigo… —Comenzó a decir.
Ya no pude seguir escuchando. Contra el ventanal, una nube casi negra hacía explotar rayos que amenazaban golpear las mesas. Los relámpagos jugaban con las siluetas de los comensales que parecían no darse cuenta de semejante debacle y el viento hacía volar servilletas sin garabatos, documentos y las flores de la plaza que pronto cubrieron el suelo del lugar.
Luego de eso, el bar no fue el mismo aun siéndolo. Sus paredes seguían vacías, las mesas baratas y las sillas, incómodas. El ventanal, el bendito o maldito ventanal, solo se convirtió en un vidrio sucio en el que se leía el nombre del bar escrito al revés.
Tarde o temprano, sucede. Siempre sucede. Después de todo, El Mincho, no era más que un bar donde desayunar.


Texto agregado el 17-01-2020, y leído por 251 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
15-02-2021 A veces un encuentro no es más que un desencuentro camuflado y vos lo contaste bárbaro acá, entre las mesas de un bar para desayunar que soñó con ser otra cosa. MCavalieri
21-01-2020 plop. erre el nick jajajaa conociendonos
21-01-2020 Tus textos me gustan tanto como la sandía... Un abrazo, conociendonos
18-01-2020 Has regresado querido,impactando con un texto muy hermoso. Su lectura placentera atrapa y esa bella amistad provoca envidia... Un texto dorado,que solo muestra el oro de tus letras***** Un abrazo Victoria Los colores,flores y todo lo que mencionas,dan luz a un paisaje que queda en las retinas... Me encantó. 6236013
18-01-2020 —Gracias, me has regalado una gran crónica de vida situada en uno de eso bares de café y servilletas donde garabatear poemas. Además me dejas la interrogante que siempre nos persigue: ¿Todo será destino, casualidad o causalidad? —Un abrazo vicenterreramarquez
18-01-2020 La ventana es una grieta de donde fluyen emanaciones de nuestras penurias, bagazos de tristes vivencias remotas, vahos adheridos a la memoria carcomida por el hambre de felicidad. Ah, pero cuando ella llega, el encanto de su luz va directamente a los bosques inhabitados de nuestro cráneo reseco. Y de pronto, en la otra orilla del cansancio brotan flores verdes, júbilos inéditos, trapecistas dorados con risas iluminadas. La tristeza, célula a célula, comienza a extinguirse. -ZEPOL
18-01-2020 Muy buena narrativa. Mis historias con el café están entrelazadas . Saludos. deojota51
18-01-2020 Que riquisimo texto. Contado con naturalidad, nos hacemos cómplices del protagonista. Alguna vez escribí un texto con una temática parecida, aunque sin la calidad del tuyo. También tuve reminiscencias de mariposas amarillas. La bella metáfora de García Márquez. Cinco aullidos aprendiendo Steve
17-01-2020 Sería posible, saber la dirección del Bar...Me gustó la historia, quisiera tomar allí un cafecito...Shalom amigazo (van mis *) Abunayelma
 
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